Miguel José Serra nació y fue bautizado el 24 de noviembre de 1713 en la ciudad de Petra, en la isla de Mallorca (España). Era muy delgado para su edad, por lo que siempre estaba un poco delicado de salud, pero aun así desde muy joven alimentó grandes aspiraciones. Al joven José le apasionaba la lectura de las vidas de santos, y le fascinaban especialmente los relatos sobre san Francisco de Asís.
A los quince años, José dejó a su familia para entrar en la Universidad Franciscana de Palma de Mallorca, donde se matriculó en la Facultad de Filosofía. A los 17 años, gracias a su brillante inteligencia y madurez, fue admitido en la orden franciscana, a pesar de las preocupaciones de sus superiores a causa de su precaria salud.
Al tomar el hábito franciscano tomó el hombre de Junípero, que significa "juglar de Dios", un apelativo que usó el propio san Francisco. En 1737 fue ordenado sacerdote y empezó a dar clase de teología durante siete años en la Universidad de Mallorca.
Aun siendo muy valorado como docente, Serra no se contentó con una carrera académica normal. Estaba deseoso de poder visitar otros países, cosa bastante común entre los isleños mallorquines, que durante siglos habían sido navegantes y cartógrafos, y también un rasgo habitual en muchos españoles de la época de Serra, ansiosos por zarpar a las lejanas "Indias" (como llamaban entonces a las Américas). Además, desde siempre se le habían quedado grabados los relatos heroicos de los santos que había leído de pequeño.
El sueño de Serra, por tanto, no se inspiraba en el ansia de descubrir nuevos tesoros o ganarse glorias militares, sino sobre todo en el deseo de anunciar el acontecimiento cristiano a aquellos que aún no lo habían conocido. Pero él sabía bien que los primeros discípulos fueron enviados por Cristo a predicar de dos en dos, así que rezó durante meses para que Dios le mandara un compañero.
En 1749 su sueño se hizo realidad, cuando conoció a otro franciscano de su provincia que deseaba partir como misionero a las Américas. Su nombre era Francisco Palou, que acompañó al padre Serra en muchos de sus viajes y sería luego el autor de su biografía póstuma. Junto a otros misioneros franciscanos, se embarcaron rumbo a América.
La travesía fue larga y fatigosa, pero cuando fray Junípero desembarcó por fin con sus compañeros de la Vera Cruz, en la costa mexicana, decidió proseguir a pie por Ciudad de México, mientras los demás lo hicieron a caballo. A lo largo del camino, a Serra le picó un insecto en una pierna, que se le hinchó y le dejó una lesión permanente que le dificultaba andar.
Al llegar a Ciudad de México, pasó un periodo de estudio en el colegio de San Fernando para prepararse para el servicio misionero. Poco tiempo después empezó su obra junto a otros hermanos franciscanos en los montes mexicanos de la Sierra Gorda, donde predicaba a las poblaciones nativas y donde fundó nuevas misiones en territorios que antes habían sido extremadamente hostiles a la fe cristiana.
Durante su permanencia allí, se ganó el respeto de sus superiores y fue nombrado presidente de las misiones en la región. En 1758 volvió al colegio de San Fernando, donde nuevamente se dedicó a la enseñanza de la filosofía durante nueve años, hasta que volvieron a llamarle para la misión en la que entonces era considerada la tierra más perdida del mundo, la Baja California.
En 1768 pusieron a su cargo a un grupo de misioneros franciscanos que llevarían adelante las misiones de Baja California fundadas por los jesuitas. Serra llegó a Loreto, en Baja California, en abril de aquel año. En marzo de 1769 fundó su primera misión, San Fernando Rey de España, en Velicatá, en la parte septentrional de la península. Pero Junípero no se quedó mucho tiempo en la zona. En julio de 1769 se sumó a una expedición hacia la Alta California, donde consagró su primera misión el 16 de julio en la actual ciudad de San Diego. Durante su permanencia en Alta California, Serra asistió a la fundación de nueve misiones.
Murió en la misión de San Carlos (Carmelo) el 28 de agosto de 1784, después de una vida dedicada a difundir incansablemente el Evangelio entre las poblaciones de la Alta California.
Su fama como apóstol de Cristo le acompañaba ya en vida, pero a causa de la inestabilidad política y de los enfrentamientos sociales de las décadas siguientes, el deseo de verle elevado a los altares tuvo que esperar mucho tiempo antes de poder realizarse.
«Afortunadamente, la vida de este fraile es como un libro abierto», afirma monseñor Francis Weber en su libro Blessed Fray Junipero Serra: an outstanding California hero (Bendito Fray Junípero Serra: un héroe excepcional de California). La propuesta oficial de la canonización de Serra se envió a Roma en 1934 y le siguieron 14 años de instrucción de la causa, durante los cuales se recogieron documentos sobre su vida, entrevistas con los descendientes de aquellos a los que había conocido, indianos e hispanos. El libro de Weber da una idea bastante precisa del proceso: «El proceso formal dio comienzo el 12 de diciembre de 1948 en Fresno, presidido por el obispo Aloysius J. Willinger. Todas las personas implicadas en la causa prestaron juramento de fidelidad y secreto. Se nombraron jueces con poderes especiales para interrogar a los testigos, planteándoles preguntas formuladas por el promotor fidei, o "abogado del diablo". En el curso del debate, se examinaron cuidadosamente en su contenido doctrinal todos los escritos de Serra: en total 2.420 documentos (7.500 páginas)».
