El Papa Francisco, al explicar el motivo de la elección de su nombre, hizo referencia al santo de Asís llamándole: «el hombre de la pobreza». En efecto, toda la tradición hagiográfica identifica a san Francisco con la expresión «el Poverello». Tanto de sus escritos como de su biografía emerge una inequívoca referencia a la pobreza evangélica, afirmada y vivida del modo más radical.
Comprender el sentido de este rasgo de su experiencia cristiana no es algo inmediato. No es casual que el tema de la pobreza se convirtiera rápidamente, en la Orden que nació de él, en motivo de disputas y también de división. Por otra parte, no es difícil notar que se habla de formas muy distintas de la pobreza que vivió san Francisco, interpretándola en términos ascéticos o sociales, incluso revolucionarios. ¿Cómo debemos comprender la decisión del santo de Asís?
Para poder acercarnos a la singular experiencia del Poverello debemos mirar su camino existencial. Por nacimiento, no pertenece a una clase pobre, sino acomodada. Es hijo de un comerciante que hizo fortuna, permitiendo a su familia un nivel de vida muy desahogado. Su camino de conversión, largo y sufrido, le lleva a decidir abrazar una vida realmente pobre. Nada puede explicar una decisión así, que llega hasta la restitución pública al padre de todos los bienes que había recibido, si no tomamos conciencia de quién era Jesucristo para Francisco.
En la Regla llamada No bulada, un texto legislativo y al mismo tiempo con gran fuerza carismática, Francisco describe su forma de vida en estos términos: «Todos los hermanos empéñense en seguir la humildad y pobreza de nuestro Señor Jesucristo». Esta expresión la encontramos repetida de formas distintas en sus escritos y hagiografías, e indica el verdadero motivo de su decisión. La pobreza es el modo en que el hijo de Dios entró en el mundo y llevó a cumplimiento nuestra salvación. Por tanto, la pobreza, abrazada libremente, es expresión del amor a la humanidad de Cristo. Es evidente que el santo de Asís no quiere la miseria, desea seguir las huellas de Aquel al que ama en cada cosa y sobre todas las cosas. A través de una vida pobre, procura imitar a Cristo, Dios mismo que ha entrado en la historia. Por eso el santo de Asís acentúa en sus escritos los contrastes con los que describe a Dios, como el Altísimo, el Omnipotente, el Inmenso, que por nuestro amor se hace indigente y pequeño, naciendo en la pobreza, sufriendo el frío y el hambre, hasta morir desnudo en la cruz. Así puede describir la pobreza con términos inusuales y de carácter divino: la pobreza es «Altísima», es «Santa»; ¡incluso la llama «Domina: Señora»! De hecho, Francisco tiene la experiencia de que seguir a Cristo por la vía de la pobreza evangélica nos convierte en «Señores», libera el corazón, abre los horizontes, permite entrar en relación de un modo nuevo con la vida, más allá de cualquier medida o cálculo. Nos muestra cómo el apegarse a los bienes y poner la esperanza en lo que se posee, hace esclavo al corazón del hombre y lo entristece, atrapándolo en una codicia que lo consume. La pobreza evangélica, sin embargo, se reconoce porque hace al corazón capaz de alegría y gratitud.
Efectivamente, Francisco afirma perentoriamente que no quiere que nunca se diga de “ninguna cosa” que es “suya”. Pero eso no expresa una percepción negativa de la realidad. Ante todo, su desasimiento indica que el horizonte del corazón del hombre no está hecho para “ninguna cosa”, es decir, para lo que es “parcial”, sino para la totalidad. Llama la atención que en sus textos referentes a la pobreza haya siempre un reclamo a la herencia, a ser herederos del reino de los cielos, empezando así a participar en el señorío de Cristo sobre la realidad entera.
Por último, esta decisión de elegir la pobreza evangélica pone efectivamente a san Francisco en una posición de cercanía y compasión respecto a los que sufren indigencia, empezando por los más golpeados por la marginación de su tiempo: los leprosos. Su cercanía a ellos, sin embargo, nunca fue estratégica o ideológica, sino muestra de su amor radical a Cristo, quien por nuestro amor y libremente tomó para sí la condición herida de todo hombre. Benedicto XVI lo expresó en su homilía de año nuevo de 2009: «Testigo ejemplar de esta pobreza elegida por amor es san Francisco de Asís. En la historia de la Iglesia y de la civilización cristiana el franciscanismo constituye una amplia corriente de pobreza evangélica, que tanto bien ha hecho y sigue haciendo a la Iglesia y a la familia humana». Lo que permite promover «un “círculo virtuoso” entre la pobreza “que conviene elegir” y la pobreza “que es preciso combatir” (…): para combatir la pobreza inicua, que oprime a tantos hombres y mujeres y amenaza la paz de todos, es necesario redescubrir la sobriedad y la solidaridad, como valores evangélicos y al mismo tiempo universales». En efecto, concluye Benedicto XVI, «cuando san Francisco de Asís se despoja de sus bienes, hace una opción de testimonio inspirada directamente por Dios, pero al mismo tiempo muestra a todos el camino de la confianza en la Providencia».
El camino de la Providencia es en último término el de quien se concibe como “heredero”, como “hijo”, con la certeza de que su vida está en manos del Padre. Pobreza evangélica es por tanto testimonio de la libertad de los hijos de Dios, por la cual, puesto que de Dios esperamos nuestra plenitud y cumplimiento, somos libres para disfrutar del mundo sin convertirnos en esclavos de él. Por eso, para Francisco, la pobreza es «Señora», es decir, la manera verdadera de poseer la realidad creada.
*capuchino
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón