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La paz según Francisco

Giuseppe Frangi
16/12/2013 - Il Sussidiario

Si existe una palabra clave para entender al Papa Francisco, esa palabra sería “relación”. Ya lo dio a entender con claridad en su carta dirigida a Eugenio Scalfari cuando, respondiendo a una de las preguntas que le había planteado al fundador de La Repubblica, explica que la verdad es una relación. En aquella ocasión, Francisco precisaba: «Me pregunta si pensar que no hay nada absoluto y, por tanto, tampoco una verdad absoluta, sino sólo una serie de verdades relativas y subjetivas, es un error o un pecado. Para empezar, no hablaría, ni siquiera para quien cree, de verdad “absoluta”, si se entiende absoluto en el sentido de inconexo, que carece de cualquier tipo de relación. Para la fe cristiana, la verdad es el amor de Dios por nosotros en Jesucristo. Por tanto, ¡la verdad es una relación!».
Ahora volvemos a encontrar la palabra “relación” al inicio de su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz: «La fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano». En síntesis, Francisco nos dice que la raíz de la paz es esta conciencia que el hombre debe tener sobre su naturaleza relacional, y que la forma más completa de esta naturaleza suya es la idea de “fraternidad”, palabra que repite hasta 42 veces a lo largo de su mensaje. El hombre, dice el Papa, tiene una «vocación a la fraternidad».
En el mundo de hoy asistimos a un empobrecimiento de las relaciones. El propio Francisco lo menciona en la segunda parte de su mensaje, pero en vez de limitarse a sugerir comportamientos responsables que puedan frenar esta deriva, va directo a la raíz de la cuestión. Y nos pide que profundicemos en la «viva conciencia de este carácter relacional». ¿Pero de dónde puede nacer esta conciencia?
Francisco no tiene ninguna duda: del descubrimiento del amor paternal de Dios hacia todos los hombres. Nadie queda fuera de este amor: «La fraternidad está enraizada en la paternidad de Dios. No se trata de una paternidad genérica, indiferenciada e históricamente ineficaz, sino de un amor personal, puntual y extraordinariamente concreto de Dios por cada ser humano». Un amor que llega a convertirse «en el agente más asombroso de transformación de la existencia».
A partir de esta conciencia vivida uno entiende esa inmensa carta de simpatía que Francisco está sembrando y recogiendo por doquier, sea cual sea la historia y la pertenencia de su interlocutor. El Papa, en cierto sentido, es la encarnación misma de lo que dice. Es el testigo fiable de sus propias palabras. Para él, la relación con el otro es una experiencia imprescindible, casi una necesidad, un gusto irreductible por lo humano, sin fronteras ni etiquetas. Esta actitud suya es lo que transmite a la gente de nuestro tiempo una dimensión de paz, no deseada sino vivida. No predicada, sino experimentada.
Una dimensión que describe en una estupenda página de la Exhortación apostólica Evangelii gaudium: «Hoy, que las redes y los instrumentos de la comunicación humana han alcanzado desarrollos inauditos, sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad, en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. De este modo, las mayores posibilidades de comunicación se traducirán en más posibilidades de encuentro y de solidaridad entre todos. Si pudiéramos seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador, tan liberador, tan esperanzador! Salir de sí mismo para unirse a otros hace bien. Encerrarse en sí mismo es probar el amargo veneno de la inmanencia, y la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos». No se podrían hallar palabras más convincentes para explicar de qué modo “relación” llega a ser un sinónimo de la paz.

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