Francisco Fabbri (Córdoba)
La JMJ de Río de Janeiro y las vacaciones post-JMJ fueron el viaje más intenso que tuve. Por una situación personal en que las cosas no salían como yo quería, estaba reclamándole a Dios poder aceptar y entender lo que me pasaba, pero no estaba atento a lo que pasaba, simplemente pensaba todo el tiempo en esta situación.
Hasta que después del Via Crucis el Papa, con todo su ímpetu, dijo que Jesús nos da la cruz, pero no nos deja solos, sino que nos acompaña en el camino. Fue la primera vez que Él me sacó de mis pensamientos y me hizo emocionar. Dijo exactamente lo que yo necesitaba. Yo le reclamaba a Dios, pero no tenía presente que Él me acompaña en el camino, sino que lo tomaba como una máquina que responde preguntas. Y me ayudó a entender la pregunta que Julián de la Morena nos puso al comienzo: "¿Qué tiene que ver el Papa con nuestra felicidad, con nuestro corazón?". Al Papa le es dada la fe, y la vive tan intensamente que yo necesito aprender de él.
Después de esto estaba contento, y hablando con un amigo me hizo entender que esto no es humano. Estar contento, estando triste, no es humano, yo no lo puedo generar.
A partir de ese día, todos los días fueron impresionantes. Todo lo que decía el Papa o lo que decía Julián, o simplemente cosas que pasaban, hacer amigos italianos en apenas algunos días, todos signos que me muestran que Jesús no nos deja solos en el camino. Todos signos que aumentaban esta conciencia en mí.
Ahora, de regreso en Córdoba, comienzan las clases en la facultad, y todo lo que implica. Yo necesito que esto permanezca en mí, así como el retiro del CLU.
Una cosa que puedo ver ahora es que yo necesito la fe para vivir. Que todo el camino que estamos haciendo ayuda a que mi fe crezca y yo lo necesito. No puedo vivir sin fe, porque sin fe todo lo que me pasa quedaría en mis límites, y necesito que cada cosa que sucede no quede en mi límite, sino que sea un desafío para mi maduración.
Franco Cuernavaca (Santa Fe)
Primero que nada me pareció una gran ayuda la compañía del movimiento, y sobre todo la de Julián, porque siempre nos mantenía atentos a lo que estaba sucediendo, siempre nos "tiraba el anzuelo" para saber dónde mirar, en particular a lo que decía el Papa.
Una de las preguntas que hizo fue: ¿cuál fue la pregunta que sentí que me la hacían a mí?, viviendo los momentos de catequesis o los encuentros con Francisco. Y la que a mí me quedó grabada fue la que el Papa nos hizo: "¿en quién ponemos nuestra fe: en nosotros mismos, en las cosas, o en Jesús? Tenemos la tentación de ponernos en el centro, de creer que nosotros solos construimos nuestra vida, o que es el tener, el dinero, el poder lo que da la felicidad. Pero no es así”. Y particularmente con lo que me pasó a mí, esta pregunta fue más fuerte: después de que saludamos al Papa, que pasaba por la calle, me di cuenta de que mi billetera ya no estaba en mi bolsillo. Toda la plata y mi documentación. Me enojé muchísimo, porque ya en la JMJ de Madrid mi valija había desaparecido, y a pesar de que lo había vivido como algo positivo, este juicio pasado no me servía para esta vez. Tenía esta pregunta dándome vueltas en la cabeza, y me di cuenta de que evidentemente mi fe no estaba puesta en Cristo. Estaba muy pendiente de las cosas, de ver qué regalo llevar, qué comprar. ¡Y me estaba perdiendo lo mejor! Todo lo que estaba sucediendo ahí, en Copacabana, ¡algo increíble! En el resto de los días aprendí que verdaderamente las cosas no van a hacer de mi viaje, de mi vida, algo mejor. Lo vi en muchas cosas, desde que alguien te preste plata, caminar haciendo un via crucis, ver una puesta de sol, viendo que verdaderamente hay algo bueno detrás de todo, incluso en un robo. Y esto lo pude ver sobre todo en que viví un viaje increíble. Estuve muy contento esos días. Justamente no fue ni el tener, ni el dinero o el poder lo que me dieron a mí la felicidad, viviría enojado y decepcionado. Con la compañía del Papa y del Movimiento, sigo descubriendo que sólo Cristo nos da felicidad, y me basta con sólo ver al Papa. Y esto sigue siendo un desafío a vivir todos los días, es también un nuevo comienzo.
Lucía (Santa Fe)
Mi mirada o pensamiento antes del viaje a la jornada fue totalmente diferente a la que tengo ahora que volví.
El primer día lo dediqué a quejarme, lo único que pensaba era: cómo puede ser que estemos en este lugar, "El armazen 6". Lo peor fue cuando nos dijeron que teníamos que bañarnos con agua fría, casi muero de un infarto.
