A mi queridísimo hermano en el episcopado Card. Dionigi, a todos los fieles de la Iglesia ambrosiana y a todos los habitantes de la Archidiócesis de Milán,
me gustaría acompañar la decisión del Santo Padre de nombrarme arzobispo de Milán con un afectuoso saludo.
Comprenderéis de qué modo esta noticia, que me fue comunicada hace unos días, hace que mi corazón aún se encuentre hoy un tanto agitado. Dejar Venecia después de casi diez años supone sacrificio. Por otro lado, la Iglesia de Milán es mi Iglesia madre. En ella nací y fui lanzado simultáneamente a la vida y a la fe.
La obediencia es el punto de apoyo seguro para la serena certeza de este paso al que he sido llamado. A través del Papa Benedicto XVI, la obediencia mía y Vuestra es a Jesucristo. Por Él y sólo por Él yo soy enviado hoy a Vosotros. Comunicar la belleza, la verdad y la bondad de Jesús Resucitado es el único objetivo de la existencia de la Iglesia y del ministerio de sus pastores. De hecho, la razón de ser de la Iglesia, pueblo de Dios en camino, es dejar que Jesucristo, Luz de las naciones, resplandezca sobre su rostro. Aquel Rostro crucificado que, según la profunda expresión de San Carlos, «transparentaba la inmensa luminosidad de la divina bondad, el deslumbrante esplendor de la justicia, la indecible belleza de la misericordia, el amor ardiente por todos los hombres» (homilía del 16 de marzo de 1584). Jesús Resucitado acompaña verdaderamente al cristiano en la vida de cada día y el Crucifijo es objetivamente esperanza fiable para todo hombre y mujer.
En este momento, pido a todos Vosotros, a los Obispos auxiliares, a los presbíteros, a los diáconos, a los consagrados, a los fieles laicos la acogida de la fe y la caridad de la oración. Lo pido en particular a las familias, de cara al VII Encuentro Mundial.
Os aseguro que mi corazón ya ha hecho espacio a todos y cada uno.
He sido puesto al servicio de una Iglesia que el Espíritu ha enriquecido con preciosos y variados tesoros de vida cristiana desde el origen hasta nuestros días. Lo hemos visto, llenos de gratitud, también en las beatificaciones del pasado domingo. Me comprometo a realizar este servicio favoreciendo la pluriformidad de la unidad. Soy consciente de la importancia de la Iglesia ambrosiana para los desarrollos del ecumenismo y del diálogo interreligioso.
Este saludo se dirige también a todos los hombres y mujeres que viven las muchas realidades civiles de la Diócesis de Milán, y en modo particular a las Autoridades constituidas de todo orden y grado: «El hombre es la vida de la Iglesia, y Cristo es la vida del hombre» (Benedicto XVI, homilía de beatificación de Juan Pablo II, 1 de mayo de 2011).
Vengo a Vosotros con ánimo abierto y con sentimientos de simpatía, y me atrevo a esperar por Vuestra parte actitudes análogas hacia mí.
Pido al Señor que me permita sumarme, con humilde confianza, a la larga cadena de Arzobispos que han servido a nuestra Iglesia. ¿Cómo no citar aquí al menos a algunos que nos han precedido hacia la otra orilla? Ambrosio, Carlos, Federico, el card. Ferrari, Pío XI, el card. Tosi, el card. Schüster, Pablo VI y el card. Colombo.
Necesito de Vosotros, de todos Vosotros, de Vuestra ayuda, pero sobre todo, en este momento, de Vuestro afecto.
Pido particularmente la oración de los niños, de los ancianos, de los enfermos, de los más pobres y marginados. El intercambio de amor con ellos, estoy seguro, sigue siendo hoy un valioso alimento para la operatividad de los ámbitos que han hecho y hacen grande a Milán: desde la escuela hasta la universidad, del trabajo a la economía, la política, el mundo editorial y de la comunicación, la cultura, el arte, la magnánima participación social…
Quiero dirigir un deseo particular a los miles y miles de personas comprometidas con las actividades semanales de las parroquias, los campamentos, las vacaciones, y de forma especial a los jóvenes que se preparan para la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid.
Pido una oración especial a las comunidades monásticas.
Al dirigir a Vosotros este primer saludo, quiero mostrar mi intenso afecto colegial a los Cardenales Carlo Maria Martini y Dionigi Tettamanzi.
No quiero terminar estas líneas sin expresar desde ahora mi gratitud a todos los sacerdotes, primeros colaboradores del Obispo, de los que conozco bien su dedicación diaria a la Iglesia ambrosiana y su disponibilidad capilar hacia los hombres y mujeres del vasto territorio diocesano.
Me confío a la intercesión de la Virgen que, desde lo alto del Duomo, protege al pueblo ambrosiano.
A la espera de encontrarme con Vosotros, Os bendigo en el Señor
+ Angelo Card. Scola
Arzobispo electo de Milán
Venecia, 28 de junio de 2011
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