Viernes, 20 de mayo, 20.30h. En la espléndida catedral románica de Fidenza, fundada sobre los restos del mártir Domnino se dan cita cientos de personas que han acudido para escuchar la tradicional Lectio magistralis con la que cada año concluye la Escuela diocesana de formación. El tema de este año, "Por Cristo, con Cristo y en Cristo. Por un nuevo humanismo", a cargo de Julián Carrón, invitado por el obispo Carlo Mazza y por Luigi Guglielmoni, director de la Escuela.
Después de un canto inicial y la oración de los salmos, monseñor Mazza saluda a Carrón con estas palabras: «Su presencia es don, testimonio, reconocimiento. Nos confirma en la gratitud por un encuentro que quiere reforzar nuestra perseverancia en la fe. Lo que justifica esta invitación es el sentido de su vida dedicada por entero a poner siempre a Cristo en el centro de nuestra aventura humana».
Después, el saludo de Guglielmoni, quien subraya que esta invitación a Carrón se sitúa en el surco de una tradicional sucesión de lectiones a cargo de ponentes de gran nivel, como Joseph Ratzinger, el cardenal Angelo Scola, monseñor Rino Fisichella, el padre Rainero Cantalamesssa, o el prior de la comunidad de Bose, Enzo Bianchi. El presidente de la Fraternidad de CL se encuentra allí delante de un pueblo: parroquias, movimientos, religiosos, sacerdotes y muchos jóvenes, sentados en los escalones porque no quedan asientos libres. Carrón recuerda al Papa Francisco en el Duomo de Florencia, cuando invitó a todos a elevar la mirada hacia la cúpula: Ecce Homo, eso es lo que se debe entender por nuevo humanismo, la centralidad de Cristo.
Toda la Lectio desarrolla el tema del método que Dios eligió para hacerse hombre: un Dios que se hace grande abajándose, humillándose hasta la muerte, que quiere llegar a la humanidad solo mediante la fe de los testigos. Es el estilo de Dios, que no quiere dominar sino suscitar la libertad, porque «una salvación que no fuera libre no sería salvación». Muchos toman apuntes. Abundan las citas, a Benedicto XVI, Francisco, Hannah Arendt, Dostoevski y su famosa pregunta: «Un hombre culto, un europeo de nuestros días, ¿puede creer, realmente creer, en la divinidad del Hijo de Dios, Jesucristo?».
El cristianismo necesita encontrar lo humano que hay en nosotros y la Iglesia puede ser reconocida de manera creíble en nombre de una correspondencia, de una plenitud de vida que «el hombre no puede obtener con sus solas fuerzas». ¿A quién le interesa esto? Solo a quien tiene el corazón pleno. ¿Pero cuál es la pregunta que tiene el hombre de hoy? La necesidad de alguien que le cuide, necesidad de gracia y de perdón. Este es el objetivo del Jubileo: llegar a todos a través de la Iglesia, para llegar a esa humanidad herida que cree que ya nada le puede curar porque le falta la experiencia concreta de la misericordia.
Carrón, citando de nuevo al escritor ruso, se pregunta si es «de ingenuos creer que se puede cambiar el mundo abrumándolo con misericordia». Pensemos en cada uno de nosotros. Cuando alguien nos abruma con su misericordia, ese es el método vencedor, pues despierta en nosotros todo nuestro deseo de vivir. La ternura de Dios es capaz de despertar el corazón del hombre. Podemos hacernos misericordiosos como el Padre no por ser más buenos sino porque vivimos inmersos en su misericordia.
¿Pero cuál es la tarea del cristiano hoy, ante los desafíos cotidianos, la crisis de la familia, la crisis económica, el derrumbe de las evidencias? Carrón solo conoce una tarea: «Testimoniar la fe, en la familia, en el trabajo, allí donde estemos, porque para esto hemos sido elegidos». Para afirmar que la salvación ya está presente y que Dios va al encuentro de las heridas del hombre a través de nosotros, la Iglesia.
El ejemplo del Papa Francisco revela que «un cristiano que vive realmente como cristiano se convierte en un bien para todos». La discusión sobre las raíces de Europa se ha hecho estéril, mientras el testimonio del pontífice para una nueva Europa ha abierto brecha en el corazón de las personas y en las instituciones.
Carrón terminó explicando que «mucho del futuro depende de nuestra disponibilidad para asumir el "método de Cristo": estar en la realidad con el mismo amor que recibimos de Él». Al terminar, monseñor Mazza, mirando la catedral, signo de la maternidad de la Iglesia a lo largo del tiempo, exclamó: «Soy un obispo feliz. Ahora nos toca poner en práctica lo que hemos escuchado».
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