Una representación del Patrono di Milán (s. XVII).
Las buenas familias cristianas milanesas temían por sus hijas y las guardaban en casa: era mejor no enviarlas a escuchar a Ambrosio, no fuera a ser que acabaran todas en el convento. Era tan fascinante que daba miedo. El propio obispo lo cuenta. No sólo Agustín. Muchos jóvenes milaneses decidieron dedicar toda su vida a Cristo: «no con las ataduras de las cadenas, sino con los vínculos del amor y con el afecto del alma», como recordó Benedicto XVI durante su visita a Milán, citando el De Virginitate, texto del patrono dedicado a la vida consagrada. La imponencia de las palabras de Ambrosio y su capacidad de persuasión no se han oscurecido con el paso de los siglos. Parecen escritas ayer. Y entonces, como hoy, se dirigían a todos: consagrados o no. Porque lo que está en juego, en todo caso, es la relación personal con Cristo. Nos lo explica Francesco Braschi, Doctor de la Biblioteca Ambrosiana y experto en San Ambrosio.
El Papa, durante la homilía pronunciada en el Duomo, citó el De Virginitate. ¿Cuál es este texto y en qué circunstancia se escribe?
De Virginitate es un texto que forma parte del corpus de textos ambrosianos sobre la virginidad y la viudez. Son textos pronunciados durante las homilías que luego reelaboró en forma escrita el propio Ambrosio. Éste en particular fue publicado en torno al año 390. En el siglo IV teníamos muchos Padres de la Iglesia que escribían sobre estos temas, porque en aquel periodo se asiste, por motivos diversos, a un boom de la virginidad, tanto femenina como masculina.
¿Por qué se produce este boom?
Uno de los motivos, al que ha hecho referencia el Papa también en Milán, es que por aquel entonces la opción de la virginidad consagrada era una forma de promoción de la mujer. Incluso para la legislación civil de la época tardo-antigua, la mujer no tenía ninguna posibilidad de elegir. Aún menos que en la época romana precedente, donde al menos las matronas y las nobles podían tener algún margen de decisión a la hora de casarse. En el siglo IV el matrimonio se acordaba entre las familias y la mujer no podía sustraerse a esta decisión. Con la virginidad consagrada, la Iglesia crea un estado de vida que por primera vez permite a la mujer elegir, ser protagonista de las decisiones de su vida. Y la Iglesia concedía a esta decisión toda la tutela necesaria, para que pudiera ser reconocida y sostenida.
¿Qué impacto tuvieron estos textos en sus contemporáneos?
El propio Ambrosio cuenta cómo incluso las familias cristianas no dejaban a sus hijas ir a escuchar sus predicaciones por miedo a que todas ellas decidieran consagrarse a la virginidad. Había una transmisión del entusiasmo, una capacidad de mostrar la belleza de la consagración, donde la motivación fundamental era el atractivo de Cristo. No es casual que estas homilías estén llenas de citas del Cantar de los Cantares: el alma es la esposa y Cristo el esposo. Aquí Ambrosio no inventa nada, recupera una tradición que se remontaba a los Padres griegos: Orígenes, Basilio, Gregorio de Nacianceno. Sin embargo, es capaz de transmitirla valorando la virginidad entre las demás vocaciones cristianas. Porque Ambrosio afirma: «Alguien dirá: ¿así que desaconsejas el matrimonio? No, lo aconsejo y condeno a aquellos que lo suelen desaconsejar, dado que suelo considerar los matrimonios de Sara, Rebeca y Raquel, y de otras antiguas mujeres, como ejemplo de virtud extraordinaria. De hecho, quien condena el vínculo matrimonial condena también a los hijos y a la sociedad humana que sobrevive gracias al sucederse ininterrumpido de las generaciones. Por tanto, no desaconsejo el matrimonio si enumero las ventajas de la virginidad. Ésta es un don reservados a unas pocas, aquél es para todas. Y no podréis vivir la virginidad si no existe el matrimonio del que nace. Confronto cosas buenas con cosas buenas, para que se haga evidente con más facilidad lo que es mejor».
