¿Qué significa vivir esta ausencia de la que habla el Meeting cotidianamente?
Significa, sobre todo, ser leales con la propia humanidad. Porque esta ausencia está ahí, en nuestro corazón. Es la huella en nosotros, que estamos hechos de polvo, que somos frágiles y vivimos inmersos en las circunstancias y la complejidad de la vida, de que estamos hechos para un destino más grande. Creo que el éxito de estos primeros días del Meeting es que los múltiples encuentros que hemos tenido, con personas que tienen historias, caminos y recorridos muy diferentes, demuestran que la gran diferencia no está entre quien es malo, quien no tiene razón, quien comete errores y quien en cambio acierta y lo hace todo bien. La gran diferencia entre los hombres, en nuestra vida cotidiana, está entre quien se contenta con lo que tiene o con la respuesta que su razón puede darse por sí misma (y que al cabo se revelará siempre pequeña), y quien no se contenta con menos del infinito misterio y acepta el drama de la vida, que es la relación con este infinito al que nombramos “Dios”.
¿Para usted qué significa mirar a personas como el padre Douglas y el padre Ibrahim, ponentes del encuentro sobre cristianos perseguidos, que cada día viven en esta dramática actualidad la fe y la esperanza, que les da una alegría inimaginable?
Mirándolos y escuchándolos -pero, sobre todo, mirándolos- uno debe rendirse a la evidencia - palpable- de que el testimonio es esencialmente todo aquello que Cristo hace en nosotros. La pregunta radical que nace de su vida es: “¿Qué es la fe para mí? ¿Cuál es la razón verdadera por la que vale la pena vivir y, si se da, morir?”. No es un discurso, no es la defensa de valores… La fe es revivir cada día el encuentro con uno que nos viene a buscar, que nos viene a decir: “Te necesito. Necesito tu 'sí'''; estés yendo a trabajar a la oficina, o bien te despiertes bajo las bombas.
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