Educados para mirar el mundo en su verdad y no dejarnos abatir por las tribulaciones.
La invitación que Benedicto XVI nos hace en el comienzo del año 2012 es que este tiempo esté marcado por la justicia y la paz. Son las dos realidades que necesitamos en nuestra vida, no mirando a los otros, sino la justicia y la paz en mi propia vida personal, y sin las que la vida es imposible. No podemos buscar fuera lo que no llevamos dentro. La actitud para mirar el año nuevo la encontramos en el Salmo 130 con una imagen muy bella: el hombre de fe, lleno de confianza, aguarda al Señor más que el centinela la aurora. Es una espera que nace de la experiencia del pueblo de Dios educado para mirar el mundo en su verdad y a no dejarse abatir por las tribulaciones. ¡Qué maravilla sentir lo que realmente es la educación! Educados para mirar el mundo en su verdad y no dejarnos abatir por las tribulaciones.
Nuestro corazón no cesa de esperar la aurora de la que nos habla el salmo. La paz no es sólo un don que se recibe, es una meta a la que aspirar, una obra que se ha de construir. Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la libertad, en la verdad, en la justicia que implica la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad. El Papa nos plantea lo que todos deseamos y anhelamos desde lo más profundo de nuestro corazón. Y he saboreado el salmo en el que está esa imagen tan bella: «Desde lo hondo a ti grito Señor». Y este es nuestro grito: «Escucha mi voz, estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón. Mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora, porque Tú eres la redención copiosa».
No podemos dejarnos sofocar por la oscuridad que parece cubrir nuestro tiempo y no nos deja ver con claridad la luz del día. Muchos sentimos lo que nos dice el Papa: el pueblo de Dios es un pueblo educado para mirar el mundo en su verdad y no dejarse abatir por las tribulaciones. El hombre es el ser libre y responsable, luego es un hecho que la educación es la aventura más fascinante y difícil de la vida. Educar significa introducir a otro en la realidad, hacia una plenitud que hacer crecer a la persona. La primera escuela donde se recibe educación para la justicia y la paz es la familia. En la familia se aprende la solidaridad entre las generaciones, el respeto, el perdón, la acogida, la comprensión, la superación de las dificultades. La familia es la célula viva de la sociedad. Las demás instituciones colaboran en esta gran labor de la educación para la justicia y la paz. El cristiano sabe que, por lo que a él le toca, toda situación, todo ambiente ha de ser educativo, lugar de apertura al otro, al sentido de la vida, a la trascendencia. Un lugar de diálogo, de cohesión y de escucha. Todo ser humano tiene que ser valorado en sus propias potencialidades y riqueza interior. Benedicto XVI hace una llamada desde este punto de vista a toda la sociedad que quiera realmente ser humana y beneficiosa para el hombre. Por eso se dirige también a todas las instituciones y a los medios de comunicación de masas que tienen el papel particular no solo de informar, sino que también forman el espíritu de sus destinatarios.
Desde la convicción agustiniana: «¿Ama algo el alma con más ardor que la verdad?», Benedicto XVI nos invita a «educar en la verdad y en la libertad». Y esto requiere sobre todo saber quién es la persona humana, su naturaleza, su sentido, misión y destino. Sabemos perfectamente que la libertad es valor precioso pero delicado. Al no reconocer el hombre nada como definitivo, se deja como última medida sólo el propio yo con sus caprichos y egoísmos, con sus vanidades y superficialidades. El hombre verdaderamente libre promueve la justicia y la paz, requiere el respeto hacia uno mismo y hacia el otro.
La justicia no es simplemente una convención humana. La justicia no tiene sentido sin Dios, ante quien el hombre es justo o injusto. Las relaciones entre los hombres no son posibles sin relaciones de gratuidad, de misericordia, de comunión. Sólo la caridad manifiesta siempre el amor de Dios. Es un río viviente que viene de Dios y a Él vuelve, después de haber pasado por los hombres. Va de Dios al hombre, del hombre a su prójimo, del creyente a Dios. El que lo interrumpe quiebra todo. El que lo realiza da vida a todo.
La paz no es sólo ausencia de guerra, no es simplemente restablecer equilibrio de fuerzas adversas. La paz nace de la justicia y verdad de cada uno, y ninguno nos podemos eludir de este compromiso esencial en nuestra vida. Dios es el Dios de la paz porque es el Dios de la fuerza y de la bondad. Fundar una paz verdadera es tan difícil como fácil es desencadenar lucha y tensión.
¿De dónde nos vendrá el auxilio para ser constructores de paz y de justicia?, se pregunta con el salmista el Papa. No son las ideologías las que salvan el mundo, sino sólo dirigir la mirada al Dios viviente, nuestro creador, redentor y garante de nuestra libertad.
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