En la explanada frente al Patriarcado maronita de Bkerké, en Beirut, entre los veinticinco mil jóvenes que acudieron a ver a Benedicto XVI, estaba Francesco. Al escucharle, comprendió que el significado de la visita del Papa, como han reflejado las crónicas publicadas en esos días, ha sido «un desafío a la lógica de la guerra y la desesperación». Más allá de los conflictos religiosos y políticos, un desafío a la “lógica” de la vida de un chaval de diecisiete años que quiere ser ingeniero, sufre por la situación de su país y de su vida. «Todos los días pienso en todas las cosas que me hacen sentir mal», dice: «Lo que me ha sucedido estos días es que el Papa me ha infundido coraje».
No se refiere al coraje de ser un joven cristiano en Oriente Medio. «Necesito que me infundan coraje para que mi deseo pueda encontrar su cumplimiento». ¿Y cuál es tu mayor deseo? «Encontrar la verdadera amistad. Es lo que quiero más que cualquier otra cosa: la comunión con mis amigos. Todavía no sé bien en qué consiste, pero lo echo de menos. Quizás ya la he encontrado un poco... Lo que es seguro es que estoy aprendiendo que hay un camino, un itinerario que se recorre poco a poco. Para mí, ver al Papa ha sido precioso por esto, porque ha hecho que este deseo sea en mí aún más fuerte, el deseo de estar unidos, de permanecer juntos delante de algo grande».
Francesco también está entusiasmado por cómo su Líbano ha acogido a Benedicto XVI. «Durante tres días, todo se ha parado. Estágamos preocupados por la seguridad durante la visita, sin embargo todos se han volcado con el Papa, también las televisiones y los periódicos». Algo que no se esperaba. «No me esperaba nada de lo que ha sucedido, al menos no como ha sucedido». Ni siquiera sabía que, entre todos aquellos jóvenes, habría también musulmanes. «Lo supe cuando el Papa se dirigió a ellos. Me alegré mucho. Me recordó que aquí muchos musulmanes son abiertos, incluso más que nosotros. Además, nos ha dado unas indicaciones valiosísimas. Nos ha dicho que seamos acogedores porque Cristo así nos lo pide y nuestro país así nos lo enseña». Este ánimo a ser abiertos «no es algo que yo pueda darme a mí mismo, sólo puedo encontrarlo en otros. Él me lo ha infundido porque ha visto en nosotros el bien que ya tenemos, y nos lo ha mostrado».
Ahora que el Papa ha regresado a su vida en el Vaticano, «sigue ahí todas las cosas que me hacían sufrir antes de que viniera. No se han resuelto, pero en mí, dentro dentro, hay algo que sonríe, que conserva esta sonrisa, por el hecho de que todo me es dado».
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