Durante el Cónclave, cuando entre los perfiles preparados de los papables había incluido el nombre de Bergoglio, los compañeros de la prensa le habían mirado mal. Imposible. Pero Stefano Maria Paci, desde 2003 vaticanista del canal de televisión Sky, estaba vinculado al cardenal de Buenos Aires. Lo había conocido cuando celebraba la misa en San Lorenzo Extramuros en Roma y a través de los amigos de 30Días, la revista mensual donde comenzó su carrera periodística. Ya en aquellos encuentros tuvo la impresión de estar ante «una persona muy sencilla, muy humilde y de gran inteligencia».
Un año después del inicio del Pontificado, ¿qué le sorprende de Francisco?
Sobre todo la urgencia con la que hace las cosas. Una urgencia que transmite a toda la Iglesia. Tiene ideas clarísimas que comunica con decisión y ternura. Como sólo un padre sabe hacer. Me sorprende el hecho de que dé mensajes sencillos e insistentes. La suya es una opción pedagógica elegida hace tiempo.
¿En qué sentido?
Francisco tiene la conciencia clara de estar en un mundo descristianizado, un mundo que ha perdido la verdadera percepción del cristianismo, como si hubiéramos vuelto a los primeros siglos. Por eso repite los puntos más elementales de la fe de un modo que sorprende y emociona a la gente. Todos lo comprenden. Y de esta manera reconstruye el tejido del pueblo cristiano. Las nociones básicas del catecismo – la atención a los pobres, la oración – se convierten en titulares de los periódicos. Este Papa es un don de la fe que emociona y conmueve como si hubiéramos vuelto al anuncio primigenio.
¿Qué episodio es el que más le ha impresionado?
Muchos, pero destaco dos en particular. El primero, en Río de Janeiro, durante la Jornada Mundial de la Juventud, cuando su coche se confundió de calle y quedó atrapado entre la multitud. Me di cuenta del peligro que corría, y a pesar de que los hombres encargados de su seguridad le pidieron que al menos subiera la ventanilla, él no lo hizo. Más tarde, durante una entrevista para una emisora brasileña, dijo: «Cuando se va a casa de un amigo, uno no se protege, no podía poner una pantalla». El Papa no es un ingenuo, es perfectamente consciente de los riesgos que corre, su elección es muy concreta: quiere estar en contacto con las personas, poniéndose totalmente en juego. Esto me impresiona.
¿Y el segundo?
Una mañana, durante la misa en Santa Marta. Estaba cansadísimo y resfriado, pero vi cómo se arrodillaba delante del tabernáculo completamente concentrado en aquello que estaba sucediendo, en la celebración. Es una misa que jamás olvidaré por la intensidad de aquellos momentos. Y al acabar se detuvo a saludar a todos, sin prisa. Cada persona era importante por el solo hecho de estar allí. Concibe su papel como una extensión de la paternidad de Dios.
Sus palabras sorprenden a la gente corriente y también a los no creyentes. Suscita preguntas.
Últimamente, debido a graves incomprensiones y escándalos a menudo ingeniosamente construidos, la Iglesia estaba viviendo un período difícil de diálogo con el mundo exterior, y con Francisco esta distancia ha sido eliminada. El Papa comunica algo fascinante, que sorprende, y que pone en condiciones de escucharlo incluso después, cuando en un futuro diga cosas quizá más difíciles de comprender. Es el método de los jesuitas, como me explicó el gran teólogo Ignace de la Potterie cuando trabajé para 30Días: es necesario primero "acariciar" al oyente para que luego te escuche cuando digas cosas menos agradables. Algunos, escandalizándose, sostienen que abandona los grandes temas, como el aborto, la eutanasia, etc., que en algunos países son los baluartes de la batalla católica. Pero no es cierto. Habla de ello sin suscitar incomprensiones, no se aparta ni un milímetro de la doctrina católica, pero no levanta un muro al diálogo. Quizá esto crea más problemas a algunos eclesiásticos que a la gente corriente. Reclama siempre la atención sobre la Iglesia, no sobre sí mismo. Por eso dice: «No gritéis: “El Papa, el Papa”, sino “Jesús, Jesús”».
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