«¿Cómo has vivido este tiempo de dolor?». Allí, lejos de la Tierra, al otro lado de la atmósfera, el astronauta Paolo Nespoli perdió a su madre mientras él estaba en la Estación Espacial Internacional. El 21 de mayo, Benedicto XVI se conectó con la tripulación, en un diálogo único en la historia, e hizo a Nesponi esta pregunta.
Sólo hizo preguntas, ninguna recomendación ni explicación. «No se puso a pronunciar discursos, era él quien preguntaba, verdaderamente lleno de curiosidad e interesado en la experiencia de estos hombres tal cual es», explica Marco Bersanelli, profesor de Astrofísica en la Universidad de Milán y colaborador del Instituto Nacional italiano de Astrofísica. En esta “audiencia espacial”, el Papa escuchó qué significa ver «la Tierra colgando en el espacio negro» y la atmósfera, «fina como una hoja de papel», que es todo lo que nos separa del vacío cósmico. Supo que desde allí nuestro planeta es «de una belleza que conquista el corazón».
Durante el diálogo, el Santo Padre subrayó insistentemente el punto de vista extraordinario desde el cual estos hombres miran la realidad. Se dirigió a ellos como «nuestros representantes, la punta de lanza de la humanidad que explora nuevos espacios y nuevas posibilidades». ¿Qué importancia tiene este “reconocimiento”?
Este acento por parte del Papa no sólo es algo precioso sino muy pertinente respecto a la autoconciencia profunda que un científico puede tener de sí mismo. El que se dedica a la investigación científica se encuentra en la condición de uno que de algún modo es el “enviado” de la humanidad a la que pertenece. Tiene el privilegio de hacer ciertas cosas (explorar el espacio, estudiar los confines del universo o algún otro aspecto de la naturaleza) con el objetivo de responder a preguntas que, en último término, son de todos, por un bien que es de todos, no sólo para saciar su propia curiosidad. Es como el “representante” de un pueblo que le confía esta tarea. El problema es que hoy esta conciencia o es muy débil o se ha perdido. Por eso, este acento del Papa es algo precioso, porque vuelve a iluminar la verdadera naturaleza de este tipo de trabajo.
¿En qué sentido se ha perdido esta percepción de ser enviado o “representante”?
En el mismo modo en que se investiga, uno se concibe encerrado en el cerco de los objetivos a alcanzar, la competencia, la especialización... Es como un sub-mundo en el que puede estar toda la vida. Se parte de la propia curiosidad e inteligencia, pero lo que prevalece normalmente es un sentimiento de soledad, no se siente ya “representante” de nadie.
¿Por qué?
Porque se ha perdido el vínculo con una pregunta que es de todos. Un ejemplo es el hecho de que raramente los científicos se dan el gusto de hablar de la belleza de lo que descubren.
¿Cómo se ha perdido este nexo con “el pueblo”? ¿Tiene que ver con la forma de concebir al hombre y su trabajo?
La soledad a la que me refiero no sólo es una condición del científico, es la condición típica del hombre moderno. Lo que se ha enrarecido es la experiencia de formar parte de un pueblo, de pertenecer. No nos damos cuenta de que todos los hombres tienen el mismo corazón, que si una pregunta es verdadera, lo es para cualquiera. Separamos la posibilidad de conocer del camino humano donde empieza la investigación, y al que se debería regresar. De este modo, el científico queda abandonado a su propia genialidad. El Papa, al llamarnos «representantes de la humanidad», nos pone ante la posibildiad de hacer una experiencia más completa de nosotros mismos y del trabajo que hacemos.
Al ver el diálogo con los astronautas, impresionan que el Papa no deja de hacer preguntas.
Esto también resulta algo raro. El Papa entra en este diálogo poniendo en el centro la experiencia de los astronautas: les pregunta, les escucha. Sus preguntas dan forma a todo. Estamos acostumbrados a aceptar un cliché cultural en el que nos expresamos por definiciones y contraposiciones. Sin embargo aquí, en vez de consideraciones o conceptos abstractos, el Papa utiliza otra clave, se cuela en la experiencia de la persona. Este diálogo demuestra que el método de conocimiento más directo y original es la comunicación de la experiencia. Y en el ámbito científico esto es completamente inusual.
El mundo científico, según lo describe usted, parece adolecer de una especie de esquizofrenia: la experiencia de la persona se apoya por completo en la propia inteligencia, pero al mismo tiempo es como si no se considerase digna...
Eso sucede porque hay una separación entre el contenido del conocimiento y la experiencia de conocer.
Es decir, entre el objeto y el hombre que lo conoce.
Por una parte está el “saber” y por otra, yo, que sé. De modo que el saber queda como algo abstracto, mientras que la verdad es una relación amorosa, tiene una dimensión afectiva que en esta separación se niega, se vacía. Ya no hay un yo que dice “estrella”, “galaxia”, “electrón”... Sólo queda el dato de la estrella, de la galaxia, del electrón. El sujeto humano es irrelevante. Y éste es el clima dominante en nuestras universidades y escuelas.
¿Por qué el Papa desafía esta tendencia?
Porque él se dirige a la experiencia de estos hombres, como hombres y como científicos, sin ninguna fractura. Tiene curiosidad y por tanto espera aprender de su trabajo como astronautas, pero al mismo tiempo tiene afecto y estima por la persona. Esto permite que el hombre pueda volver a vivir como protagonista de su propio trabajo. Entra en relación con ellos no de forma genérica, sino personal. Es extraordinario.
Tanto que llega a preocuparse por sus problemas familiares: pregunta a Nespoli por la muerte de su madre y a Mark Kelly por su mujer, herida en un atentado. ¿Qué significa esta atención por parte del Papa?
Muestra toda su concepción del hombre: que en el universo cada hombre es único. Esos astronautas están justo al otro lado de la atmósfera, pero aunque estuvieran a millones de años luz de aquí no cambiaría nada. El Papa les habla personalmente, según su unicidad y esto inmediatamente te hace preguntarte qué significan millones de años luz en el espacio cuando el hombre, cada una de sus respiraciones, es relación con el infinito. La atención del Santo Padre revela la paradoja que es el yo de cada hombre en el universo: nuestra pequeñez y a la vez nuestro ser relación con lo eterno.
¿Por qué este diálogo entre el Papa y los astronautas es tan importante para usted?
Porque lo percibo como un ejemplo sencillo y espléndido de cómo nos mira a cada uno de nosotros. El cuidado y la mirada con que se dirigió a estos hombres que están en el espacio es el mismo que tiene con cada uno de los hombres que vive sobre la Tierra, con cada uno de nosotros. Es el rasgo inconfundible de la mirada de Cristo.
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