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Los que pasáis por el camino

Carmen Pérez
11/04/2014 - Una ventana abierta al mundo

“Vosotros, los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta”. Esta exclamación pertenece al libro de las Lamentaciones del Antiguo Testamento. Libro que está en el conjunto de obras nacidas de la experiencia en el exilio del pueblo escogido y que recoge la larga agonía de los últimos días de Israel y todo el reino. Son muy expresivas las imágenes de la Madre Dolorosa que han suscitado en la piedad católica la aplicación de esta exclamación a la Virgen en el momento de máximo sufrimiento ante la Pasión y Muerte de su Hijo. Hay una obra de referencia mundial, la Piedad de Miguel Ángel. Una maravillosa escultura que puede verse en todos los ángulos, aunque el punto de vista casi siempre escogido es de frente. En todos los pueblos, ciudades y capitales está siempre la imagen de la Madre que parece decir: vosotros, los que pasáis por el camino, todos vosotros por los que ha muerto mi hijo, mirad y ved si hay dolor como el dolor que me atormenta.
Antes de vivir lo que significa la Semana Santa, la Semana de Pasión, nos hemos de poner ante la Madre Dolorosa, a la que cualquier persona, que reconozca lo que está viviendo la Madre de Cristo, le brotaría esta misma exclamación: mirad y ved si hay dolor como el dolor que le atormenta. María, la Madre, como otra madre cualquiera lo experimentaría ante la pasión y muerte de su hijo. Pero es que además María es la Madre que está ante el Misterio que es su propio hijo, Jesús de Nazaret. Es la Madre que desde el comienzo grabó en su corazón las palabras de Simeón: Y a ti misma una espada te traspasará el alma. La pasión del Hijo se convierte también en pasión de la Madre. Es la Madre la que, al pie de la cruz, siente con su Hijo el fracaso terreno y el abandono por parte del Dios que lo envió. También a esto tiene que seguir diciendo: Sí, hágase en mí según tu palabra.
Es un hecho, aunque no lo parezca, que el principio fundamental de la vida es el amor. Pensemos en si es posible una sociedad sin amor, a pesar de toda la prostitución del amor que estamos viviendo, de la carencia y del egoísmo que hay. San Agustín decía: ni yo mismo comprendo todo lo que soy. El amor humano contiene siempre una pretensión de eternidad. Muchos conocemos el famoso soneto de Quevedo, Amor constante más allá de la muerte: “Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día… Mas no, de esotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama el agua fría, y perder el respeto a la ley severa… Su cuerpo dejará no su cuidado; serán ceniza, más tendrá sentido; polvo serán, más polvo enamorado”.
El amor es el auténtico misterio. Sólo quien percibe y se abre a la infinitud del amor se abre al sentido de la vida, y por lo tanto penetra en la esencia de la fe. El amor, dice el pensador francés Gabriel Marcel es una pugna contra la muerte. Decirle a una persona: te amo, significa: me niego a aceptar tu muerte, protesto contra la muerte. El amor es lo que anhelamos y nos vivifica. Pero su auténtica dimensión nos lleva al misterio del amor de Dios, que nos amó, dicho con nuestras palabras humanas: hasta el extremo. Ante María, la Piedad, la Madre Dolorosa, la Virgen de los Dolores, Nuestra Señora de las Angustias, el amor de todos los hombres que han pasado por el camino, y también de los que pasarán por el mismo camino, seguirá exclamando: no hay dolor como tu dolor. Y en ese momento estaba preparada interiormente para asumir la maternidad eclesial respecto a todos los nuevos hermanos de Jesús. ¡Qué dimensión tan humana, tan real, tan necesaria, es la Iglesia fundada por Cristo! Es la gran familia. Y por eso, la familia es la pequeña iglesia doméstica.
María, como ha dicho Benedicto XVI, es la expresión de la cercanía de Dios. En cada momento de nuestra vida que nos pongamos ante Ella, sentiremos que la Encarnación, Pasión y Muerte de Jesucristo se hace palpable gracias a Ella. Que el Hijo de Dios tenga una Madre, y que todos nosotros hayamos sido encomendados a Ella, es la mayor manifestación de la humanidad de nuestro Dios. La manera concreta de cómo se desarrolla la Semana Santa, todos los pasos del Vía Crucis de Jesús y de María, es la gran humanidad a la que estamos llamados, el gran misterio de amor, de amor eterno, “con amor eterno te amé”.
Nosotros ahora, los que estamos pasando por el camino de la vida, como hijos de Dios que somos, no nos cerremos a la gran realidad del misterio de nuestra vida que es el amor. No pasemos por alto que el auténtico amor humano tiene siempre pretensiones de eternidad. Y esto nos abre realmente al amor de Dios, y a nuestra misión de amor. Todo lo que celebramos y vivimos esta Semana Santa es lo más grande que nos puede ocurrir, la mayor certeza de nuestra vida, a pesar de todas nuestras luchas y dificultades. La figura de María sigue conmoviendo a los seres humanos que abren su corazón y su mente a la realidad de cómo Dios ha querido venir a nosotros para salvarnos. Literalmente para “salvarnos”, para nuestra gloria y bienaventuranza eterna. Ahí está nuestra Madre. Vayamos por el camino que Él ha querido mostrarnos, no con nuestros esquemas y medidas.
“Al pie de la cruz, en la hora suprema de la nueva creación, Cristo nos lleva a María. Él nos lleva a Ella porque no quiere que caminemos sin una madre, y el pueblo lee en esa imagen materna todos los misterios del Evangelio” (Papa Francisco).

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