Cardenal Scola, este domingo empieza el Sínodo conclusivo sobre la familia. Hace un año usted declaró en el Corriere: ni hablar de comunión a los divorciados vueltos a casar, el Papa no podrá hacer otra cosa. ¿Lo confirma?
Expresaba un presagio, veremos qué pasa al final. Si quiere que le diga que personalmente no he encontrado razones adecuadas para aceptar la propuesta del cardenal Kasper, está bien, pueden hacer sus gráficos distinguiendo a "los que están con el Papa", "los que no están con el Papa"... pero mi preocupación es de una naturaleza totalmente distinta. Tengo la impresión de que se está "pensando" poco. A todos los niveles.
¿Se ha pasado de intelectual Ratzinger al populista Bergoglio?
No, Ratzinger es un "humilde servidor de la viña" y Francisco no es en absoluto un populista. Es un gran hombre de fe que, desde el primer día, ha innovado en dos direcciones. Ha entendido que si uno no se implica personalmente no puede ser autoridad, por eso el Papa Francisco da una gran importancia a los gestos. Su idea de la pobreza teológica es fundamental.
¿Pobreza teológica?
Sí. El Papa dice: si, siguiendo el Evangelio, observamos la realidad partiendo de la periferia, de la experiencia concreta de los pobres, lo veremos según una perspectiva más completa que haciendo lo contrario, partiendo del centro y yendo hacia la periferia. Las dos cosas demuestran que tiene un fortísimo sentido del pueblo, un carisma extraordinario de implicación con toda la realidad. Y expresa una visión teológica y cultural eficaz. Que haya podido aprender esta actitud en un país como Argentina, donde el pueblo ha tenido un peso histórico relevante, sin caer en cortocircuitos fáciles -peronismo o no peronismo-, ya es un dato importante. No en vano Bergoglio ha contribuido a hacer evolucionar la teología de la liberación en una teología de pueblo, liberándola del riesgo de la ideología. Si se me permite una comparación un tanto atrevida, la gente decía a Jesús: "es uno que habla con autoridad" porque se implicaba en lo que decía. El Papa es así: el populismo no tiene nada que ver. En todo caso, el problema es el uso que se puede hacer de este papado.
¿Qué quiere decir?
Hay que estar vigilante ante las instrumentalizaciones externas, que podrían volver a introducir a la Iglesia en una lógica ideológica, en un momento en que es más necesario que nunca "mezclar las cartas", superar las disputas estériles, escucharse mutuamente. Si por el contrario se cae en la lógica de bandos contrapuestos: "teníamos razón nosotros que ya decíamos ciertas cosas", "estas cosas ni siquiera tienen que decirse"..., entonces habremos acabado. Este es el desafío que tiene por delante la Iglesia italiana.
Empieza el Sínodo. Usted propuso, en vez de enfrentarse sobre la comunión, hacer más fácil la declaración de nulidad del matrimonio. ¿Será así?
Hay una diferencia cualitativa entre los dos problemas. Una cosa es agilizar la verificación de nulidad, cosa que el Santo Padre ha hecho ya con el motu proprio, y otra es readmitir en la comunión sacramental a los divorciados vueltos a casar, porque la verificación de la nulidad nunca ha tenido un resultado preestablecido. Si se verifica que había matrimonio, lo hay. La relación entre Cristo y la Iglesia, en la que los dos esposos expresan ante la comunidad cristiana su consenso, no es un modelo exterior a imitar. Es el fundamento del matrimonio que nace. Yo, esposo, no podría nunca fundamentar el "para siempre", la indisolubilidad, sobre las arenas movedizas de mi voluntad. ¿Cómo puedo confiar de forma definitiva en que mi mujer me será siempre fiel? ¿Qué pasa en el consenso mutuo expresado dentro del acto eucarístico? Que yo quiero ese deber del "para siempre" y no decido sobre la base de mi frágil voluntad sino arraigado en la relación nupcial entre Cristo y la Iglesia. Esto es lo que, a través del sacramento, fundamenta el matrimonio.
¿Está diciendo que la comunión no es accesorio sino fundamento mismo del matrimonio?
Exactamente.
Pero ligar la nulidad del matrimonio a la falta de fe de uno de los esposos, ¿no debilita el vínculo?
