El Papa reza todos los días por China ante una imagen de la Virgen de She Shan, y entre sus santos preferidos, aparte de san Ignacio de Loyola y Francisco de Asís, está también la joven Teresa de Lisieux. Él mismo se lo confesó a una quincena de niños de todo el mundo con los que se reunión la tarde del lunes 22 de febrero en el estudio del Aula Pablo VI.
Representaban a los alumnos de entre ocho y trece años de varios institutos de jesuitas en diversas partes del mundo que, por iniciativa del padre Antonio Spadaro, formularon una serie de preguntas que el pasado mes de agosto el director de la revista Civiltà Cattolica presentó al Pontífice. De ahí ha nacido un libro que se presentó en este encuentro, marcado por la espontaneidad y la inocencia de los niños: una auténtica fiesta durante casi una hora en la que participaron, entre otros, el cardenal Luis Antonio G. Tagle, presidente de Cáritas internacional, y algunos padres y educadores de los pequeños protagonistas.
Acompañado por el prefecto de la Secretaría de Comunicación, monseñor Dario Edoardo Viganò, el Papa fue recibido a su llegada con un largo aplauso de todos los presentes. Los niños que estaban sentados en el suelo se pusieron en pie para salir corriendo a abrazarlo.
El primero en tomar la palabra fue el purpurado filipino, que felicitó al Pontífice por la fiesta de la cátedra del apóstol Pedro, y le dio las gracias por querer celebrarla con los niños. «Me recuerdan a Jesús con la edad de doce años –dijo el purpurado– cuando en el templo de Jerusalén empezó a hacer preguntas a los maestros. Hoy vosotros –añadió dirigiéndose directamente a ellos– hacéis vuestras preguntas al sucesor de san Pedro».
Inmediatamente se produjo la primera de las bromas que caracterizaron el encuentro. El Papa comentó: «Pero yo creo que san Pedro alejaba a los niños de Jesús». «Pero usted no lo hace, todo lo contrario», intervino el padre Spadaro, quien recordó que el pasado mes de mayo el papa aceptó gustoso su propuesta de publicar este libro. Luego presentó a sus colaboradores editoriales y a los que se encargarían de traducir las intervenciones al español, italiano e inglés. El Papa aprovechó para hacer otra broma: «Somos demasiados aquí».
Pero justo después Francisco se puso serio para hacer una premisa en español. «Quiero decir una cosa a los niños y a los adultos. Las preguntas más difíciles que me han hecho han sido las que me han planteado los niños. Responder a las preguntas de un niño te pone en aprietos, porque el niño tiene algo que mira a lo esencial y hace preguntas directas. Eso tiene un efecto de maduración interior sobre el que escucha la pregunta. De modo que los niños hacen madurar a los adultos con sus preguntas».
Durante el intercambio de regalos, cada uno de los pequeños llevaba un regalo, sobre todo productos alimenticios típicos de sus países de origen, pero también un par de botas, el dibujo de un crucifijo, una invitación a visitar Singapur, un chal, un balón de fútbol y unas jarras de cerveza. La primera en levantarse fue Clara (Irlanda), seguida de Ryan (Canadá), Alexandra (Filipinas), Luca con su hermana pequeña (Australia), Alessio (Italia), Carolina y Juan Pablo (Argentina), Natasha (Kenia), William (Estados Unidos), Faith (Singapur), Judith (Bélgica), Mansi (India) y Yfan (China). Francisco tuvo un gesto de afecto para cada uno de ellos.
La niña irlandesa le preguntó qué era lo que más le gustaba de ser Papa. «Ya os dije que los niños hacen las preguntas más difíciles», comentó Francisco, y continuó: «Estar con la gente, estar cerca de la gente me gusta mucho, porque cuando estás con un anciano, un niño, una chica, un señor mayor, cada uno te enseña algo de la vida y te ayuda a vivir. Se crean relaciones con la gente. Cuando estoy con la gente siempre aprendo algo. Y eso es muy importante en la vida. Cuando estoy con una persona me pregunto qué hay de hermoso en ella, qué cosas buenas me ha enseñado o qué es lo que no me ha gustado». A propósito de esto, él mismo quiso lanzar una pregunta: «¿Es mejor estar con la gente o estar separados de la gente?». Ante la respuesta, «¡Mejor juntos!», insistió: «Para ser felices en la vida hay que construir puentes con la gente».
A la niña filipina que le preguntó que le habría gustado ser si no hubiera sido Papa, Francisco le explicó que cuando tenía más o menos su edad iba con su madre o su abuela al mercado a hacer la compra. «Entonces no era un supermercado. Era el mercado en la calle, que se llamaba “feria” y estaba el puesto de la verdura, el de la fruta, el de la carne… Y me gustaba ver cómo el carnicero cortaba la carne, ¡con qué arte! Y entonces pensaba que quería ser carnicero. Luego estudié química, pero aquella fue mi primera vocación».
La niña de Singapur le preguntó sobre sus santos preferidos. «Tengo muchos santos amigos –respondió el Pontífice– y no sé a cuál admiro más. Pero soy amigo de Teresita de Jesús, de san Ignacio y de san Francisco. Admiro a cada uno de ellos por una razón diferente pero ellos son los tres que más llevo en el corazón».
