Cuando llegó Francisco, la plaza de San Pedro estaba llena de gente. Era una vigilia "formato familiar", en vísperas de la apertura de un Sínodo muy esperado y sobre el que gravitan varios interrogantes, expectativas y esperanzas a veces contrapuestas. Había padres, madres e hijos de todas las edades, pero también abuelos, llegados desde toda Italia para responder al llamamiento lanzado por la Conferencia Episcopal Italiana. Se leyeron fragmentos de las Escrituras e intervenciones del Papa, se cantó, le rezó y se escuchó.
En la plaza estaba también la "familia eclesial", como signo de una unidad que valora los diversos acentos y sensibilidades. Los representantes de las asociaciones y movimientos también ofrecieron su contribución: Matteo Truffelli (Acción Católica), Salvatore Martínez (Renovación del Espíritu), Kiko Argüello (neocatecumenales). Maria Voce, presidenta de los Focolares, evocó el deseo de hacerse cargo de todas las familias, sobre todo en sus heridas y debilidades. «¿Cómo no reconocer a Jesús Crucificado en tantas familias afectadas por una pobreza moral y material, por divisiones, fracasos y traiciones, por la guerra, la pérdida de esperanza en el futuro? Sin embargo Jesús nos ha dado la prueba de que precisamente estas circunstancias -donde parece que Dios se ha retirado y abandonado a la humanidad a su suerte- se transforman en etapas de un camino de resurrección si nos dejamos acompañar por Él».
Las palabras de Julián Carrón, por parte de Comunión y Liberación, formaron la intervención más breve: gracias a Dios que sigue generando familias, y el reconocimiento de que la Belleza es un signo que remite a un "más allá". «Si no encuentran aquello a lo que remite el signo, el lugar en donde puede hallar cumplimiento la promesa que el otro ha suscitado, los esposos están condenados a consumirse en una pretensión de la cual no consiguen librarse, y su deseo de infinito está destinado a quedar insatisfecho». Aún más, «nuestras familias podrán alcanzar su plenitud, perdonarse mutuamente, afrontar todos los desafíos, abrirse a los demás, si Le acogen en casa».
Los testimonios de esposos y prometidos mostraron las modalidades con que esta hospitalidad se lleva a cabo, y permitían ver hasta qué punto confiarse a un Amor más grande nos hace capaces de convivir con las heridas que abre la vida cotidiana. Francesco y Lucia Masi, 35 años de casados, cinco hijos y cuatro nietos, conmovieron a la plaza entera. Ella padece una enfermedad autoinmune que limita gravemente sus movimientos. Habló de su desesperación, su rabia, su llanto, que han acompañado su enorme sufrimiento. «Luego Jesús me atrajo hacia sí. Esta carne y esta vida, la mujer en la que me he convertido en mi matrimonio, esta carne única, indivisible, una, entrará en la mirada de Dios».
Cuando el Papa toma la palabra, la plaza ofrece una visión muy sugerente, con miles de velas encendidas en las manos de los participantes. Y él decide empezar precisamente por aquí: «¿Vale la pena encender una pequeña vela en la oscuridad que nos rodea? ¿No se necesitaría algo más para disipar la oscuridad? ¿Acaso se pueden vencer las tinieblas?». La mente se dirige hacia los desafíos que maridos y mujeres, padres y madres, afrontan dentro y fuera de las paredes de su casa, los mismos que los padres sinodales reunidos con el Papa discutirán estos días. Hubo un tiempo en que cuando se decía "familia" todo estaba claro: un padre, una madre, unos hijos. Ahora las cosas con mucho más complicadas, todo se ha diluido, se ha hecho incierto y confuso. En medio del derrumbamiento de las evidencias, la familia es una de las principales víctimas. Vínculos conyugales que se debilitan, identidades sexuales que se ponen en discusión, pretensiones de paternidad que con tal de ser satisfechas recurren a prácticas donde los mecanismos naturales se desvirtúan por completo. Y luego los dolores y fatigas de la vida diaria.
¿Qué hacer para no quedar preso de la pérdida y la impotencia? No hay fórmulas mágicas, Francisco recordó a los padres sinodales que se les pide «escuchar y confrontarse teniendo fija la mirada en Jesús, palabra última del Padre y criterio de interpretación de la realidad». Hace falta un nuevo punto de partida, que mire a la experiencia que Jesús vivió durante treinta años con María y José: «Volvamos a Nazaret para que sea un Sínodo que, más que hablar sobre la familia, sepa aprender de ella, en la disponibilidad a reconocer siempre su dignidad, su consistencia y su valor, no obstante las muchas penalidades y contradicciones que la puedan caracterizar».
Esos miles de velas encendidas por el pueblo de la plaza de San Pedro decían que todavía hay un deseo verdadero de amor que anima a mucha gente, un deseo de mirarse teniendo como horizonte el "para siempre". No porque estén provistos de particulares virtudes ni porque les animen buenos sentimientos, sino porque están seguros de que hay Otro que puede cumplir este deseo. Entonces el límite no es más que una objeción, entonces uno deja ya de ser esclavo de la oscuridad, como concluyó Francisco: «Esta Iglesia puede verdaderamente iluminar la noche del hombre, indicarle con credibilidad la meta y compartir su camino, sencillamente porque ella es la primera que vive la experiencia de ser incesantemente renovada en el corazón misericordioso del Padre».
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