Hoy un aristócrata: creyente, fraile, intelectual, teólogo, filósofo, humano, culto, humilde.
Aristócrata en el genuino sentido de lo que significaba “aristócrata” en el mundo griego, por ejemplo en Platón: el mejor en el poder. Porque aristocracia viene del griego, aristos, el mejor, y cratos poder. Esa es la excepcional figura de nuestra pincelada de hoy. Un aristócrata intelectual creyente, uno de los mejores por su fe, por la fuerza y el poder de su inteligencia y de su humanidad. Uno de los mejores en clarividencia, profundidad, comprensión, y todo ello vivido con amor, veracidad y sencillez.
Estoy profundamente convencida de que Tomás de Aquino es una de las grandes figuras del pensamiento intelectual, teológico, filosófico, religioso y cultural. Sería como una ingratitud, experimentaría como que me falta algo, pero algo importante, habría un vacío, si no viviera la fiesta de este testigo de Jesucristo. Y desde aquí mi gratitud hacia un excelente profesor de la Universidad de Barcelona, el Dr. Canals (que descansa ya en la paz del Señor), gran tomista, que nos lo hizo gozar y saborear. Sto. Tomás ha sido y es una de las personalidades que más me ha impactado, y que más bien me ha hecho en mi formación y en mi piedad, por ejemplo, concretamente en la experiencia de la fe en la Eucaristía. En Tomás de Aquino es evidente que la fe y la razón son como las dos alas del espíritu hacia la verdad. Su deseo de verdad, que pertenece a la naturaleza humana, encontró su tierra firme en la revelación cristiana. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y en definitiva de conocerle a Él, para que conociéndole y sintiéndose amado por Él, pueda amarle y alcanzar la verdad sobre sí mismo.
Es un buen testimonio para nuestro momento. Estamos viendo que sin la referencia a Dios, al Dios personal que es la respuesta a nuestras inquietudes y preguntas, el hombre queda a merced de todo, sin puntos cardinales, sin ningún rumbo y sin sentido en su vida. ¡Cuántas propuestas, cuántas leyes, cuántos paradigmas actuales elevan lo efímero, lo que destruye, lo que deshace al hombre, al rango de valor!, cuando toda verdad, incluso parcial, si es realmente verdad, debería serlo siempre y para todos. Se evita la verdad porque se temen sus exigencias.
Fue Juan Pablo II quien escribió la encíclica Fe y Razón. Juan Pablo II, el Pastor que comenzó su misión en la Iglesia con la conocida exclamación: «No tengáis miedo a abrir de par en par las puertas a Cristo». Uno de los gritos más esperanzadores y revolucionarios del mundo contemporáneo que se debate entre la angustia y los miedos de lo que él mismo ha creado: la cultura de la muerte y la pérdida de la dignidad humana.
Y fíjense qué regalo de Dios vivimos muchísimas personas en el Palacio de Congresos de Madrid, asistir a la Conferencia “Fe, verdad y cultura” sobre esta encíclica del Cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Tomás de Aquino, Juan Pablo II y el entonces Cardenal Ratzinger, tres testigos, tres testimonios unidos en la más rica y maravillosa unidad de lo que es el ser humano: humanidad y fe, sin ningún dualismo, ni separación. Y vista esta unidad con el gozo que comporta la revelación cristiana, la Persona de Jesucristo que es la verdadera estrella que orienta al hombre. Tomás de Aquino era presentado por dos grandes Papas de la Iglesia católica como gran testigo de unidad entre la razón y la fe, del pensamiento cristiano, y modelo del modo correcto de hacer teología.
En la biografía que Chesterton ha escrito sobre Sto. Tomás, para mí una de las mejores que he leído sobre él – comprendo que desde luego no se lee como la inmensidad de los libros que alcanzan grandes éxitos de propaganda y venta – hay un capítulo que quiero citar hoy: «La vida real de Santo Tomás». Un santo puede ser cualquier clase de persona, con una cualidad adicional que es a la vez única y universal: un santo ha dejado muy atrás cualquier deseo de distinguirse; es la única clase de persona superior que nunca ha practicado la superioridad. Teresa de Jesús diría que “anda en verdad”. Y pongamos los nombres de santos que conozcamos. ¿Y quién tiene cerrada la puerta a la santidad? ¿Cómo nos quiere nuestro Padre Dios?
Todos, si somos, al menos, un poquito buenas personas, y tenemos un mínimo de buena intención ante la vida, nos conmovemos con la vida de un santo. Nos admira y conmueve la sencilla humanidad que nos transmiten las personas en la vida diaria, o en momentos de sufrimiento. Incluso podríamos decir que lo único que separa a un santo de las personas ordinarias es su disposición a no distinguirse de las personas ordinarias. Los santos tienen horror insondable a hacer el fariseo, dobles intenciones, suspicacias.
Decía que Sto. Tomás de Aquino me había hecho mucho bien en mi formación y en mi piedad, en concreto su vivencia de la Eucaristía. Precisamente Urbano IV, gran amante de la Eucaristía, le pidió al Doctor Angélico como se le llama, que compusiera el Oficio divino para el día de Corpus Christi. El oficio es uno de los más hermosos que hay en el breviario Romano y ha sido admirado incluso por protestantes. Su poesía es la perla de una ostra fuertemente cerrada. Pero abierta, contemplada, gozada, saboreada su belleza durante siglos.
Dice Chesterton que el autor del Oficio divino del día de Corpus Christi, no es sólo lo que hasta los más zopencos llamarían un poeta; sino que los más exigentes llamarían un artista. Todo ello es como un antiguo instrumento musical curiosa y primorosamente incrustado con muchas piedras de colores y metales. El conjunto está encordado con dos fuertes poesías en latín: Pange lingua (Canta oh lengua) y Adoro te devote (Te adoro con fervor).
Para millones y millones de personas su vivencia de la Eucaristía ha sido sentida, proclamada, orada, vivida con estos himnos. Esto sí que es la juventud de lo eterno. Con estos dos himnos, que nuestros labios proclamen lo que nuestro corazón y nuestra inteligencia creen: Te adoro con fervor, Dios que estás bajo estas formas escondido, a ti mi corazón se rinde entero…
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