Extraña “pareja”, María y José. Ella, deseosa de ser toda de Dios y, sin embargo, llamada a ser madre; y él, queriendo sólo un matrimonio justo – según la Ley de Moisés –, empujado, por el contrario, a asumir una paternidad irregular y, para aquel tiempo, inconveniente. Ambos tuvieron que aprender, no cabe duda, que el cumplimiento de la propia vida no consistía en su proyecto, sino en la relación con Otro. La fiesta de la Sagrada Familia nos lleva, por tanto, a preguntarnos qué mantiene verdaderamente en pie un matrimonio o una relación por controvertida y problemática que sea. María y José, en este sentido, se muestran como dos personas adultas, no porque sean “valientes” o “santos”, sino por el hecho de no tender en absoluto a buscar en el otro el cumplimiento de la propia vida. En ellos, el matrimonio aparece verdaderamente como el camino elegido para ir hacia su Destino como personas, y no como una institución donde buscar refugio, paz o tranquilidad. ¡Cuántos matrimonios y cuántas relaciones viven con la sutil pretensión de que el otro pueda responder a todo el drama que cada uno tiene en su corazón, convirtiendo este vínculo en una relación sutilmente violenta, frustrante, presa del miedo!
Pero el problema en realidad no reside en la relación; sino en su origen, en el “yo” de cada uno. Construir un “nosotros” sin que exista un “yo” resulta de hecho una empresa desastrosa y chapucera, repleta de sueños y fantasías, pero pobre de realidad y profundidad. Cuando a los 25 o a los 30 años uno cree que el problema de la vida es casarse, eso significa que ya ha extraviado lo esencial para vivir una relación de pareja: no tanto buscar alguien para casarse cuanto hacer todo el camino – todo el recorrido – para “desposarse” a uno mismo, la propia humanidad, y llegar así a admitir, quizá entre lágrimas, que nuestro corazón tiene verdadera necesidad de Cristo.
Entre paréntesis, qué estériles son los debates sobre la homo y heterosexualidad cuando eluden el verdadero problema, que es el de la vocación. ¿Para qué he sido hecho yo? ¿Qué hago yo en el mundo? Cuando desaparece del horizonte de la vida la dimensión de la “tarea” queda tan sólo el cumplimiento burgués de los propios deberes conyugales o, peor, la satisfacción recíproca de los instintos y de las necesidades de cada uno de nosotros. Y todo se convierte en un chantaje, una objeción, un precipicio por el que caer. Tenemos verdadera necesidad, siempre, de redescubrir para qué está hecha toda la amplitud de nuestro corazón. Y mi corazón no está hecho para ti – amor mío –, está hecho para Cristo.
Pero si esto es verdad, entonces ¿quién es el otro? ¿Sólo un instrumento para llegar a Dios? El otro no es nunca un simple medio, una herramienta que usar (ni siquiera con fines religiosos), sino que el otro es el lugar donde se reabre continuamente mi pregunta sobre la vida: sus límites, su belleza, su dolor o su fuerza me hacen preguntarme una y otra vez por aquello de lo que mi vida está hecha.
El otro es el Santuario donde continuamente es provocada mi humanidad, desafiada, relanzada a pedirlo todo. Un matrimonio, por tanto, no está en crisis simplemente porque existe un problema; está en crisis cuando el otro ni siquiera me hace enfadar, cuando ya ni roza mi conciencia. En este sentido, la mujer y el marido son el signo más grande de la Misericordia de Dios, que no ha querido que nuestro corazón durmiese en la inconsciencia, sino que fuese despertado continuamente por el rostro del otro.
Como le sucedía a José con María y a María con José: el otro es mi posibilidad de vivir todos los días, el otro es siempre una propuesta de Dios. Una propuesta que yo soy llamado a acoger en cada instante: tanto en el silencio de la noche, como en el fragor del día, presto a amar más allá de todo. También cuando el otro decidiese dejarme. Porque en esta tierra nosotros no somos el éxito de nuestras consideraciones, sino que – por la fuerza del sacramento – participamos de la fidelidad de Dios y de Su capacidad de decir, siempre y en cada instante, de manera personal: “Yo te amo”.
*Profesor de Patrología, Cristología y Antropología teológica en el Instituto Superior de Ciencias Religiosas "Mater Ecclesiae" de Génova.
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