Les abrazó uno a uno. Una caricia en la cara y un beso en la frente. A los más mayores les alborotaba el pelo con la mano. Un saludo tierno y juguetón para cada uno de los niños con discapacidad del Instituto Seráfico de Asís. El Papa Francisco quiso empezar aquí su visita a la ciudad del santo del que tomó su nombre con ocasión de la fiesta del 4 de octubre. Esos niños, escribe el Papa, le recuerdan a Nicolás, un chico con discapacidad de 16 años que le envió desde Buenos Aires «una de las cartas más bellas que he recibido». «Querido Francisco: no puedo escribirte (porque todavía no hablo, ni camino), pero le he pedido a mis padres que lo hagan en mi lugar, porque ellos son las personas que mejor me conocen. Este año, en noviembre, recibiré la Confirmación, algo que me da mucha alegría. Todas las noches, desde que tú me lo pediste, le pido a mi Ángel de la guarda, que se llama Eusebio y que tiene mucha paciencia, que te cuide y te ayude. Puedes estar seguro de que lo hace muy bien porque cuida de mí y me acompaña todos los días».
El Papa se quedó en silencio ante los “pequeños” de Asís. Había preparado un discurso escrito, pero al final habló sin papeles, mientras casi cien mil personas le escuchabas desde las pantallas gigantes instaladas alrededor de la Basílica de san Francisco. «Sobre el altar adoramos la carne de Jesús, en estos niños encontramos Sus llagas. Y estas llagas han de ser escuchadas, reconocidas». Llagas, no heridas. El Papa insiste. Los signos de la Pasión hacen a Jesús «bellísimo»: «Cuando Cristo resucitó no tenía en su cuerpo moratones ni heridas... ¡Nada! ¡Era más hermoso! Sólo quiso conservar las llagas y se las llevó al Cielo. Nosotros aquí cuidamos las llagas de Jesús y Él, desde el Cielo, nos dice a cada uno: “Te estoy esperando”».
Cristianos de pastelería
El Papa Bergoglio ha sido el primero, en la historia de la Iglesia, en tomar el nombre de Francisco. Hijo espiritual de san Ignacio de Loyola, se enamoró del Poverello de Asís. La noche de su elección «tenía a mi lado al arzobispo emérito de Sao Paulo y Prefecto emérito de la Congregación para el Clero, Claudio Hummes, un gran amigo», contó el Pontífice: «Cuando la cosa empezaba a ponerse un poco peligrosa, él me confortaba, y cuando los votos resultados alcanzaron los dos tercios, momento en que viene el aplauso habitual que el Papa ha sido elegido, él me abrazó, me besó y me dijo: no te olvides de los pobres». «Esa palabra entró aquí», añadió el Pontífice tocándose la cabeza: «Los pobres, los pobres. Luego, inmediatamente, en relación con los pobres, pensé en Francisco de Asís».
La segunda etapa de la visita del papa fue en el obispado, en la Sala de la expoliación de san Francisco, donde tuvo un encuentro con los pobres que son atendidos por Cáritas. Otro discurso sin papeles, comentando las hipótesis que estos días publicaban los periódicos sobre lo que podría decir en Asís. Consideraciones, críticas, indiscreciones: «El Papa irá allí para despojar a la Iglesia», «despojará de sus hábitos a los obispos, a los cardenales; se despojará a sí mismo...».
«Esta es una buena ocasión para invitar a la Iglesia a despojarse», dijo Francisco: «Pero la Iglesia somos todos, ¿eh? ¡Todos! Desde el primer bautizado, todos somos Iglesia. Y todos debemos avanzar por el camino de Jesús, que recorrió un camino de desposeimiento, él mismo. Si queremos ser cristianos no hay otro camino. “¿Pero no podemos hacer un cristianismo un poco más humano?”, dicen algunos. Sin Cruz, sin Jesús, sin despojarse. Pero así seremos cristianos de pastelería, como unas hermosas tortas, como hermosos dulces... Bellísimos, pero no cristianos de verdad».
Hay una frase que el Papa repite muchas veces: la mundanidad es uno de los mayores males. «Nosotros no podemos perseguir el dinero, la vanidad, el orgullo. ¡La mundanidad espiritual mata! ¡Mata el alma! ¡Mata a las personas! Mata a la Iglesia». En este mundo, denunció, «no importa que mucha gente tenga que huir de la esclavitud, del hambre, buscando la libertad, y con cuánto dolor vemos muchas veces que estas personas encuentran la muerte, como ha sucedido en Lampedusa. ¡Hoy es un día de llanto!».
