Me viene a la mente el Pórtico de la Gloria en Santiago de Compostela. Nos lo presentan como la primera gran película de la humanidad rodada en piedra, desde el Paraíso perdido hasta el Juicio final. Ahí está todo el gran escenario de la humanidad labrado en piedra. Pues, cuando llega el Domingo de Ramos, lo siento como el gran pórtico de entrada a esa intensa semana, a esos últimos días de la vida de Jesús tan llenos de la potencia, de la fuerza, del amor, de la sabiduría, de la fortaleza del Espíritu de Dios en su humanidad, en su carne y en su sangre, en su corazón y en su voluntad.
El segundo tomo de Benedicto XVI sobre Jesús de Nazaret empieza con la entrada en Jerusalén. El Evangelio de Juan refiere que Jesús celebró tres fiestas de Pascua durante el tiempo de su vida publica: una primera en relación con la purificación del templo, otra con ocasión de la multiplicación de los panes; y finalmente, la Pascua de la muerte y resurrección que se ha convertido en “su” gran Pascua, en la que se funda la Pascua cristiana, la Pascua de los cristianos.
En esta última entrada de Jesús de Nazaret en Jerusalén no entra mezclado en el río de los peregrinos. Dentro de la sencillez de lo que ocurre, algunos extienden sus mantos, cortan ramas de los árboles y alfombran su camino. El pueblo sencillo, mayores y niños, claman: «Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor». Entendemos de manera clara que muchos se sintieran aquel día tan llenos de esperanza y tan conmovidos como nunca se habían sentido. Seguro que en ellos quedó ese acontecimiento, y perteneció ya a esa memoria del corazón en la que se sabe que algo bueno y grande se ha vivido, y por eso marca la propia vida. Por ejemplo muchos de nosotros recordamos lo que hemos vivido en la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid, y pertenece a una rica experiencia que nadie puede arrancarnos ya. A cuántas familias, y a cuántos jóvenes hemos oído que esos días no los pueden olvidar, forman parte ya de su mejor historia. Conozco a una familia de Toledo que se conmueven los cuatro, los padres y los dos hijos, cuando lo reviven, y nosotros, los amigos, con ellos. ¡Qué hechos tan concretos de amistad y de relaciones humanas viven con sus amigos norteamericanos¡
Siempre sucede lo mismo, ante los intentos de las autoridades, de los ideólogos de turno, que critican y no aprueban, que empobrecen y empobrecen la condición humana, sea en el sentido de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte, sea en el de la familia, en la sexualidad, en la educación, en la manera de gozar y abrirse a todo lo que realmente anhela el corazón y la razón humana, ¿cuántos de nosotros sentimos las palabras de Jesús: «Os digo que si ellos callasen, gritarían las piedras»? Las piedras, por ejemplo del pórtico de la catedral de Santiago, y las de tantos y tantos santuarios que ahora mismo están en el pensamiento de muchos de nosotros. Las semanas santas vividas por las cofradías. Las representaciones de la Pasión que vivimos con tanto agradecimiento, consecuencia del entusiasmo, constancia y sacrificio de tantos barrios y pueblos centrados en sus parroquias. En esta manera concreta de la Semana Santa Dios viene a nosotros.
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