Bajo la imponente cúpula de cristal del Reichstag comparece la blanca figura del Papa, y todos los fantasmas que la víspera prometían deserciones masivas y respuestas ásperas se disipan en un instante. Benedicto XVI entra en el aula del parlamento federal acogido con un largo aplauso de los diputados, que se han puesto en pie para saludar a su ilustre huésped. Es un gran compatriota, que se dice honrado y feliz de tomar la palabra ante «el parlamento de mi patria». Pero, sobre todo, es el Pontifex maximus, la cabeza de la Iglesia católica, invitado, por primera vez en la historia, a dirigir un discurso a los representantes del pueblo alemán. Toca hacer los honores de la casa al presidente del parlamento, el democristiano Norbert Lambert, que presenta al Papa a los líderes de los varios grupos parlamentarios. Benedicto XVI se entretiene conversando con cada uno de ellos amablemente, incluidos los exponentes más críticos. Después se acerca al estrado, desde donde hablará en pie, con una mirada tímida que recorre el hemiciclo entero. Están presentes casi los 600 diputados, sólo algunos sillones azules en el extremo izquierdo del aula han quedado vacíos. El boicot que contaba con la teatral deserción de 100 diputados ha fracasado miserablemente y los únicos ausentes son una decena de exponentes de la Linke, el partido poscomunista nostálgico de la RDA. También ellos escuchan en un silencio religioso. «Consideraciones sobre los fundamentos del Estado liberal», así, el Papa-profesor presenta sus reflexiones. En realidad se trata de toda una lección de política, en el sentido más elevado del término. «Distinguir entre el bien y el mal», esta es la tarea del que se dedica a la política, afirma Benedicto XVI citando una fuerte expresión de San Agustín: «Quita el derecho, y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?» No son palabras de otros tiempos, «nosotros, los alemanes, hemos experimentado la separación del poder y el derecho», dice, recordando los tiempos oscuros del siglo pasado. «¿Cómo podemos reconocer lo que es justo?» Es la pregunta central que el Papa Ratzinger dirige al Bundestag, siguiendo la estela de lo que hace un año, durante su viaje a Londres, había recordado frente a políticos e intelectuales reunidos en el Westminster: no siempre el criterio de la mayoría es un criterio suficiente. Hay un hilo conductor que une cristianismo y Estado de derecho, un hilo que mantiene unidas la cultura jurídica occidental, llega hasta la declaración de derechos humanos y a la Gundgestz, la constitución de la Alemania posnazi: es el concepto cristiano de naturaleza y razón que se unen en armonía. Benedicto XVI no teme defender la idea del derecho natural, consciente de que hoy «casi nos avergüenza hasta la sola mención del término». Pero su eliminación nos ha llevado a una situación dramática, la del dominio de una razón positivista que rechaza la unión entre ethos y derecho. Es una estrechez de miras que favorece el surgimiento de «corrientes extremistas y radicales». En cambio, debemos ampliar la mirada. «Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo», es la invitación que el Papa dirige al parlamento del país más potente de una Europa en crisis.
Con este propósito uno podría esperar el habitual reclamo a las raíces cristianas de la acción política, algo que habría complacido a la CDU. En cambio, Benedicto XVI pone el ejemplo del movimiento ecológico, que ha traído una corriente de aire fresca a Alemania. ¿Un elogio a los Verdes, cada vez más en alza? «No quiero ser malinterpretado, no estoy aquí para hacer propaganda de un partido político», dice, y el auditorio suelta la risa. Poco antes, citando una frase que el politólogo Kelsen había escrito a los 84 años, el Papa había bromeado improvisando: «Me alegra que a los 84 años (la edad de Ratzinger, ndr) todavía se pueda decir algo sensato».
Estamos en las bromas finales, entre el Papa y el Bundegstag ha surgido un feeling sorprendente. Y al final, estalla una ovación en toda regla. Aprecio por las palabras que el Papa ha pronunciado, incluso de parte de una de las figuras más críticas hacia él, el diputado ecologista homosexual Volker Beck, según el cual, el discurso «habría quedado magnífico en la universidad de Humboldt». La tierna fuerza de Benedicto XVI ha abierto una brecha en el Reichstag.
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