La pequeña keniata le preguntó cómo se siente al ser Papa. «Me siento tranquilo –afirmó Francisco– y Dios me ha dado la gracia de no perder la paz. Es una gracia de Dios. Me siento como uno que está terminando aquí su vida con mucha paz. Por eso me siento bien, siento que Dios me da paz. Y al mismo tiempo me da alegría, por ejemplo este encuentro con vosotros me hace muy feliz. Cuando el padre Spadaro me habló de esta iniciativa, le dije: ¡estás loco! Pero sin duda esto tiene un gran significado porque yo puedo ser puente con cada uno de vosotros».
El niño italiano preguntó al Pontífice qué le animó a aceptar la elección. «Tenía a mi lado –recordó el Papa– a un gran amigo, un brasileño que ahora tiene más de ochenta años, el cardenal Hummes. Cuando vio que podía ser elegido, me dijo: “No te preocupes, aquí actúa el Espíritu Santo”. Luego, cuando fui elegido, me abrazó y me dijo: “No te olvides de los pobres”. Me puso delante dos personajes: el Espíritu Santo y los pobres. Eso me animó a aceptar y a elegir el nombre de Francisco». El mismo niño se lanzó a preguntar de nuevo, de forma directa e imprevista: «¿Y cómo es el amor que tú sientes por Jesucristo?». El Pontífice, humildemente, respondió que no estaba seguro de amarle verdaderamente, pero que “intenta” amarlo. Además, añadió, «de lo que estoy seguro es de que él me ama. De eso estoy segurísimo».
El niño de Canadá le preguntó si antes de ser Papa era tan religioso como ahora. «Yo soy viejo –le confió Francisco–, tengo ochenta años. La vida de una persona no es siempre así [dijo trazando una línea recta con el dedo]; la vida de una persona es así [trazó una serie de ondas]. Hay momentos alegres y momentos es que estás bajo. Hay momentos de gran amor a Jesús y a los compañeros, y a toda la gente. Y hay momentos donde el amor a la gente no está, y traicionas un poco el amor de Jesús. Hay momentos en que te parece ser más santo y otros en que eres más pecador. Mi vida es así [de nuevo el dibujo de las ondas]. Nunca os asustéis si vivís un momento malo. Nunca os asustéis por cometer un pecado. El amor de Jesús es más grande que todo eso. Vuelve con él y déjate abrazar».
Después de una breve pausa sobre la edad de Bergoglio, provocada por un error de traducción, el niño estadounidense le preguntó si es difícil ser Papa. «Es fácil y difícil –dijo Francisco–, como la vida de cualquier persona. Es fácil porque hay mucha gente que te ayuda. Por ejemplo, todos vosotros me estáis ayudando ahora, porque mi corazón se alegra por trabajar mejor y hacer muchas más cosas. Y hay momentos difíciles porque las dificultades existen para todos los trabajos. Así que son las dos cosas».
El niño argentino quiso saber algo más sobre su elección del nombre de Francisco. «Cuando fui elegido –volvió a explicar el Pontífice– el cardenal brasileño que tenía a mi lado me abrazó diciéndome: “no te olvides de los pobres”. En aquel momento empezó a resonar en mi cabeza la palabra “pobres” y por tanto san Francisco de Asís; por eso elegí su nombre». La niña belga le preguntó por qué vivía en Roma: «Porque el Papa es el obispo de Roma. Primero es obispo de Roma y por eso es Papa», respondió.
El último fue el niño chino, el mayor del grupo, que le preguntó cuántas veces reza cada día y cómo reza Francisco. En su respuesta, además de confesar su devoción por la Virgen de She Shan y su oración por China, el Pontífice recitó una especie de agenda de su jornada. «Rezo por la mañana cuando me levanto, con el libro de oraciones que usan todos los sacerdotes, el Breviario. Luego rezo cuando celebro la misa, y rezo el rosario. Os aconsejo que llevéis siempre con vosotros el rosario. Yo lo llevo en el bolsillo. Por la tarde, adoración del Santísimo Sacramento; estos son los momentos formales. Pero también me gusta rezar por las personas con las que me encuentro. Os he enseñado el rosario y os regalaré uno para cada uno, pero en el bolsillo llevo también un Via Crucis, y cuando veo lo que Jesús ha sufrido por mí, por cada uno de nosotros, por amor, eso me hace más bueno».
Al terminar la conversación, el responsable de la edición, Tom Mc Grath, entregó al Papa todas las cartas no publicadas y los niños se pusieron en pie para hacerse una foto de recuerdo, que en cierto modo reproducía el dibujo realizado por la pequeña belga, y entonaron un breve canto español. Al final, antes de la bendición, entregaron a los niños un Jesus Teacher, un peluche que sirve para ayudar a los niños a rezar. «Os agradezco mucho esta visita porque –concluyó Francisco– para Jesús los niños eran como el reflejo del camino hacia el Padre. Cuando estoy con niños salgo rejuvenecido, y rezo para que tengan una vida buena. Algo que me conmueve mucho y que me causa dolor es cuando saludo a niños enfermos en las audiencias generales. Entonces me hago una pregunta que ya se había el gran Dostoyevski, ¿por qué sufren los niños?». Les aseguro que hasta el Papa, «que parece saberlo todo y tener todo el poder», no sabe qué responder a esta pregunta. «Lo único que me da luz –admitió– es mirar la cruz de Jesús, mirar por qué Jesús sufre por nosotros. Es la única respuesta que encuentro». Un “mensaje”, este, que también vale para los adultos, a los que el Pontífice recomendó «estar cerca de los niños que sufren y enseñar a estar cerca de los niños que sufren».
(publicado en L'osservatore romano el 26 de febrero de 2016)
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