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«No es que Bergoglio ame la pobreza: ama a Cristo y por eso no necesita nada»

Emanuele Braga
02/04/2013
Año 2008, en el metro.
Año 2008, en el metro.

Lo ha contado muchas veces entre amigos en los últimos días. Pero vuelve a repetirlo cuando se lo pedimos porque se trata de un episodio que ayuda mucho a entender al nuevo Papa. «Le invitamos a presentar el libro El atractivo de Jesucristo, de don Giussani. Dijo que sí, como siempre. “Pero no paséis a recogerme en coche, iré a pie”. Al llegar, me dijo: “Por el camino me he cruzado con un hombre que me ha pedido que le confesara. Nos hemos puesto detrás de un edificio y lo he hecho. ¿Ves? Si hubierais venido a recogerme, no habría sucedido…”». En estos años, Mario Peretti, sacerdote milanés afincado en Argentina desde 1993 ha visto muchos hechos parecidos a este. Jorge Mario Bergoglio ha sido su arzobispo y le conoce bien. La primera vez que se vieron ya «supo que era de CL, y me decía: “Juan Pablo II apuesta mucho por los movimientos, y tiene razón. Porque están vivos, y dispuestos en primera línea, en la frontera de la Iglesia”».

¿Qué ha aprendido de él en estos años?
Es un hombre de Dios. Ama a Cristo y a la Iglesia y se mueve a partir de esto, no desde posiciones sociológicas o políticas. Los periódicos que han intentado clasificarlo como “progresista” o “conservador” no lo han logrado. Es imposible.

¿Se esperaba los primeros gestos que ha hecho como Papa?
Sí. Es lo mismo que hacía aquí, no es una decisión en función del papel o de la necesidad de dar una vuelta de tuerca a la Iglesia. La humildad de gestos como pagar la cuenta personalmente o renunciar a la cruz de oro, y todo lo que estamos viendo en Roma, lo hemos visto continuamente en Buenos Aires. Así es él. No son sólo rasgos de su carácter, de su estilo de vida. Tiene que ver con su modo de vivir la fe. Inmediatamente hace esta petición a sus fieles: «Rezad por mí». No ha ocurrido sólo una vez que alguno fuera a verle y que el diálogo terminara con la misma petición: «Reza por mí. Te lo digo en serio, porque realmente lo necesito». También el reclamo a la misericordia es una constante en él. Igual que a la pobreza, lo cual permite entender qué es lo que lleva en el corazón.

¿Por qué?
No es que Bergoglio ame la pobreza: ama a Cristo y por eso no necesita nada. Es una posición de fe, no de pauperismo. Y de hecho la vive sencillamente, sin ostentaciones, sin hacer de ella una bandera ideológica. Nunca le he oído polemizar contra la “Iglesia rica”. Para él es una cuestión de plenitud de vida. En el Arzobispado tenía un despacho grande, como el de un párroco, con dos sillas para las visitas y una para él. A la salida de las grandes celebraciones, ya lo sabe todo el mundo, te lo podías encontrar en el metro. Tiene 76 años. A los 75 presentó su dimisión, como es habitual. Benedicto XVI la rechazó. Pero aquí se dice que Bergoglio ya había comentado que pensaba, una vez terminada su tarea como obispo, irse a vivir a una casa de reposo para sacerdotes mayores…

¿Cómo era la relación con «sus» sacerdotes?
De disponibilidad total. Y en la medida de lo posible, sin intermediarios. Le llamabas, y si no podía responder se ponía en contacto contigo inmediatamente después. No le gustaban mucho las cuestiones burocráticas: una vez me dijo que «mejor hacer las cosas y luego pedir perdón, antes que pedir primero permiso a la burocracia y perder tiempo…». Aquí no hay muchos sacerdotes. Sólo uno por parroquia. Pero él, en las llamadas villas miseria, las favelas de aquí, constituyó parroquias a las que envió tres o cuatro juntos, para sostenerse mutuamente. Apostó por estar presente entre los más desfavorecidos, entre los más pobres. Allí nacieron historias como la del padre Pepe, que tuvo que irse durante dos años porque estaba amenazado por los narcos: Bergoglio le defendió personalmente. En resumen, mucha vida y nada de ideología. Aquí, en Buenos Aires, entre los sacerdotes no existe polémica alguna entre progresistas y conservadores. Los sacerdotes, en general, están enamorados de Cristo y son misioneros de la fe. Y punto.

Lo describe como alguien que escucha a todos, pero que decide en soledad. ¿Es así, al menos por lo que usted conoce?
No es acaparador. Pregunta, pide opinión, se confronta. Pero quizá tiene cierta preferencia por los sencillos. Escucha mucho a los párrocos, más que a los intelectuales o superteólogos. Piensa que hay que reconquistar la simpatía hacia la Iglesia mostrando una sencillez y una paternidad, más que haciendo grandes discursos.

¿Cómo ha sido allí su relación con CL?
También de disponibilidad total. Cada vez que le hemos pedido algo, nos ha ayudado. Ha participado al menos en cuatro presentaciones de los libros de don Giussani, ha escrito el prólogo de la edición argentina de Por qué la Iglesia. Una vez tuve que telefonearle para decirle que había un sacerdote dispuesto a venir aquí de misión: a la mañana siguiente ya estaba aquí su carta preparada para el obispo de la diócesis de aquel sacerdote.

¿En qué cuestiones insistirá más?
En la fe en Jesús. Y en una sencillez de vida que reclame sólo a eso, sin muchos corolarios. A mí, por ejemplo, me ha llamado mucho la atención el reclamo continuo que ha hecho a su papel como obispo de Roma: quiere decir muchas cosas, pero también que quiere guiar a la Iglesia viviendo en un punto preciso, partiendo de una presencia concreta, no “gestionando problemas”. Y luego hay otro reclamo permanente: «La Iglesia es el pastor y el pueblo, los dos juntos». Debemos construirla juntos.

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