La paz de Francisco
La visita del Papa ha sido una peregrinación, hecha de encuentros, silencio y oración. En privado, ante el crucifijo de san Damián («que es un Cristo vivo, porque tiene los ojos abierto. Está vivo porque es Dios encarnado»), en la Porziuncola y después en la tumba de santa Clara y en la de san Francisco. Y en público, durante la Misa celebrada en la plaza de la Basílica inferior.
Llegó antes de lo previsto, a las 7.30 de la mañana y habló a un ritmo trepidante. Era como si tuviera prisa por decir lo que llevaba en el corazón. «¿Qué nos dice Francisco con su vida? Que ser cristianos significa vivir en una relación vital con la persona de Jesús. Es identificarse con Él. La paz franciscana no es un sentimiento dulcificado. Por favor, ¡ese san Francisco no existe! Tampoco es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos. ¡Eso no es franciscano! La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que “toma sobre sí” su “yugo”, es decir, su mandamiento: amaos los unos a los otros como yo os he amado. Desde esta Ciudad de la Paz, repito con la fuerza y la suavidad del amor: ¡respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción! Respetemos a todo ser humano: que cesen los conflictos armados que llenan de sangre la tierra, que callen las armas. Sintamos el grito de aquellos que lloran, sufren y mueren a causa de la violencia, del terrorismo o de la guerra, en Tierra Santa, tan amada por San Francisco, en Siria, en Oriente Medio, en todo el mundo».
Por un «sí»
El viaje continuó después, siguiendo el programa previsto. En la catedral de San Rufino, el Papa se encontró con los sacerdotes y los consagrados. «La Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción», les recuerda Francisco. La invitación a salir de las parroquias es clara. Ya lo ha dicho muchas veces en estos primeros seis meses de Pontificado: «Id a las periferias, ¡caminad! Creo que esta es verdaderamente la experiencia más hermosa que podemos vivir: formar parte de un pueblo que camina en la Historia, junto a su Señor, que camina en medio de nosotros. No hay nada que temer, no estamos solos».
El encuentro con las monjas de clausura del monasterio de santa Clara estuvo marcado por la ternura. Las monjas abrazaron al Papa como se abraza a un padre. «Vuestro camino es verdaderamente humano», les dijo Bergoglio: «¿Sabéis cuál es el signo de una hermana verdaderamente humana? ¡La alegría! Qué tristeza me causa ver monjas que no gozan. A veces sonríen, pero con la sonrisa de las azafatas de vuelo, no con la alegría que viene de dentro».
Su última cita Francisco la dedica a los jóvenes. En Santa María de los Ángeles le esperan doce mil. El clima de fiesta se convierte a su llegada en inmediato silencio para escuchar lo que el Papa ha escrito para responder a las preguntas de algunos chavales sobre el matrimonio, el sacerdocio y la virginidad. «Hace falta coraje para formar hoy una familia. La sociedad en que habéis nacido privilegia los derechos individuales antes que la familia, las relaciones que duran mientras no surjan dificultades. “Estaremos juntos mientras dure el amor”, me dicen. Pero eso es egoísmo. Vivimos en la cultura de lo provisional. ¡Pero Jesús no nos salvó de manera provisional! Por eso no hay que tener miedo a dar pasos definitivos en la vida, como el del matrimonio: profundizad en vuestro amor, respetando los tiempos y las expresiones, rezad, preparaos bien, pero confiad también en que el Señor no os dejará solos. Dejadle entrar en vuestra casa como uno de la familia, Él os sostendrá siempre».
El discurso del papa vuelve una vez más sobre la vida consagrada: «La relación con Dios no afecta sólo a una parte de nosotros mismos, afecta a todo. Es un amor tan grande, tan hermoso, tan verdadero, que lo merece todo, y merece toda nuestra confianza. Me gustaría decir algo con fuerza, especialmente hoy: la virginidad por el Reino de Dios no es un “no”, ¡es un “sí”! En la base está el “sí”, como respuesta al “sí” total de Cristo hacia nosotros, y este “sí” nos hace fecundos».
Cada palabra del Papa Francisco es una invitación a no tener miedo. A fiarse. Y seguir, incluso cuando todo parece decir lo contrario. Tras la Basílica Superior cae el sol, mientras el helicóptero vaticano se prepara para salir hacia Roma. Frente a la Basílica, los peregrinos se despiden. Y vuelven a casa: con un nuevo e inesperado deseo de paz.
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