¿Este texto se dirigía sólo a los consagrados?
No, se trata de una selección de homilías sobre la virginidad, predicadas en gran parte durante las celebraciones litúrgicas en que participaba todo el pueblo de Dios. Ambrosio hablaba a todos los cristianos. Él, de hecho, entiende la virginidad como relación personal con Cristo, que se convierte en el centro de la vida. Y este es el tipo de relación que él propone a todos los fieles, también a los casados. Pero hay además otro aspecto muy interesante: para Ambrosio la virginidad consagrada permite anticipar el destino último del hombre.
¿En qué sentido?
Él dice: «Los consagrados sois como ángeles sobre esta tierra». No en el sentido de que su vida se sustraiga a la realidad concreta, sino porque testimonian ya hoy que el destino del hombre se juega en referencia a Cristo. Al comentar el Evangelio de Lucas, que es el otro texto citado por el Papa, va aún más allá. En estas homilías, pronunciadas también a todo el pueblo, Ambrosio habla de la “generación de Cristo”. Comentando el Magnificat dice: «Mirad que María no dudó, sino que creyó, y por eso obtuvo el fruto de su fe. Bendita tú que has creído. Pero benditos también vosotros que habéis oído y habéis creído: de hecho, toda alma que cree, concibe y genera el Verbo de Dios, y de ahí nacen obras». De ahí, podemos entender que el valor ejemplar de la virginidad consagrada es el de mostrar una fecundidad que se da en la virginidad, pero esta fecundidad se propone a todos los creyentes. Concebir y generar al Verbo de Dios significa volver a proponer en la propia vida los gestos y palabras de Cristo. Es el volver a suceder de la presencia de Cristo en el seno de Su Iglesia.
¿Es la imitación de Cristo?
Sí, es la conformación a Cristo, vista como sentido de todo el camino de fe del cristiano, de todo cristiano. La virginidad es un estado que existe en la Iglesia y que tiene como especificidad la dedicación total. Por otra parte, sin embargo, su valor ejemplar está en el hecho de recordar a cada cristiano que su pertenencia de fe es verdadera cuando genera una vida nueva.
¿La virginidad consagrada es una invención cristiana?
El mundo latino conocía la institución de las vírgenes vestales, pero Ambrosio no acepta que se vean como una anticipación de la virginidad consagrada. Según él, la virginidad consagrada nace de Cristo virgen y de María virgen. No es la recuperación de algo que sociológicamente existía en el mundo antiguo. Es más, él recuerda que las vestales eran pocas, vivían en los templos y eran hijas de familias nobles que durante un tiempo determinado estaban llamadas a ser vírgenes. Él dice: esto no tiene nada que ver con las vírgenes cristianas, que ofrecen toda su vida al servicio no de un fuego sagrado sino de Cristo presente. Su consagración es una decisión voluntaria, cosa que no se puede decir de las vestales, y para las vírgenes cristianas la única recompensa es una experiencia de verdadera intimidad con Cristo en la fe.
También Ambrosio era célibe. ¿Cómo influyó este hecho en su pensamiento?
Ambrosio hablaba de una experiencia suya personal. Ambrosio era virgen, su hermano Sátiro también y su hermana mayor, Marcelina, era una virgen consagrada que recibió del Papa Liberio el velo virginal en Roma. Podemos decir que la de Ambrosio fue sin duda una experiencia positiva que él vivió desde la adolescencia en su familia. Cuando habla de su hermana Marcelina, que tenía otras compañeras vírgenes con las que vivía en la casa familiar, habla de una experiencia que para él es profundamente humana. Y, para decirlo todo, contribuyó al crecimiento de la personalidad de Ambrosio, que encontramos extremadamente más armónica en comparación, por ejemplo, con la vida atormentada de Agustín. Para Ambrosio la virginidad era una elección profundamente humana y convincente. Que no quitaba nada a las virtudes humanas, que de hecho formaban parte de su bagaje cultural.
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