No sé si ustedes habían oído este antiguo dicho católico: «Tal como es su domingo, así será el día de su muerte». Lo recuerda Peter Seewald en la conversación que mantiene con el entonces cardenal Ratzinger. Los dos van a ser nuestra referencia, en el libro Dios y el mundo.
Ante el recuerdo del antiguo dicho: «Tal como es su domingo, así será el día de su muerte», el gran pensador y humanista Ratzinger contesta: «Si Dios y el domingo han desaparecido de la vida, faltan las reservas para realizar esta última transformación. Aunque la gracia de Dios es inagotable, no hay que dejar extinguirse estas calladas reservas en el alma, para que cuando se las necesite no las encuentre completamente vacías, y esto debería constituir toda una advertencia».
Me preguntaba un chico, que hace más de un año que está parapléjico por un accidente, una zambullida en un lago, qué era para mí la muerte. Y le dije que es un hecho, un hecho tan concreto como la vida, y sin el que no entiendo nada de mi existencia, ni de la naturaleza. Nacer, vivir, morir. Vivir “siempre” esto que llamamos vida terrena, o vida que transcurre en el tiempo – añadamos todas nuestras edades y circunstancias –, ¿tiene sentido? ¿No hay en nuestro interior algo que no acabamos de tocar ni de entender, pero que deseamos? ¿Nos podemos imaginar viviendo “siempre”, si es que somos capaces de sentir qué es “siempre”? Y al mismo tiempo la vivencia que Unamuno expresa muy bien: nuestro anhelo de inmortalidad, de plenitud, de deshacer la “nada”, de fundirnos en el bien, la luz, la paz, la verdad, la justicia.
Decir domingo para el creyente cristiano es decir resurrección, vida eterna. Esta vida, la que vivimos, nuestra vida, es frágil, efímera, y vamos por ahí como si fuéramos inmortales. Vida y muerte van unidas. Nadie puede pensar en la vida sin sentir internamente muerte, y al contrario. La vida, la muerte, la enfermedad, el sufrimiento son hechos que vivimos, no castigos.
Por eso la Iglesia celebra seguidas la Fiesta de todos los santos, la fiesta de la fuerza del bien, de la bondad, del verdadero sentido de la vida, y la Conmemoración de los fieles difuntos, de los que han muerto. El gozo de todo en el Señor al celebrar la fiesta en honor de todos los santos tiene una continuidad en esta celebración. Nadie puede pensar en la vida sin ser consciente de que acabará en la muerte. Todo en la naturaleza nos habla de ello, los mismos ciclos de las estaciones. Por eso tal como es su domingo, así será el día de su muerte. El verdadero sentido de la muerte es el nacimiento a la vida eterna. Así salva Dios Padre, así redime Jesucristo, así vivifica el Espíritu Santo. Pedimos, recordamos, celebramos la Eucaristía por todos los que han muerto con la confianza de que con la muerte nos dirigimos a la verdadera vida.
A la pregunta del periodista: «Decía usted que Dios nos dará en el “Más Allá” un nuevo cuerpo: ¿significa esto que nadie será como era?». La contestación nos transmite algo que ilumina nuestra razón y nuestro corazón: «la resurrección en el día del juicio final es, en cierto sentido, una nueva creación, pero preservará la identidad de la persona en cuerpo y alma. Identidad significa que el alma, a la que mediante la resurrección se le regala de nuevo su capacidad moldeadora, construye también un cuerpo idéntico desde dentro. Es inútil especular con el aspecto exacto que puedan tener la corporalidad y materialidad de los resucitados».
El hecho, la realidad, es que nuestros difuntos están con Dios. Tenemos que abandonar nuestras categorías de localización meramente materiales. Al igual que no podemos situar a Dios en un determinado espacio y tiempo, también los muertos mantienen otra relación con la materia. La relación de Dios con el espacio material podíamos decir que es una relación de imperio total. Al hablar de los niveles de cercanía de Dios, de estar con Dios, con nuestro lenguaje decimos algo que no es posible determinar según categorías geográficas y temporales. Los que están con Dios han salido de esa forma de relación, de referencia espacio-temporal. El estar con Dios de los que han muerto es hablar de una forma nueva en la realidad del universo, y de ese modo es un estar cerca de nosotros. Hay que dejar las categorías de hora en hora, de día en día, vinculadas a la rotación de los astros para entrar en una nueva forma de presencia personal. Deberíamos imaginarnos la eternidad más bien como un momento de plenitud situado más allá del tiempo y del espacio. Tal como es su domingo así será el día de su muerte.
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