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La confirmación de Pedro

Romano Christen
04/10/2011 - De las expectativas al espíritu anticatólico. Un misionero de la Fraternidad de San Carlos nos cuenta lo que ha visto en el viaje de Benedicto XVI a Alemania. Un hombre que no se preocupa de “su imagen”. Está “seguro de quién le ha llamado”

Domingo 25 de septiembre por la tarde. Hacía pocas horas que Benedicto XVI se despidió del Presidente Christian Wulff y del Arzobispo Robert Zollitsch en el aeropuerto de Lahr. Han sido cuatro días intensos. Intensos para los obispos y para la policía, para los políticos y para muchos telespectadores, para todos aquellos que han participado de los diferentes encuentros en Berlín, Erfurt o Friburgo. Han sido intensos también para mí. Lo que me queda de la visita del Papa es, sobre todo, el contenido de los discursos y la conmoción por su persona. Voy a intentar fijar brevemente estas impresiones. La figura de un hombre anciano, de mirada abierta y atenta. Y una sonrisa paciente. Sus gestos son moderados, se limita a extender los brazos para saludar. Nada más, eso es todo. ¿Es tal vez tímido aquel al que la prensa definía como el “cardenal Panzer”? ¿O es por naturaleza reservado? Puede ser. Pero no es sólo esto. No sólo cuando se reviste de solemnes vestiduras litúrgicas de gusto barroco, sino siempre, cuando interviene en público, siendo el centro de atención, parece dejar su persona en un segundo plano. Está allí no como un héroe o una estrella sino como alguien que representa a otro más grande que él. Por eso conmueve, no es simplemente Joseph Ratzinger, es Pedro. Y como tal representa a Cristo. Por eso no necesita añadir nada. Está pura y sencillamente seguro de Aquel que le ha llamado y por eso no tiene que preocuparse de “cómo aparecer ante la gente”.
Estos días me he preguntado con frecuencia qué piensan los demás, qué efecto causa en los otros. No lo sé. Probablemente el efecto sea muy diferente. Para mí es sobre todo la persona que le dice “sí” a Él, a Cristo que le ha llamado a desarrollar esta tarea sobrehumana. Él es Pedro que hoy, delante de mí, le dice al Señor: “¿A quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna”. Veo en él esta entrega amorosa a su Amigo, Señor y Maestro. Y esto ha reforzado de nuevo mi vocación.
Después están las homilías y los discursos de estos días y la montaña de expectativas que había. ¿Eran realmente tantas las expectativas? Por los medios se podía deducir que en el fondo había sólo media docena de cuestiones sobre las que podría haber intervenido o cambiar algo: celibato, abuso de menores, democracia en la Iglesia, sacerdocio femenino, etc. Temas ampliamente conocidos por cualquiera en Alemania, desde el escolar al taxista musulmán.
Pero él no ha hecho ni una alusión, ni siquiera una palabra. ¿O no? Nos ha sorprendido a todos, -tanto a los creyentes como a los que eran críticos- cómo ha comprendido la situación de la Iglesia contemporánea a un nivel más profundo, más radical. Nunca en tono polémico. Pero tampoco con tópicos. Más bien realista, claro y profundo. A veces exigente en el sentido de que es necesario leer al menos dos veces sus palabras con calma para hacerlas propias, pero con seguridad nunca banal. Y de esta forma llegaron grandes sorpresas – sobre todo en el discurso en el Bundestag y en el Konzerthaus de Friburgo-. Con estas palabras tendremos todavía que confrontarnos (esperemos que sean muchos los que lo hagan). Pero también en sus homilías el Pontífice ha sacado a la luz las verdades fundamentales de la fe, el amor de Dios, la predestinación, el pecado, la Iglesia, la esperanza, la vocación personal. No una teología revestida de retórica sino sencillamente el mensaje bíblico y su eficacia en el presente expresado en palabras. Palabras que me han conmovido y provocado a mí como sacerdote. No eran simples palabras, eran siempre verdades que él me desvelaba.
“Confirma a tus hermanos” – esta es una de las tareas que Jesús dio a Pedro y a través de él a todos sus sucesores hasta Benedicto XVI-. Esta confirmación en la fe se ha renovado estos días. En ella el Papa ve la posibilidad principal para la reforma de la Iglesia: la renovación no viene de las estructuras, sino de un corazón cambiado, aferrado por su Presencia.
Esta firme convicción expresada en tono sereno cae sobre terrenos diferentes –como la semilla en la famosa parábola de Jesús-. Con la inminencia de su llegada se había percibido mucha polémica y agresividad, no sólo por parte de los movimientos de homosexuales, sino también en los ambientes de asociaciones y comunidades comprometidas y activas. No es un fenómeno nuevo pero me impresionó negativamente y me hizo reflexionar por su intensidad y, sobre todo, por su extensión. También me hirió el tono de los comentarios sobre la vigilia con los jóvenes en Friburgo que se posicionaron de forma tan radical contra el Papa. Y ahora que el Papa acaba de abandonar suelo alemán, leo ya los primeros titulares como este: “La iglesia de base incita a la desobediencia”. Todo esto suscita rabia y dan ganas de contraatacar. Pero en Benedicto XVI no he visto nuca semejante actitud. ¿Está ciego o es ingenuo? ¿O es extremadamente realista? Es ciertamente doloroso el espíritu “anticatólico” que se difunde por ciertos sectores del pueblo de Dios. Y sin embargo el papa no parte nunca de la polémica o de la condena. Por el contrario se confía a la fascinación de lo bueno y lo verdadero, a lo que corresponde más profundamente con el hombre. El papa conoce bien las heridas y las pruebas de nuestra época, pero su mirada no se detiene en lo que se ha anquilosado por la ideología sino más bien en lo que el Resucitado realiza también en nuestros días. También esta es una lección capaz de trasformar y hacer madurar mi juicio y mi vida.
Durante estos días Pedro me ha confirmado una vez más en mi camino vocacional.

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