Cuarenta obispos maronitas con el carden Angelo Scola, reunidos para celebrar su sínodo. Aparentemente una reunión “normal” de obispos, en realidad la puesta en común de pastores que guían sus iglesias en todos los rincones del mundo. Cada año se reúnen con su patriarca, el cardenal Béchara Boutros Raï, en Jenuah, la "casa madre" de los maronitas repartidos por los cinco continentes, a los pies de la montaña que acoge el santuario de Arissa, Nuestra Señora del Líbano.
Caminando entre los pórticos de piedra del Patriarcado, junto a los obispos maronitas de la región vemos a los que guían las diócesis donde viven sus compatriotas emigrados durante las últimas décadas: Georges Abi Younes ahora en México, Elias Zaidan en California, Gregory Mansour en Nueva York, Anthony Tarabay en Australia, Marwan Tabe en Canadá, Maroun Nasser Gemayel en París, Edgar Madi en Brasil, Habin Chamieh en Argentina, Francais Eid en Egipto… Se hace patente el significado profundo de la catolicidad, aun celebrando la misa en árabe según el antiquísimo, sugestivo y totalmente particular rito maronita, tan alejado del rito romano y ambrosiano.
Al empezar su intervención en la asamblea, el cardenal Scola recordó ante todo su último viaje al Líbano, en junio de 2010. «Desde entonces, ¡cuántas cosas han cambiado en solo cinco años, y en general para peor! El paisaje humano se ha transformado hasta el punto de resultar a veces irreconocible, ante la prueba que las comunidades cristianas están sufriendo sobre todo en Siria e Iraq, pero en general en todo Oriente Medio, faltan las palabras. Pero callar sería seguir el juego a los perseguidores».
Entonces el arzobispo de Milán propuso tres reflexiones, centradas en torno a tres palabras: martirio, victoria, Occidente.
La primera idea del cardenal Scola se refirió al martirio, con una «profunda gratitud por el testimonio de adhesión a Cristo que las iglesias orientales, católicas y no católicas, están dando al mundo entero. Es un testimonio que no pocas veces llega hasta el martirio, cuyos efectos, en la Iglesia y fuera de ella, ahora no podemos medir. Los medios de comunicación, que tantas veces se transforman en instrumentos de propaganda terrorista, consciente o inconscientemente, difunden estas actas de martirios contemporáneos con una inmediatez (y crudeza a veces) que las narraciones de los primeros siglos solo nos permitían intuir».
«La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos –añadió Scola citando a Tertuliano–. Pero hay una cosa, solo una, que puede impedir esta generación: la división entre los discípulos. El momento trágico que está atravesando esta región puede convertirse entonces en una ocasión propicia para dejar a un lado todo lo que separa y buscar lo que une».
Entrando aún más en la problemática de Oriente Medio, Scola introdujo la segunda palabra: vitoria.
«Aquí y no solo aquí, en todas partes se busca la victoria mediante la opresión y eliminación del adversario. Pero estamos viendo que este camino solo conduce a la muerte y a la destrucción. Muchos políticos y hombres religiosos buscan construir una sociedad completamente homogénea. Así, en Iraq y Siria, las milicias yihadistas atacan a los cristianos y a otras minorías religiosas, cuando no las eliminan físicamente, y destruyen sus huellas. El problema es que el proceso de “des-humanización” no se acaba ahí. Luego van los no-musulmanes, y luego los musulmanes de confesión distinta (sunitas contra chiítas y viveversa), luego los musulmanes “descarriados”, los que pertenecen quizás a órdenes místicas, en fin, todos aquellos que no pueden exhibir una perfecta y ortodoxa praxis según un esquema de intolerancia progresiva que ya hemos visto muchas veces en acto. Frente a este proyecto, creo que los cristianos, y en primer lugar los cristianos orientales, deben seguir diciendo con claridad: “¡no!”. Este no es el camino que Dios quiere para Oriente Medio. Más homogeneidad no significa menos conflictos, porque siempre habrá alguien “más fundamentalista que yo”, que intentará someterme a su credo. ¿Acaso Somalia vive en paz por el hecho de ser al 100% musulmana suní? ¿O Afganistán talibán? ¿Ha sido bueno para Pakistán haberse marcado el objetivo de crear un Estado islámico? ¿Es sabia la política israelí que en los últimos años acentúa a toda costa el carácter hebreo de su Estado? Nuestra victoria es la Pascua, el Cristo Resucitado que acepta llevar sobre sí el pecado del mundo y con su obediencia destruye el cuerpo del pecado».
La última reflexión del arzobispo de Milán puso su mirada en Occidente, donde «existe una dificultad real para comprender lo que está sucediendo en esta región. Cree que ya lo sabe, que tiene la clave para interpretar los hechos. Y así se cometen tales errores de apreciación. El Occidente medio no es capaz de pensar en una guerra de religión, también por su historia pasada, y razona únicamente según los absolutos de democracia y tiranía, sin percibir la necesidad de cooperar con todas las fuerzas que se oponen, por las más diversas razones, al genocidio físico y cultural perpetrado por el Isis y por los Estados que, directa o indirectamente, lo apoyan en el proyecto criminal de un Oriente Medio monocolor. Por eso me temo que es un esfuerzo inútil tratar de plantear la cuestión, incluso con los gobiernos occidentales, en términos de derecho a defenderse. El único lenguaje que me parece que aún se puede usar es el humanitario: narrar los sufrimientos. Sugeriría por tanto que se identificaran ciertos casos especialmente llamativos sobre los que solicitar una intervención internacional. Pienso concretamente en Alepo, que ya se ha convertido en la nueva Sarajevo del siglo XXI. La propuesta de abrir un corredor humanitario para aliviar el sufrimiento de esta ciudad, antes de que acabe en manos del Isis, podría tener alguna posibilidad de éxito a nivel mediático. Además, siendo realistas, no me parece posible esperar, en el escenario de inmovilismo internacional tan embarazoso y miope que lamentablemente predomina».
Fue muy rico el debate con los obispos que surgió después, y que tocó –entre otros– el tema de la inmigración en las costas italianas y la cerrazón de Europa ante la acogida y el fenómeno de los que vienen del Viejo Continente hasta Oriente Medio para combatir defendiendo la causa del Isis.
Cierta cerrazón de Italia y de los países europeos ante unas decenas de miles de personas desesperadas que huyen de guerras, persecuciones y miseria, resulta incomprensible en un país como el Líbano, con menos de cuatro millones de habitantes, que acoge a casi dos millones de refugiados sirios.
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