Al segundo día, tuvimos el primer encuentro con el Papa, al mediodía, en la catedral de Río. Después fuimos para Copacabana. Cuando estábamos esperando que llegara Francisco, una de mis amigas se descompuso, estaba realmente muy mal y justo vi en un televisor del local en el que nos encontrábamos que estaba llegando el Papa, mi desesperación era inexplicable, pero tuve que llevar a mi amiga a la Cruz Roja para que la vieran, mientras tanto, yo esperaba afuera. Fue ahí cuando Francisco pasó con su papamovil, apenas pude verlo. Me enojé muchísimo, hasta me largué a llorar, pensaba que nunca más lo iba a ver; se acercó un voluntario de la Cruz Roja a decirme que mi amiga estaba bien, que no me preocupara, seguramente pensaba que mi estado se debía a mi amiga.
Fue entonces cuando recapacité y pensé que tenía un concepto muy superficial acerca de lo que hacía allí, me di cuenta de que había ido como para ver a un cantante, como si fuera una fan, pero no. Desde ese momento mi mirada para todo el viaje fue muy distinta, las cosas para ir al viaje se me dieron de una forma muy particular por eso pienso que por algo yo estaba ahí.
El sacrificio de dormir en el piso, pasar frío y estar en esas condiciones definitivamente valía la pena, por mi parte puedo llegar a decir que hasta fue un placer hacerlo, fue algo que me cambio rotundamente. Lo que me pasó esa noche y todo lo que viví después, fue el "Click" que necesitaba en mi vida. Mi fe estaba muy apagada y gracias a esto se reavivó, espero que pueda mantenerse así y reconocer todo lo que aprendí en todos los ámbitos de mi vida, de ahora en adelante.
Ana Barale (Santa Fe)
Dentro de la toda la belleza que nos regalaba Río de Janeiro, también nos tocaron vivir situaciones muy duras, o por lo menos para mí. Pero Julián, en vez de querer disimularlas, nos desafiaba a mirarlas y a descubrir el sentido del sacrificio que estábamos haciendo. Gracias a esta provocación y a las palabras del Papa en la noche del Via Crucis, volví con la certeza de que no soy una tonta, ni me estoy perdiendo nada al "ir en contra de la corriente" por seguir el camino de la Iglesia. Sino que, mirando mi propia experiencia con ojos nuevos, puedo decir que soy más libre y feliz.
María Magdalena Maspons (Santa Fe)
Si bien muchas veces lo he escuchado, jamás me emocionó e impactó tanto el escuchar que “Dios tiene un destino bueno para todos” como cuando luego de la JMJ, en las vacaciones, un matrimonio fue a darnos un testimonio y hablaron sobre esto. Después de fallecer su hijo y del acompañamiento de sus amigos, ellos hoy podían afirmar que ese hijo había sido su conversión, y que si bien no sabían el destino de sus otros hijos, sabían dónde poner las esperanzas y que siempre Él los cuidaba. Me conmovió muchísimo el hecho en sí, y además darme cuenta de que no vivo con esa esperanza ni certeza de un destino bueno para mí, sino que sólo lo doy por hecho, una vida llena de planes y proyectos.
Una vez que regresé a Santa Fe, lo que más quería era que todo lo vivido en la JMJ y en las vacaciones perdurara, pero mucho más que unos días o semanas, tenía el deseo de que no fuera sólo un impacto de unos días en un lugar hermoso y con grandes amigos. Por lo cual me encontré intentando hacer algo y retomando todos los días lo que el Papa nos había dicho durante la JMJ y también lo que yo había escrito, porque, como Julián de la Morena nos dijo, aquello que nos impacta no es por nada, sino que es a través de esas palabras o hechos donde Cristo se asoma a cada uno y sólo necesita de un corazón abierto.
Matías Gamarra (Santa Fe)
Julián nos planteó la pregunta: ¿Qué tiene que ver el Papa con nuestro corazón?
Llegamos al primer encuentro en Copacabana y nos enteramos de por dónde pasaría el papamóvil. En medio de una gran expectativa de repente apareció… pasó rápido, pero llegué a verle el rostro. El apego que sentí fue inmediato y pensé: yo quiero tener el rostro como este hombre, cuánta paz y alegría realmente excepcionales. Debido a que éramos 650 personas la propuesta fue quedarnos todos juntos y alejados del escenario para poder tomar rápidamente el subte al término de los eventos. Me dolió no poder estar más cerca. Pero entendí que valía la pena seguir a mis amigos porque todo estaba ordenado para poder estar atentos, y concretamente para no perdernos. En realidad fue una invitación a no quedarme solamente en la persona del Papa, sino ir al fondo de lo que estaba sucediendo. Luego, escuchando al Santo Padre, me di cuenta de que es la primera vez que el cristianismo me sucede como un hecho que me obliga a tomar una decisión: las preguntas que hizo Francisco durante todos sus discursos estaban directamente dirigidas a mí, no a un grupo de personas. Me puso a mí como protagonista desafiando mi libertad: seguir aquella Belleza que percibí al verlo, o continuar como si nada hubiera sucedido (y que del viaje sólo queden bellas fotos para recordar).
Vuelvo contento a Santa Fe por esta compañía que me cuida el corazón, y descubro que en lo cotidiano debo volver a decidir: o contar solamente los bonitos lugares que conocí, o dejar entrar en las charlas esto tan grande que me sucedió.
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