Muchos de nosotros hemos estudiado la batalla de Lepanto, “la más alta ocasión que vieron los siglos” según la célebre afirmación de Cervantes. Fue un combate naval que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, situado entre el Peloponeso y Épiro, en la Grecia continental. Se enfrentaron turcos otomanos contra la coalición cristiana, llamada Liga Santa, formada por España, Venecia, Génova y la Santa Sede. La Liga resultó vencedora. La victoria siempre se consideró española dado que el verdadero combate lo sostuvieron los tercios españoles. En la batalla participó Miguel de Cervantes, el autor de la conocida frase, “la más alta ocasión que vieran los siglos”, que resultó herido, sufriendo la pérdida de movilidad de su mano izquierda, por lo que siempre se le ha conocido como el “manco de Lepanto”. También puede ser que algunos de nosotros conociéramos el encabezamiento de la primera carta de D. Juan de Austria a Felipe II después de la batalla de Lepanto: “Vuestra Majestad debe mandar se den por todas partes infinitas gracias a nuestro Señor por la victoria tan grande y señalada que ha sido servido conceder en su armada”.
De aquí viene la fiesta de Nuestra Sra. del Rosario, el 7 de octubre, instituida por S. Pío V como conmemoración de la batalla de Lepanto, que vivió profundamente el amparo y la protección de la Virgen, Madre de Dios. Es interesante el mensaje que el Pontífice envió felicitando a los ejércitos vencedores. “No fueron las técnicas, no fueron las armas, las que nos consiguieron la victoria. Fue la intercesión de la Santísima Virgen María, Madre de Dios”. Y fue este mismo Papa el que agregó a las letanías de la Virgen el título de Auxilio de los cristianos precisamente por la citada batalla.
El Rosario es como la Biblia de los sencillos, el Breviario de los humildes. Todos podemos desgranar el Padre nuestro, el Ave María, el Gloria, y así hacer con María, la Madre de Dios y nuestra, su mismo camino. El Rosario, como la oración que conocemos, viene del siglo XIII gracias a Sto Domingo de Guzmán. Pero es el mismo S. Pío V, que instituye la fiesta de Nuestra Señora del Rosario como acabamos de decir en acción de gracias por la victoria obtenida en Lepanto. Él había dado dos años antes una preciosa definición del Rosario: “el rosario, o salterio de la Santísima Virgen, es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos, que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel dio a María, interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir meditando mientras tanto en la vida de Nuestro Señor”.
Rosario viene del latín “rosarium”, significa corona de rosas y como recordó S. Pío V, y ya más próximo a nosotros Pablo VI en su carta dedicada a la Virgen María, “Marialis cultus”, es como el salterio de la Virgen. Juan Pablo II comentaba la semejanza interna entre el salterio bíblico y el salterio de la Virgen: la recitación. Desde el principio del cristianismo la oración más tradicional de la Iglesia era el salterio. Se trata del libro de la Biblia que recoge la colección de los 150 salmos, salterio. El pueblo judío rezaba con salmos y María y Jesús, como hijos del pueblo judío, los rezaban y cantaban. Los primeros cristianos vieron reflejados en los salmos el misterio pascual de Jesús y su vida entera.
El rosario, el salterio de la Virgen, es el Evangelio hecho oración. Nos presenta y propone los misterios de Cristo a través de María, y desde dos oraciones centrales: el padre nuestro y el ave María. Estaba formado por tres coronas: misterios gozosos, dolorosos, y gloriosos, 50 avemarías cada una de ellas. Luego son 150, como los salmos, repartidas de 10 en 10 en los 15 misterios del Rosario. Fue Juan Pablo II el que añadió los misterios luminosos, la vida pública del Señor: bautismo de Jesús, revelación de Jesús en las bodas de Caná, la predicación del reino, la transfiguración del Señor, y la Institución de la Eucaristía.
Dice Urs Von Balthasar que a pesar de que para algunos no sea fácil la oración del Rosario, y no les caiga bien, este salterio de la Virgen entrelaza la oración mariana con todo lo histórico-salvífico: la actualización de los misterios de la vida de Jesús, de su pasión, resurrección y consumación, en la que se envuelve también a María como prototipo de la Iglesia. En la sucesión de las avemarías se abre, para quien ora contemplando, un ámbito en el que todo cobra su sentido, el dolor y la alegría, la vida y la muerte. Nuestra vida diaria se ilumina con el salterio de la Virgen. Para no perdernos está María, la Madre, como punto de referencia. Ella que acompañó al Dios hecho hombre desde la cuna hasta la tumba. Y después, más allá en la resurrección, donde está incluida en su camino, como ninguna otra persona, por su llegada hasta la asunción corporal al cielo, que ella recibe regalada como la primera de los creyentes, que también la seguirán. Nuestra Señora del Rosario.
El rosario, el salterio de la Virgen, oración siempre propuesta a los cristianos tanto para la oración comunitaria como para la personal.
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