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Cuando conocemos qué recibimos nos despertamos a amar

Carmen Pérez
28/03/2014 - Un 28 de marzo de 1515 nació Teresa de Jesús, por eso estamos preparando con tanto entusiasmo el V Centenario de su nacimiento.
Santa Teresa de Jesús.
Santa Teresa de Jesús.

Supo lo que recibió y se despertó a amar. Esto es el cristianismo, saber qué recibimos y despertarnos a amar. El diálogo de Nicodemo con Jesús que nos narra Juan en el Evangelio tendría que ser una referencia constante para nosotros porque es una conversación memorable. Lo que realmente anhela nuestro corazón y nuestra razón, cuando no lo cerramos y reducimos, no es posible humanamente hablando. Eso le pasó por ejemplo a Miguel de Unamuno que hasta escribió su experiencia del diálogo de Nicodemo con Jesús de Nazaret.
Ahora, a las puertas de ese “tiempo litúrgico” tan impresionante que vamos a vivir, tiempo de reconocimiento del amor de Cristo hasta el extremo, se nos presenta un fragmento de este diálogo que empieza así: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él”.
Me han impresionado estas palabras del diálogo de Jesús de Nazaret con el fariseo llamado Nicodemo, jefe judío. “Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras”. Este es el juicio, convenzámonos de que la última claridad sólo puede venirnos de Dios. El juicio es consecuencia de la intervención histórica de Dios en Jesucristo. Es la última de sus acciones, tras ella reinará la eternidad. La concepción cristiana del Juicio se distingue de todas las demás concepciones puramente morales y mitológicas. Cristo es la norma y medida del juicio: porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca. Es la lógica cristiana, la racionalidad cristiana. Y así se ve el gran error, el gran pecado, el que nos destruye y no tiene perdón, el pecado contra el Espíritu de Dios, no creer en su amor. El que no cree ya está juzgado.
Teresa de Jesús vivió en su vida lo que realmente es “el juicio”. En su autobiografía, en el camino que ella propone a sus hijas – “hijas”, nombre que tiene siempre en su corazón – sentimos claramente los diálogos de Jesús en el Evangelio, por ejemplo con la samaritana, pero ahora concretamente en el diálogo con Nicodemo. De una manera entrañable, maravillosamente femenina, nos lo hace sentir. Pienso en la vivencia concreta de la conversión como nos la transmite en el capítulo X de su autobiografía. Es una delicia porque comienza a declarar como ella misma dice “las mercedes que el Señor le hacía”. ¿Es que es otra cosa distinta la conversión que volvernos al Señor, cambiar nuestro corazón y nuestros razonamientos, para reconocer las mercedes del Señor? Y en una frase, de lo más cercana, que todos comprendemos, y de la que todos podemos tener nuestra experiencia, sintetiza su saber reconocer las mercedes que el Señor le hacía: “si no conocemos qué recibimos no nos despertaremos a amar”. ¿Por qué no abrirnos al verdadero Juicio: tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él.
Es lo que también nos hace sentir Teresa de Jesús: es cosa muy cierta que si nos vemos ricos y vemos la posibilidad de ser muy ricos, sabiendo lo pobres que somos, nuestro corazón estalla de gratitud. Es cosa muy clara, que amamos más a una persona cuando vemos y recordamos las buenas obras que nos hace. Es imposible tener ánimo, fuerza, si uno no se siente amado, salvado por Dios. Por eso en cada momento hemos de sacar fuerzas de flaqueza para no ser ingratos ante lo que Dios quiere para nosotros, y lo que nos ofrece. No es propio de hijos, ni de personas bien nacidas, no sentir las obras y grandezas de Dios, su modo de amarnos, salvarnos.
Este capítulo X es una rica experiencia de conversión, de encuentro con Dios. “El que no se sabe favorecido de Dios no puede amar”; con esta frase nos expresa cómo está su corazón empapado de reconocimiento ante la gratuidad de lo que Dios hace y el modo de hacerlo: de humildad que es andar en verdad y, consecuencia de ello, de admiración y gratitud. De ánimo para vivir y de confianza para superar las circunstancias que sean. Todos necesitamos saber que hemos sido amados, perdonados, salvados por Dios en Cristo.
Esa es nuestra alegría: cuando conocemos qué recibimos nos despertamos a amar.

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