Desde luego yo mucho necesito este realismo auténtico que no admite ninguna dualidad. El realismo en nuestra vida. El realismo en nuestra fe, en nuestra esperanza, en nuestro amor a Dios y a los que tratamos a diario. Teresa de Jesús es un prodigio de realismo y de humanidad, ¡vaya si lo es! Un prodigio de realismo y humanidad en toda su vida y en sus escritos, en su actitud, en su manera de enfrentarse con las situaciones, y desde luego en lo que es la raíz de todo: en su trato con Dios, en su relación con Él. Aunque tengamos ante la vista imágenes suyas con los ojos levantados hacia el cielo, la pluma en la mano derecha y en la izquierda un libro, aunque nos resuene la grandeza de una santidad lejana, un misticismo inalcanzable, una condición de religiosa de clausura, fundadora, formidable escritora, y todo lo que pueda pensarse, la realidad es que es un prodigio de realismo y de cercanía, de andar con los pies en la tierra, de sentido práctico e inmediato, de propuestas claras y concretas para toda persona sin lo que no se entiende nada, absolutamente nada de nuestra condición humana. ¿Verdad que un sabio que no fuera modesto sería tan ridículo como un santo que no fuera humilde? Esto no sería un realismo sano ni en el caso del sabio ni en el del santo. Es fundamental esa humildad, que como ella decía, es andar en verdad. Desde luego no iba por una parte su fe en Dios, su trato de amistad con Jesucristo y por otra su vida diaria. Es un prodigio de realismo en toda su vida.
La experiencia viva del misterio de Cristo, de la realidad de Jesucristo está en el centro de su vida, es su luz y su fuerza, y ahí busca su llave. En el Evangelio encuentra las referencias auténticas. En la humanidad de Cristo ve el sentido de toda su humanidad y las respuestas llenas del realismo que necesita su vida. Precisamente por estar lejos de todo lo que se aparta de la vida real, del desconocimiento de las posibilidades de cada uno de nosotros, Teresa de Jesús, es un prodigio de concreción y realismo que necesitamos sentir los pobres peatones de a pie. Nos abre el corazón y la razón, y su experiencia nos sirve. Nos pone ante la verdadera humanidad.
Ella nos enseña a encontrar a Cristo desde nuestra propia realidad personal, con todas las circunstancias que nos rodean, con todos nuestros problemas y dificultades, con todas las tensiones. Su encuentro con Jesucristo, en su realidad humana y divina, desde todo lo que es su humanidad, le da el sentido real de la vida. La fe en Cristo es real cuanto más viva está en nosotros la humanidad y la búsqueda del sentido de la vida. Esta es la marca de Teresa de Jesús. Teresa de Jesús, como muestra su propio nombre, sabe que el realismo y la humanidad están en su encuentro con el Señor, en su trato de amistad con quien sabía la amaba. Siente cercano el evangelio, le conmueven los encuentros que los evangelistas narran con diferentes personas. Encontró en Cristo un amigo capaz de llenar su hambre de amistad y de verdadera humanidad. Creyó en un Dios que se hace hombre y muestra su conmoción ante el dolor, capaz de comprender y perdonar. Todos nuestros errores pueden ser redimidos por Cristo. Es el verdadero salvador de la humanidad.
Un prodigio de realismo que bien enlaza con el camino que don Giussani ha trazado para cualquiera que quiera seguirle y que don Julián Carrón acaba de indicarnos como lo esencial para ser verdaderamente y siempre religiosos: “Vivir intensamente la realidad”. Desde luego no nos falta una buena compañía.
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