Domingo 21 de junio en la plaza más grande de Turín, plaza Vittorio Veneto. Desde las ocho de la mañana está llena de gente, tanto la plaza como las calles aledañas. Un pueblo espera con alegría la llegada, un par de horas más tarde, del Papa Francisco, para celebrar la misa durante su visita pastoral a la ciudad. Una «basílica al aire libre»: así describe el arzobispo de Turín, monseñor Cesare Nosiglia, la plaza donde se celebró la ceremonia que nadie quería perderse, ni los sacerdotes ni las autoridades civiles, ni las hermandades ni los movimientos eclesiales, así como multitud de fieles y ciudadanos.
También estaban entre las primeras filas, por propio deseo del Papa y del arzobispo, los representantes de "otras confesiones", en un sector donde se respiraba un aire especialmente alegre y entusiasta. Gracias, sin duda, a la visión y voluntad del Papa. Y también gracias, en el Piamonte, a un trabajo de iniciativas particulares que contribuyeron a crear este clima ecuménico.
Casi todos los representantes religiosos allí presentes se habían reunido el 10 de junio, menos de dos semanas antes, en un encuentro titulado "Nosotros estamos con Vosotros", promovido por un comité homónimo después de meses de confrontación y diálogo. Ese día desfiló una "procesión silenciosa" desde el ayuntamiento hasta la sede del Servicio Misionero Juvenil, pasando por el centro histórico y por los barrios con más tasas de inmigración.
Entre la gente que pasaba por las calles aquella noche había representantes de todas las confesiones religiosas presentes en la región. Al término, todos juntos participaron en un momento de oración y testimonio, inaugurado por el coordinador del evento, Giampiero Leo, y clausurado por el arzobispo Nosiglia. Durante la velada se explicaron las razones de esta iniciativa, ilustradas en un Manifiesto al que todas las entidades se habían adherido, con la firme convicción de hacer juntos un camino común.
Un camino que nace de la conmoción de cuatro amigos ante las tragedias y testimonios que llegan de los cristianos perseguidos, que se sintieron interpelados por el reclamo del Papa Francisco a no quedarse mirando desde la ventana, cómplices de un silencio vergonzoso, que intentaron reaccionar a todo aquello como mejor sabían. Así que empezaron a reunirse y a discutir. Eran Giampiero Leo, católico comprometido en la política; Bruno Geraci, periodista y presidente de una asociación de laicos católicos; Claudio Torrero, budista y miembro de varias organizaciones, como Interdependence y Religions for Peace; y Younis Tawfik, escritor y columnista iraquí, musulmán, cuya familia sufrió persecuciones bajo el régimen de Saddam Hussein y después con los fundamentalistas del Isis.
Desde los primeros encuentros para aclarar ideas y confrontarse con el arzobispo, que decidió inmediatamente apoyar la iniciativa, hasta la publicación de un Manifiesto firmado por más de sesenta entidades, confesiones religiosas y movimientos (católicos, ortodoxos, islámicos, hebreos, budistas, hinduistas, valdenses, protestantes, mormones, baha'ì, movimientos de derechos civiles y no violentos, centros culturales), con el deseo de responder al llamamiento del Santo Padre para defender la libertad religiosa y la sacralidad de la vida, para no elevar muros sino para construir puentes, para ser portadores no de odio y muerte sino de alegría y esperanza.
La experiencia vivida, el entusiasmo y la unión entre tantos y tan distintos crearon un ambiente muy fecundo, que les terminó llevando delante del Papa, el 21 de junio, para hacer una promesa: que el trabajo iniciado, con la oración y la providencia, no termine.
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