Tiene la voz cansada: «Ya no me queda voz, entre el aire acondicionado y los cambios de temperatura, y teniendo que hablar durante cinco días…». Seguir a Francisco en su viaje africano ha sido realmente intenso y fatigoso. Aura Maria Vistas Miguel, vaticanista de la portuguesa Rádio Renascença, lleva años siguiendo la vida de los pontífices en su magisterio y en sus viajes. La semana pasada acompañó, junto a colegas de todo el mundo, a Francisco hasta Kenia, Uganda y República Centroafricana. «Me ha impresionado mucho, todavía tengo que “absorber” todo lo que he visto», cuenta mientras espera el avión que la llevará a Lisboa.
¿Qué es lo que le ha impresionado?
Cuando llegas, impacta mucho lo que ves. Partes de una vida “cómoda”, a la que ya estás acostumbrada. Pero desde que el avión aterriza en Kenia, empiezas a ver las manchas marrones y poco a poco te vas dando cuenta de que eso son las casas. Los slum. Entonces piensas que en esos barracones de Nairobi vive ¡el 65% de la población de la ciudad! ¿Cómo se puede vivir ahí? Luego lo ves de cerca y es como un puñetazo en el estómago. Según nuestros criterios, es un escándalo. No es que nunca haya visto barracones. En general, cuando viajamos a sitios así los ves, pero muchas veces delante de muchas cosas no nos damos cuenta porque nos interesan otras cosas, especialmente si viajamos por turismo. Vamos a ver lo que nos interesa y nos distraemos delante de lo que, en cambio, está ahí. Esta vez, por el contrario, ha sido como si Francisco hubiera desplazado el centro del Papado para hacer ver al mundo esta humanidad llena de valor. Algo de lo que pocos se dan cuenta, o muchos hacen como si no estuviera. Así que te encuentras por fin mirando estos lugares y te preguntas cómo es posible hacer algo, cambiar todo esto. Pero es tan enorme la pobreza, que piensas: «No hay nada que hacer…». En cambio Francisco ha ido hasta allí, como “voz de uno que grita en el desierto”, para decir exactamente lo contrario. Se ha puesto allí en medio, con el calor, el polvo, los desplazamientos, los mosquitos, el peligro de atentados… Solo le interesaba esa humanidad, esa gente que tiene la misma dignidad que yo. Con la diferencia de que a ellos no se les olvida porque están obligados a vivir con lo esencial. Y este espectáculo, ya difícil de entender en Kenia y Uganda, se ha hecho aún más visible y dramático en República Centroafricana.
¿Por qué?
Porque tú observas los barracones en Nairobi y piensas: «¿Qué hay peor que Kibera, un slum de un millón de personas?». No existe nada peor. Luego llegas a Bangui, donde hay violencia, guerra, devastación. En cada rincón, la dramaticidad que vive esa gente salta a la vista. Qué impacto cuando piensas que Francisco ha querido abrir la Puerta Santa precisamente allí, adonde muchos le aconsejaron incluso no ir. También porque era difícil garantizar la seguridad, y era cierto. Carros armados, cascos azules, una protección increíble. El hotel donde estábamos parecía un búnker en medio de esos barrios donde, nada más llegar, la gente salió a la calle para vernos. Con una alegría indescriptible. ¿Pero cómo es posible? Para mí, es una cosa de otro mundo. Pero su corazón ardía más que el mío. Tanto que les hacía salir de casa a pesar del peligro, con el toque de queda, después del ocaso y sin luz, poniendo en riesgo su propia vida. Sin embargo, para ellos merecía la pena porque su corazón deseaba encontrar a uno que venía a hablarles de la verdad.
Y luego la Puerta Santa… ¿pero por qué allí, en Bangui?
«Capital espiritual de la Misericordia», la ha llamado. Y yo pensaba: «Pero bueno… Bangui puede ser hoy la capital de la desgracia humana». Con 400.000 refugiados, 10.000 niños soldado, un millón y medio de niños con malnutrición, ¿cómo se le puede llamar «capital espiritual»? En cambio, ha sido un signo de lo que es su pontificado, otra ayuda más para entender hacia dónde mirar y que nuestro pequeño espacio de “confort cotidiano” no es tan importante. La verdad pasa por otro lado, por las cosas que más corresponden con el corazón. Tal vez ha tenido que ir hasta esa periferia tan extrema para ayudarnos a entender algo tan esencial.
Parecía muy feliz de estar allí.
Sí. Sereno. Más que en otras ocasiones, en otros viajes. En África no hay sitio para el subjetivismo, que mide y pesa. Para esa gente todo es cuestión de vida o muerte. Y las cosas que se refieren a la vida se reconocen inmediatamente. La insistencia del Papa en las periferias también se debe a esto. Va la periferia del mundo para hacernos entender la Misericordia. La República Centroafricana necesita el perdón. Pero nosotros también. Es lo mismo.
¿Qué tiene que ver la educación con todo esto? Ha sido el leitmotiv de muchos discursos “africanos”.
Porque es realista. Muchos otros que hablan de África subrayan esto, pero él es un “todoterreno”. Va al campo, allí donde otros no llegan, para acompañar las tristezas, las angustias, las alegrías y esperanzas de los hombres. Pero luego también es portador de una propuesta de crecimiento humano. Propuesta que pasa también por la educación, nos hace tomar conciencia de que, para cambiar y crecer, uno tiene que relacionarse con los demás. No hay otra posibilidad. A mayor razón en países pobres y donde hay conflictos de todo tipo, esta es la prioridad. La educación y el respeto a los demás. Son dos cosas que van juntas. Y allí era evidente. Habló de tribalismo, de terrorismo… Francisco es un fenómeno. Él se lleva de Roma sus discursos y luego, sobre todo cuando está con los jóvenes, deja los papeles a un lado y empieza a dialogar de verdad con ellos. Les escucha, les hace preguntas, parte de lo que ellos dicen para explicar las cosas. Es un catequista.
Para de los jóvenes, no solo de las periferias, ¿no?
Siempre ha sido así. Es cierto que le ven como el Papa de los pobres, siempre han intentado clasificarlo, meterlo dentro de un esquema. “El Papa de la pobreza”. Pero él subvierte el esquema. Es un Papa donado al mundo para convertir, para cambiar a todos, incluso a nosotros, que creemos que todo lo sabemos y todo lo hemos visto. Hay una frescura al abordar temas que ya conocemos, que con él nos damos cuenta de que no habíamos entendido nada… No se puede dar nada por descontado. Con los jóvenes es así, tiene esta vivacidad, pero también con todos. Es un espectáculo.
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