Está claro que la dimensión subjetiva de la fe no se puede verificar: yo no me puedo permitir juzgar cuánta fe tiene usted o no. Pero la fe no es un hecho individualista, se inserta orgánicamente en la comunión. Jesús dijo: "Cuando dos o tres se reúnan en mi nombre yo estaré en medio de ellos". La Eucaristía es el culmen expresivo de esta naturaleza comunional de la fe. Por tanto, respetando hasta el fondo la conciencia de cada persona, se puede valorar si pretende o no hacer lo que la Iglesia hace cuando une a dos en matrimonio. La urgencia prioritaria, para mí, es que el Sínodo pueda sugerir al Santo Padre una intervención magisterial que unifique, simplificándola, la doctrina sobre el matrimonio. Una intervención que tienda a mostrar la relación entre la experiencia de la fe y la naturaleza sacramental del matrimonio.
Julián Carrón ha dicho que sobre las uniones homosexuales hace falta diálogo, no un muro. ¿Qué piensa usted?
Ya he dicho que, para reconocer plenamente la dignidad personal de lo que sienten atracción por su mismo sexo, los cristianos hemos sido un poco lentos. Pero la familia es algo único, con una fisonomía muy específica, ligada a la relación fiel y abierta a la vida entre un hombre y una mujer. No creo conveniente una legislación que, en los principios o incluso solo en los hechos, pueda generar confusión a este nivel. Entre otras cosas, no estoy muy seguro de que el Estado deba ocuparse directamente de estas cosas e incluso me irrita un poco este Parlamento europeo porque no tiene derecho a presionar a los Estados miembros en favor de una normativa de ámbito ético. Sobre todo tengo la impresión de que, siendo pobre en poderes reales, se ocupa de estos temas a destiempo, sin tener en cuenta las diferencias entre Estados. Italia no es Suecia ni Holanda.
¿Los católicos deberían hacer oír más su voz?
Sí, mediante el testimonio, también público, del buen amor. Hay que distinguir bien la cuestión de las uniones homosexuales de la familia, pero prestando una atención extrema al camino que hacen las personas que sienten esta atracción. Hace unos días recibí a los líderes de una asociación muy interesante, Courage, promovida en 1980 por el cardenal Cooke, entonces arzobispo de Nueva York. Son personas que se comprometen a vivir la castidad sintiendo este tipo de atracción...
Por ejemplo, si dos homosexuales vivieran juntos en castidad, ¿la Iglesia no les condenaría?
Claro que no. En este campo no existe el blanco y el negro. Como en la situación de los divorciados vueltos a casar: cada caso es personal. Todo lo que tiene que ver con la dimensión sexual del yo es personal y solo se puede tratar personalmente. No existe la categoría de los homosexuales, o la categoría de los divorciados vueltos a casar. Cada uno de nosotros, ya sea homosexual o heterosexual, desde que nace hasta que muere tiene que responder en esta dimensión. Es lo que algunos psicoanalistas llaman el "proceso de sexuación". Todos nosotros debemos ser respetuosos hasta el fondo con el camino tanto de los homosexuales como de los heterosexuales. No me gustan las simplificaciones exasperadas, que reducen todo el Sínodo al problema de la admisión de los divorciados a la comunión sacramental, por lo que cuando se habla de uniones homosexuales todo se reduce al derecho a ser familias, y no se entra nunca en un pensamiento sólido, no se tocan nunca las cuestiones que hay detrás, las únicas capaces de promover la dignidad de todos y su equilibrada libertad.
¿Por eso dice que se piensa poco?
Claro. Mire lo que pasa también con la inmigración.
Una familia de inmigrantes en cada parroquia: ¿está de acuerdo?
En Milán empezamos hace tiempo a movernos en esta dirección. La Iglesia es el buen samaritano: acoge, cuida. ¿Pero se está afrontando el problema en profundidad? No es solo una emergencia, es un fenómeno estructural, en los próximos 30-40 años será imponente. No será una comisión de tecnócratas la que lo resuelva todo en su despacho. Podrá ser útil, pero hace falta una visión política que sepa valorar los datos de la experiencia. Preparando los "Diálogos de vida buena" que tendremos en Milán con varias voces de la sociedad civil -rectores universitarios, emprendedores, filósofos- había una pregunta recurrente: "Todos estamos ante la evidencia de que una época está llegando a su fin. ¿Y ahora qué?". Estamos entrando en una fase donde la discontinuidad será un elemento ineludible. Se cruzan factores que irrumpen gravemente inconexos entre sí, desde la bioingeniería genética a la neurociencia, la civilización global, el mestizaje, la mutación antropológica, un modo de valorar los comportamientos individuales y sociales. Sin embargo, nunca es el puro fragmento. Esta inédita discontinuidad se gobierna reconociendo la ruptura, pero al mismo tiempo intentando coser todo lo que se pueda unir. De otro modo no conseguiremos superar la confusión de la pregunta: ¿y ahora qué?
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