Al entrar en el auditorio, monseñor Georges Abou Khazen, vicario apostólico de Alepo, se encontró con un rostro amigo que le estaba esperando. Era el director del coro de la parroquia latina de Alepo, uno de los muchos sirios que han encontrado refugio en la capital lombarda. El obispo había acudido invitado por el Centro Cultural de Milán para participar en un encuentro patrocinado por la Región y la Archidiócesis. Abrió su intervención expresando su gratitud por la ayuda y acogida de los milaneses. Raffaele Cattaneo, presidente del Consejo regional, al saludar a los asistentes subrayó la importancia de la tragedia siria para aprender, en Occidente, a vivir la acogida en una sociedad plural, donde hay que hacer las cuentas con la diversidad. También insistió en este punto monseñor Luca Bressan, vicario de la diócesis para la cultura y la acción social: como cristianos, también hay que aprender a conservar la propia fe en un contexto que ya no es cristiano. El testimonio del obispo sirio fue una auténtica lección en ambos frentes.
El periodista Giorgio Paolucci presentó a Abou Khazen esbozando el retrato de la Siria actual: cinco años de guerra, 300.000 muertos, 20.000 personas desaparecidas, más de cuatro millones y medio de refugiados en el exterior. En este contexto se encuentra Alepo, ciudad mártir, la «Sarajevo del siglo XXI». El relato del obispo parte de la ruptura de la tregua el pasado fin de semana. Después de dos meses de relativa calma («los de Alepo empezaban a decir a los que habían huido que podían volver»), en los últimos días se han producido al menos veinte muertos. Abou Khazen enumeró las plagas que sufre la gente de Alepo: el trauma por ser testigo de muertes violentas, la falta de agua y electricidad, el encarecimiento del coste de la vida, el desempleo.
La comunidad cristiana está cambiando, «hemos perdido en términos numéricos, pero hemos ganado en la profundidad de nuestra experiencia». El pluralismo religioso sirio ha pasado de ser algo formal, al menos en las zonas controladas por el Gobierno de Damasco, a ser esencial. «Los musulmanes han tenido que huir de sus barrios y han venido a los barrios cristianos. Ahora convivimos mirándonos cara a cara, nos conocemos de cerca». Esta es la gran novedad que ha entrado en escena en Siria como efecto “colateral” de la guerra. «Los musulmanes han visto el rostro caritativo de la comunidad cristiana. Reconocen en nosotros una diferencia, una apertura que nunca habían visto antes». Porque la ayuda de los cristianos es para todos los habitantes de Alepo. La obra más imponente es la distribución de comida por parte del Servicio Jesuita de Refugiados, que no solo ayuda a cristianos y musulmanes, también colabora con voluntarios y benefactores islámicos. «A veces nos encontramos con musulmanes que, al ver a los cristianos que abandonan la ciudad, les dicen: “¡No nos dejéis solos!”». Los cristianos, explica el obispo, se han convertido en puntos de unión en la fragmentada realidad de Alepo y Siria.
Paolucci le preguntó cuál había sido en Siria la reacción al gesto del papa Francisco de acoger a tres familias musulmanas en el Vaticano. «Se ha valorado mucho por parte musulmana y ha reforzado la posición de los cristianos. Ha mostrado la apertura de la que somos capaces». ¿Y qué podemos aprender nosotros, europeos, de vuestra experiencia de convivencia?, vuelve a preguntar el periodista. «Para nosotros, durante siglos, no siempre ha sido fácil vivir juntos. Ha habido otros periodos de persecución en el pasado», explica Abou Khazen: «Pero debemos tener paciencia. Dios nos ha creado hermanos, Él encontrará la forma. Esto vale también para vosotros. Pero no tengáis miedo de presentaros tal como sois, de pedir que se respeten las reglas de vuestra sociedad».
El obispo tampoco se ahorró valoraciones políticas sobre el papel de la comunidad internacional. De Europa «esperábamos una actitud más independiente respeto a otras potencias (Estados Unidos, ndr.). ¿Y Rusia? «Desde que intervino, el Isis ha perdido una cuarta parte de su territorio. El papel de Moscú ha sido sobre todo el de presionar a las partes en la negociación, tanto en Ginebra como sobre el terreno, donde varios pueblos rechazan la presencia de los islamistas y piden la reconciliación con Damasco, a veces espontáneamente, a veces bajo la amenaza de los bombardeos rusos». Respecto al embargo, «impide, entre otras cosas, que los sirios que están en el extranjero pueda enviar ayuda. Es casi un crimen que aumenta la miseria de la gente».
Pero que la política y los estados se comporten como no deberían hacerlo no es ninguna novedad. La novedad es ese pequeño rebaño, como lo llama el obispo, que se adentra en el sexto año de guerra sin miedo a hablar del perdón, incluso pensando en los terroristas: «No todos, pero al menos el 80 por ciento dice que reza por su conversión». Es el vuelco de las lógicas humanas, como sucede con la lectura que Abou Khazen hace del encuentro en Cuba entre el papa Francisco y el patriarca de Moscú, Kiril. «Tal vez, sin saberlo, hemos contribuido con nuestro sufrimiento al acercamiento entre ambas iglesias». El obispo tampoco ocultó su asombro al percibir un creciente interés por la comunidad cristiana, hasta el punto que terminó dirigiendo una petición a la platea: «Os pido que recéis por nosotros para que podamos reflejar el verdadero rostro de Cristo, de modo que los demás puedan ver a través de nosotros lo que de verdad están buscando».
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