De manera profunda, teológica, y cercana, nos explica Benedicto XVI en su reciente libro la infancia de Jesús en el evangelio de Lucas, centrándolo en tres acontecimientos que la Iglesia católica celebra el día 2 de febrero: la purificación de María, el “rescate” del hijo primogénito, Jesús, mediante un sacrificio prescrito por la ley, y la presentación de Jesús en el templo. El interés de Benedicto XVI, como el del evangelista son Lucas, no se centra en detalles sino que se orienta al núcleo teológico de los eventos.
La purificación de María, lo que vive esta familia de Nazaret, se entiende desde el Levítico. El Levítico es uno de los libros bíblicos del Antiguo Testamento, para los cristianos forma parte del Pentateuco y para los judíos es la Torá, “La ley”. Es decir, en la purificación de María vivimos lo que “El Libro del Levítico” establece para la mujer después de dar a luz un varón. La mujer es impura y está excluida de las prácticas litúrgicas durante siete días. El octavo día el niño ha de ser circuncidado, y la mujer deberá quedarse en casa todavía treinta y tres días para purificar su sangre. Después debe ofrecer un sacrificio de purificación, un cordero como holocausto y un pichón o una tórtola como sacrificio expiatorio. Los pobres sólo tienen que ofrecer dos tórtolas o dos pichones. María, relata Lucas, ofreció el sacrificio de los pobres. Como nos hace notar el Papa, el evangelio de Lucas está impregnado por una teología de los pobres y de la pobreza; la familia de Jesús se contaba entre los pobres de Israel. María no necesitaba ser purificada por el parto de Jesús, este parto trajo la purificación del mundo. Pero ella obedeció la ley y sirvió así al cumplimiento de las promesas.
El segundo acontecimiento es el rescate del primogénito que es propiedad incondicional de Dios. “Todo primogénito varón será consagrado al Señor”. El precio del rescate era de cinco siclos y se podía pagar en todo el país a cualquier sacerdote. Lo curioso, nos dice el Papa, centrado siempre en el texto de Lucas, es que en esta familia no se habla del rescate del primogénito, sino que el evangelista pasa al tercer acontecimiento: la entrega del Niño, en el templo, a Dios.
Es la Presentación en el templo el centro de los tres acontecimientos. Este Niño no ha sido rescatado, sino que es entregado personalmente a Dios como posesión suya. Eso es lo que resalta Lucas, que pone de manifiesto el destino mesiánico de Jesús. Para ninguno de estos actos era necesario presentarse en el templo. Pero para el evangelista es esencial esta primera entrada de Jesús en el templo como lugar del acontecimiento. Se resalta el ofrecimiento público de Jesús a Dios, su Padre, en el lugar de encuentro entre Dios y su pueblo, en vez del acto de recuperar al primogénito. La peregrinación de María y José al templo asume el significado de una consagración, del ofrecimiento a Dios de su Hijo, en el lugar sagrado de su Presencia.
Hasta el Concilio Vaticano II, esta fiesta del 2 de febrero, se celebraba como fiesta principalmente mariana, pero desde entonces ha pasado a ser en primer lugar cristológica, ya que el principal acontecimiento que se conmemora es la Presentación de Jesús en el templo como se ve en las dos afirmaciones de Simeón: “luz para alumbrar a las naciones” y “gloria de tu pueblo Israel”. Simeón, hombre profundamente religioso sentía en su corazón grandes deseos y esperaba al Salvador de Israel. Vivía abierto a la acción del Espíritu que le hizo sentir que vería al Mesías, y que efectivamente reconoció, mientras pasaba desconocido para los demás.
Es un anuncio de la evangelización universal portadora de la salvación que viene de Israel, pero por obra del Mesías, el Salvador, esperado por su pueblo y por todos los pueblos. María entrega al verdadero Cordero que redimirá a la humanidad, y en su gesto está todo lo que había sido prefigurado en las ofrendas rituales de la antigua ley. Es un hecho la importancia que tiene el texto al subrayar el vínculo que existe entre Jesús, en cuanto primogénito de toda criatura, y la santidad de Dios.
También el Papa Juan Pablo II insistió en que en el episodio de la Presentación se puede ver el encuentro de la esperanza de Israel con el Mesías y la perspectiva del universalismo de la misión de Jesús. Son las palabras de Isaías: “te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra”. Como siempre, en Cristo se realiza la culminación del Antiguo Testamento y su unión con el Nuevo. “El es imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en Él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra”
En este acontecimiento se puede descubrir un signo profético del encuentro del hombre con Cristo. El Espíritu Santo lo hace posible, suscitando en el corazón humano el deseo de ese encuentro salvífico y favoreciendo su realización en cada uno de nosotros. La Presentación en el templo es por tanto la Presentación del que siendo la gloria de su pueblo es también la salvación de toda la humanidad.
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