Las miles de páginas de documentos y testimonios hicieron evidente que la gente que conoció a Serra le consideraba un santo -ya fueran nativos o españoles-, incluso algunos que habían sido adversarios suyos. Incluso los funcionarios que se habían opuesto a su línea política -sobre todo al considerar a los militares responsables de su comportamiento con las poblaciones indígenas- no pudieron negar que Serra lo hacía solo por amor a Dios y al próximo, no por una recompensa personal.
Según Weber, la causa era sólida: «El monumental testimonio presentado en la Sagrada Congregación de las Causas de los Santos con un Summarium de 620 páginas y su grueso volumen adicional indicaba que durante su vida, en su muerte y también después de ella hubo siempre un coro unánime de alabanzas que consideraba a fray Junípero Serra digno de la beatificación». Pero para su beatificación había que esperar a la aprobación del primer milagro. En 1987 una monja se curó de un lupus gracias a su intercesión.
A pesar de las montañas de documentos sobre la vida de Serra, hubo voces de abierta contestación cuando el Papa Juan Pablo II lo proclamó beato en 1988. Para muchos creyentes y no creyentes sensibles a los efectos negativos del colonialismo europeo, la idea de que un sacerdote español asociado a este fenómeno pudiera llegar a ser santo era causa de preocupación. La oposición se hizo aún más fuerte cuando el Papa Francisco anunció su intención de concluir el proceso de canonización en enero de 2015.
Junto a la nueva documentación en sufragio de la santidad de Serra, el Papa Francisco tenía varias razones para proceder, entre ellas el apoyo de varios expertos que llevaron a cabo rigurosos estudios sobre la vida de Serra y su contexto histórico. El arqueólogo Rubén Mendoza, experto en culturas indígenas de América Latina, pasó unos años trabajando en los territorios de las misiones de toda California. Se le considera uno de los mayores expertos del mundo en Junípero Serra y en las misiones californianas. «Era un hombre adelantado a su tiempo. Se dedicó totalmente a la causa de los nativos americanos», declaró Mendoza recientemente en una entrevista.
Robert Senkewicz y Rose Marie Beebe, que dirigen un equipo de historiadores y traductores que han escrito mucho sobre los territorios de las misiones californianas, publicaron este año una relevante biografía de Serra de más de 500 páginas. Para Senkewicz, la canonización de Serra no se contradice con sus posibles defectos: «Yo creo que a una persona no la canonizan por ser perfecta, de otro modo es posible que ni siquiera san Pedro hubiera llegado nunca a ser santo».
La canonización de Serra llega en vísperas del Jubileo extraordinario de la Misericordia, que trata de animar a los cristianos a ejercer y buscar la misericordia y el perdón. Uno de los episodios más famosos en la vida de Serra va ligado directamente a su interés por la misericordia y el perdón en el año 1775. Cuando varios cientos de guerreros atacaron la misión de San Diego matando al padre Luis Jayme, el misionero que residía allí, Serra escribió inmediatamente al virrey (representante del soberano español en México) para recordarle lo que le había pedido tiempo atrás: «Si los indios me mataran, bien sean gentiles o cristianos, deberán ser perdonados». El fraile exigió un decreto formal del virrey que extendiera esta política a todos los misioneros, presentes y futuros, incluido el padre Jayme, que había sido recientemente asesinado. «Para mí será especialmente reconfortante tener este decreto en mis manos durante todos los años que Dios se digne a añadir a mi vida».
En una homilía reciente, el Papa Francisco explicó su decisión de concluir el proceso de canonización de Serra. El motivo principal: «Fue un misionero incansable». Francisco no es un defensor del colonialismo, como ha dicho claramente en otros discursos, pero sigue creyendo en la "misión". Para el Papa Bergoglio, una Iglesia que no sale afuera, al mundo, para anunciar el Evangelio, especialmente entre los pobres y marginados, se queda encerrada y sin incidencia. Y la misión es algo que el Papa quiere enfatizar de modo especial en el propio hemisferio de origen: «El testimonio de fray Junípero nos reclama a dejarnos implicar, en primera persona, en la misión continental». También ha invitado a no ocultar figuras como la de Serra, sino sobre todo a «examinar escrupulosamente sus fortalezas y, sobre todo, sus límites y debilidades». Como sugería Gregory Orfalea, el biógrafo de Serra: «Francisco identifica la fe de Serra con el corazón, ese tipo de corazón que Francisco considera hoy indispensable, lleno de "generosidad y coraje"».
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