Habrá que buscar otro sitio. El estadio Renzo Barbera, con un aforo para 36.000 personas, no será suficiente para acoger a todos los fieles que han pedido poder participar en la ceremonia de beatificación de Pino Puglisi, asesinado por la mafia hace veinte años, que testimonió y anunció el Evangelio hasta el martirio. «Llamó a todas las puertas», afirma el arzobispo de Palermo, el cardenal Paolo Romeo.
Eminencia, el 25 de mayo será una jornada importante para la Iglesia de Palermo.
Es un evento doblemente importante. Para la Iglesia palermitana supone un llamamiento a la responsabilidad del testimonio, pero para la Iglesia universal la figura de Puglisi se inserta en el contexto de la renovación post-conciliar. Vivió los años del Concilio y supuso una renovación de su ministerio. Supo conjugar la evangelización y la promoción humana. Es decir, un Evangelio que no se traduce al servicio del hombre no es verdadero Evangelio, pero el servicio al hombre debe abrir los horizontes de la fe. Para hacer posible el encuentro con Cristo. Es lo que dijo el papa Francisco en la Capilla Sixtina cuando usó el verbo “confesar”. Si no confesamos a Cristo no se puede ser Papa, obispo, sacerdote. Nuestra vida debe transparentar a Cristo. La gente debe poder verlo a Él. Y eso es lo que hizo Puglisi: dedicó toda su vida a la predicación, visitó a todos, llamó a todas las puertas.
Salir a las periferias, como ha dicho también el Papa Francisco.
Y no sólo las periferias geográficas, sobre todo las humanas. Para Puglisi el hombre que vive en las periferias es aquel que, al no vivir el Evangelio, tiene una vida degradada y por eso genera degradación a su alrededor. Es necesario formar a las conciencias para que cambien sus relaciones sociales y eso sólo es posible anunciando la palabra de Dios. Eso es lo que él hizo, si me permite reiterarlo, durante sus 33 años de sacerdocio. Allí donde estuvo. Desde Godrano, un pequeño barrio del interior dividido por una disputa entre familias, donde fue párroco durante ocho años, hasta Brancaccio. Su obra fue siempre la de cambiar los corazones de los hombres anunciando a Cristo.
En Brancaccio, un suburbio de la periferia de Palermo, su obra de anunciar a Cristo le costó la vida.
Cuando llega a Brancaccio, que él conocía bien porque había vivido cerca de allí, sólo encontró la iglesia. No había casa para él, no había un lugar donde poder acoger a los chavales que conocía por las calles y que él sabía que eran fácil presa de la mafia. No había un sitio para dar catequesis con los adultos, con las familias, con las parejas jóvenes. Se puso inmediatamente manos a la obra. Quería crear un lugar donde poder desarrollar la vida pastoral.
El centro de acogida Padre Nuestro.
Sí. Pero la acogida, más que entre las paredes, se da en las personas. Pino Puglisi fue un hombre que acogía. Con su forma natural de hablar a las personas, con su sonrisa, con su manera de ser. Eso es transparentar a Cristo. Cuando adquirió el edificio, dijo: «Esto es un signo. La parroquia debe acoger, ofrecer a los cristianos un signo de esperanza».
Aquel edificio costó el doble de su valor. La mafia no quería que lo comprara. Era ya un primer signo de ese odium fidei por el que ha sido declarado mártir.
La mafia ha perdido la fe hasta el punto de llegar a odiar el cristianismo, la suya es una religión pagana. La acción ministerial de Puglisi fue la de encarnar la fe en aquel territorio, porque sólo así podía acontecer la promoción humana. Su acción se plasmó en una vida coherente con el propio Bautismo y por tanto en los dones que Dios da a cada uno. El Evangelio dice: «Perdona». La mafia dice: «Mata». En la Biblia se puede leer: «No tendrás otro dios fuera de mí». Para los capos, «el poder es dios». Un sacerdote que anunciaba esto sólo podía representar para ellos un fastidio. Hasta el punto de asesinarlo.
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