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Verdad y libertad, desde Constantino hasta la guerra en Siria

Luca Fiore
17/05/2013
Bartolomé I y el cardenal Scola.
Bartolomé I y el cardenal Scola.

Quizás piense en los dos obispos ortodoxos secuestrados en Siria. Sin duda, lleva en su mente y en su corazón a los tantísimos cristianos perseguidos en Oriente Medio. Para Bartolomé I, patriarca de Constantinopla, evocar el edicto de Constantino del año 313 d.C. significa hablar de la actualidad. Ante el cardenal Angelo Scola, el alcalde Giuliano Pisapia y cientos de personas que acudieron a escuchar la lectio magistralis doble sobre el tema «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres», habló de la sangre de los mártires contemporáneos: «No tenemos miedo a aquellos que usan la violencia contra los cristianos, porque la Resurrección del Señor ha vencido incluso a la muerte. Como cristianos, no tememos las persecuciones, porque las persecuciones constituyen un gran valor en la historia de nuestra Iglesia, gracias a ellas hemos conocido a santos, mártires y héroes de la fe. Pero no por ello vamos a dejar de expresar nuestra protesta ante la comunidad internacional, porque 1.700 años después de la aprobación de la libertad religiosa con el Edicto de Milán, las persecuciones se siguen produciendo en todo el mundo bajo múltiples formas».
Poco antes había resonado en la Sala de las Cariátides del Palacio Real de Milán el saludo del papa Francisco al «hermano Andrés», expresión que Bergoglio usó justo después de su elección para dirigirse a Bartolomé: el sucesor de Pedro al sucesor del otro apóstol, hermano suyo por tanto, san Andrés.

El Patriarca de la ciudad que toma el nombre del emperador del Edicto de Milán, Constantinopla, recordó que para las Iglesias de Oriente Constantino el Grande es un santo. Santo porque fue emperador cristiano. El edito del año 313 d.C. fue el primer ejemplo de fecundación del derecho romano por parte del pensamiento cristiano. El comienzo de la cultura común europea. Pero la reflexión de Bartolomé partió de la constatación de que, en nombre del concepto de libertad, en los siglos pasados se hizo correr la sangre de los pueblos. «Esta libertad, al separarse de su primer Dador, el dador de todo don, Dios, queda aislada, divinizada, adquiere un carácter antropocéntrico», explicó: «La posibilidad del hombre de hacer lo que quiere no sólo no es libertad, sino que además constituye la peor forma de esclavitud». Cuando los fariseos le preguntan a Jesús: «¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?», la respuesta es: «Todo el que comete pecado es esclavo. (…) Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres». Por tanto, explicó Bartolomé, la libertad del pecado es la única libertad real. ¿Y cómo se realiza? En palabras del Patriarca: «permaneciendo en Dios». ¿Pero cómo es posible en un mundo ateo, pluralista, dominado por las tendencias nacionalistas, la violencia, la ideología, el interés, la fragmentación social? Si la libertad se encuentra permaneciendo en Dios y si, como escribe san Juan, «Dios es amor», entonces «la única libertad ilimitada es el amor ilimitado. Los santos lo demuestran de manera empírica. Somos libres cuando amamos».

Por su parte, el arzobispo de Milán apuntó que a lo largo de la historia «entre verdad y libertad se da siempre, inevitablemente, una tensión. La Verdad en sentido pleno se ofrece, y no puede hacerlo de otro modo, como absoluta, totalizante; la libertad, su interlocutora natural, por su parte, no acepta coerciones». Sin embargo, el hombre moderno suele poner en discusión la posibilidad de acceder a la verdad. A pesar de que, añadió el cardenal, desde hace dos mil años las palabras de Jesús «la verdad os hará libres» siguen resonando y desafiando al hombre de hoy. Con esas palabras, Cristo sigue hablando al “corazón” de la persona. «De hecho, plantear la pregunta sobre la verdad y sobre la libertad y establecer cuál es el nexo entre ambas», explicó Scola: «significa ir al centro del yo».

¿Pero cómo ilumina esta reflexión el Edicto de Milán, y sobre todo, qué herencia nos deja para la sociedad actual? Algunos ponen en cuestión que la iniciativa de Constantino haya marcado verdaderamente la historia de Europa. «Ciertamente, fue un inicio fallido, si pensamos en lo que sucedería poco después con Teodosio»; sin embargo, «no podemos renunciar a afirmar que el Edicto haya sido, de hecho, el initium libertatis del hombre moderno». Para Scola, en el documento del 313 d.C. están presentes dos aspectos originales que la teología cristiana hará suyos: la idea de la paz en el mundo y el modo de pensar en la universalidad de la salvación.

Al entrar en el ámbito de la libertad religiosa, Scola citó la declaración conciliar Dignitatis humanae, «que no comporta la imposición de la verdad, sino ante todo la aceptación de que es la verdad misma, al ser reconocida como tal, la que llama en causa a la libertad». Los padres conciliares no se ocuparon de la libertad religiosa en términos generales, como libertad moral frente a la libertad o frente a un valor, sino que voluntariamente se limitaron «a considerar la libertad jurídica en el ámbito de las relaciones entre personas y en la vida social. Considerado así, el derecho a la libertad religiosa es un derecho negativo que establece límites al Estado y a los poderes civiles, al negarles una competencia directa para decidir en materia religiosa». Dicho esto, se puede comprender por qué la Iglesia concibe que tal libertad es la más importante, puesto que garantiza la dignidad de la persona humana, «fundamento de la organización social». Aquí el cardenal citó a Romano Guardini, que en una afirmación sólo aparentemente paradójica, decía que la tradición de la Iglesia siempre ha afirmado «lo viva que está la relación entre el más inaccesible de todos los misterios (la Santísima Trinidad) y nuestra vida cotidiana». Scola explicó que el intercambio perfecto de amor entre las tres personas de la Trinidad «abre espacio a una comunicación de la verdad que pide ser acogida por la libertad. Una libertad que no percibe el vínculo de dependencia de Dios en términos de sumisión, sino en términos de filiación». Podrían parecer reflexiones y afirmaciones válidas tan sólo para los creyentes, sin incidencia en el debate público. Y sin embargo el arzobispo repartió juego en este sentido: «El nexo entre Trinidad, verdad y libertad ilumina la vida social». ¿Cómo? «De la contemplación de la Trinidad emerge una visión del hombre y de la sociedad aplicable para todos, que supera radicalmente cualquier pensamiento incapaz de reconocer la diferencia como un bien y que al mismo tiempo no renuncia a esa unidad que es el sello inconfundible de lo verdadero». Las utopías opuestas al colectivismo (que pone el acento en la unidad) y al individualismo (que pone su énfasis en la libertad absoluta) quedarían de este modo superadas. Scola tomó la síntesis de su discurso de la encíclica de Benedicto XVI Deus Caritas est: «El amor — caritas — siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa».

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