Bombas, atentados, ataques... Es lo que caracteriza a la actual Nigeria, país africano que, en pleno siglo XXI, vive cada día una censura a la libertad. Una censura que en lo que va de año ha causado 200 muertos. El desafío es grande: ¿qué significa vivir una relación con el Infinito en semejantes circunstancias, en un lugar donde el riesgo del martirio está muy presente?
El arzobispo de Jos y presidente de la Conferencia Episcopal de Nigeria, Monsenor Ignatius Kaigama, es un vivo ejemplo de relación con el Infinito. En lo que ha sido el primer encuentro del Meeting de Rimini de 2012, Kaigama ha querido explicar la situación por la que está pasando su país: "El fundamentalismo de grupos como Boko Haram está adquiriendo fuerza, especialmente en el norte del país. Aunque haya muchas personas, tanto musulmanes como cristianos, que no desean la violencia, si la situación en Nigeria continúa de este modo pronto estallará tomando la forma de guerra".
A pesar de que los ataques se realizan indiscriminadamente hacia la sociedad en general, Kaigama sostiene que los cristianos están de un modo muy concreto en el punto de mira de los terroristas nigerianos, algo que el gobierno del país favorece con sus leyes: se empieza a prohibir la enseñanza del cristianismo en primaria y secundaria, se prohíbe que en los medios salgan noticias sobre actividades cristianas, no se ceden terrenos para la construcción de iglesias...
Especialmente interesante en la intervención del arzobispo de Jos, ha sido su referencia a todas aquellas personas que no desean dialogar con quienes profesan una fe distinta de la propia.
El relato del atentado
Un día cualquiera en una región del norte de Nigeria llamada Jos. Una iglesia en la que se está celebrando algo bonito. Muchas personas congregadas allí, felices de compartir la vida. Un coche que se acerca. Quienes van en él tienen la intención de hacer estallar una bomba. Los cristianos continúan su fiesta, ajenos al vehículo. Salvo un niño de doce años que se acerca a ellos y les empieza a hacer preguntas. Es scout.
El encuentro con el niño retrasa a estos hombres en su misión y lleva a que la bomba estalle más alejada de la iglesia de lo que pretendían. Aun así, la bomba mata a algunas de esas personas que un minuto antes sonreían, celebrando, compartiendo la vida. También mata a algunos jóvenes.
Kaigama se entera del atentado y se acerca al lugar. Se encuentra con muchachos llenos de dolor e ira que lloran junto a sus hermanos muertos. Quieren venganza. No quieren escuchar a nadie. Hasta que llega Kaigama: sólo entonces ceden, deciden que a él sí le prestarán atención sus oídos.
El arzobispo mira a su alrededor. Dentro de la iglesia, destruida, yacen cuerpos a los que aún invade el fuego. Kaigama mira a los jóvenes que quieren pagar a sus rivales con la misma moneda. Decide dirigirse a Él. Se arrodilla y reza. Reza. ¿Qué más puede hacer? La situación le sobrepasa. Los chicos, a los que conoce desde hace ya tiempo, están muy enfadados. A punto de estallar. Kaigama Le pide ayuda.
A los cinco minutos de oración, se levanta y se dirige a ellos. Les reúne a todos allí, en la iglesia, y les dice que el cristianismo no es así. Les dice que en ese momento todos están llenos de furia; "de una furia que es, de hecho, más grande que nosotros mismos." Y que la suma de ese sentimiento sólo les llevará a matar a más gente, a que mueran más personas. "Intentad, sencillamente, iros a casa. Intentad iros casa", les repite.
Poco a poco, en silencio, los jóvenes van dejando el lugar para dirigirse casa uno a uno. "Fue un milagro de Dios", expresa Kaigama, conmovido.
Es un claro ejemplo de hombre libre, de aquel que se relaciona con el Infinito. Un hombre libre en un país en el que este año ya han muerto 200 personas debido a bombas y atentados, en el que se prohíbe enseñar la religión cristiana en las escuelas, en el que el fundamentalismo islamista, especialmente del grupo terrorista Boko Haram, adquiere cada día más fuerza. Y quizás, y sobre todo, en un país en el que ya ni tan siquiera muchos cristianos desean dialogar. Este es el mayor dolor: que el propio cristiano está viendo diferencias entre quienes siguen a Cristo y quienes siguen a Mahoma que hacen que consideren imposible ser amigos, haciéndoles creer que el diálogo entre ambas culturas no es factible. Kaigama vive su lucha en este sentido: mantiene buenas amistades con muchos musulmanes. La comunidad cristiana con la que comparte su vida a menudo no lo consiente: "no deberíais ser tan amigos", le recriminan. Pero este sacerdote es un hombre libre, demasiado libre, y contesta poniendo como ejemplo a Jesús de Nazaret: "Cristo no murió de brazos cruzados, sino con los brazos absolutamente abiertos, abrazando a toda la humanidad. Encended una vela cada uno de vosotros, no importa cuán oscuro esté: encended una vela y vuestra vida brillará". Kaigama termina alertando sobre la situación de Nigeria que, dice, se está radicalizando por tres razones: los cristianos tienen miedo de ir a la iglesia; al dejar de ir, desciende drásticamente la colecta de los domingos, que es con lo que se sostiene la iglesia en este país; la falta de empleo está favoreciendo la inserción de los jóvenes en bandas violentas; y, en fin, el hecho de que "muchas personas no están practicando la fe cristiana como deberían".
Kaigama termina su intervención pidiendo ayuda a través tanto de la oración como de la petición a nuestros gobiernos para apoyar a Nigeria: "no vemos respuesta... Necesitamos un sistema de seguridad y una red de inteligencia. Necesitamos evitar una guerra".
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