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La paciente “revolución” del corazón

Luca Pezzi
08/04/2011
El patriarca copto de Alejandría, Antonios Naguib.
El patriarca copto de Alejandría, Antonios Naguib.

«Mirábamos lo que sucedía con entusiasmo y optimismo. Era el inicio de una nueva etapa, marcada por la fraternidad, la cohesión social, la desaparición de las barreras y de las discriminaciones religiosas». Son palabras del cardenal Antonios Naguib, patriarca católico de Alejandría para los coptos mientras habla de lo que ha supuesto para su país el testimonio expresado en la plaza Tahrir, que hizo caer el régimen de Hosni Mubarak en menos de veinte días. Pero habla en pasado. Ahora que la plaza vuelve a estar limpia y se preparan las nuevas elecciones para septiembre, puede que la escena cambie, y eso le preocupa.

¿Qué ha cambiado de enero a hoy?
Tras dos o tres semanas después de las revueltas, se produjeron algunos hechos violentos contra los cristianos. En Qena, cerca de Luxor, un hombre fue agredido y acusado falsamente por algunos salafitas que le cortaron una oreja. Unos días antes, en la misma ciudad, dos cristianos fueron procesados según la sharía: uno fue asesinado y el otro murió al ser arrojado desde un cuarto piso. Lo hemos sabido gracias al obispo ortodoxo. Algunas personalidades, que estaban ausentes durante las protestas, ahora se imponen como protagonistas y líderes del cambio. La voz de los representantes de los Hermanos Musulmanes se hace oír cada vez con más fuerza y está ocupando las posiciones de vanguardia. El elemento religioso ha vuelto a crear distancia, si no discriminación, entre musulmanes y no musulmanes.

Los periódicos han hablado de una iglesia quemada...
Ante los incidentes del sur de El Cairo, como la iglesia quemada y demolida, debemos mirar la actitud positiva que ha mostrado el Consejo supremo de las fuerzas armadas, que inmediatamente decidió reconstruir el edificio. Pero, al mismo tiempo, no podemos dejar de tener en cuenta que para convencer a los musulmanes de que se repare el daño causado y acepten a los cristianos, ha tenido que intervenir uno de los líderes de los Hermanos Musulmanes. Es decir, el camino elegido no es el de la ley ni el respeto a la justicia, sino la voz de un líder religioso que da directrices e impone las soluciones.

¿Qué es lo que más le preocupa?
Me pregunto quién tendrá la última palabra: la voz fundamentalista y la imposición de una sociedad religiosa o –como todos pedíamos y esperábamos– la de un país democrático y una sociedad con derechos y deberes iguales para todos. Eso es lo que preocupa a los cristianos, pero también a muchos intelectuales y musulmanes moderados.

Es el problema más serio: el resultado político, social y cultural de esta transición. ¿Cuál es la tarea de los cristianos, ortodoxos y católicos, en este momento tan delicado?
Tenemos el deber de trabajar juntos para coordinar nuestras acciones y ayudar a nuestra gente a orientarse, a no perderse entre la cantidad inmensa de falsa propaganda que existe. Intentaremos reunirnos de nuevo con los responsables de las iglesias, no para crear un bloque o un partido, sino para identificar el camino a seguir. Es lo que hemos hecho ya con la Comisión que estaba trabajando en la modificación de la Constitución, de unos cuantos artículos referidos a la candidatura presidencial y al control electoral.

Pero en el referéndum del pasado 19 de marzo sobre la modificación total o parcial de la Constitución han quedado en minoría.
No debemos dejar de apoyar a nuestra gente y tampoco debemos decepcionarnos por el resultado del referéndum. Aunque todos los cristianos hubieran votado por el cambio radical de la Constitución, no habríamos llegado al 10% y el “no” (es decir, la modificación completa) ha quedado en un 22,2%. Hay más gente en el país que comparte nuestro punto de vista. Es un resultado favorable –se lo digo a los fieles y sobre todo a los jóvenes–, que nos debe animar al compromiso político en los partidos que existen y en los que se formen en defensa de un Estado civil y democrático.

Volvamos al deseo de cambio que sacudió el país en enero.
El deseo de cambio fue una sopresa para el mundo exterior, pero también para nosotros, los egipcios. Su objetivo, acabar con un régimen corrupto e injusto, se alcanzó en sólo dieciocho días. Hubo un millar de muertos y más de cinco mil heridos. Un “precio” considerable, pero el objetivo se consiguió. En aquellos días, leí la entrevista de un periodista extranjero a un manifestante. Le preguntaba por qué se manifestaba y él respondía: «Para vivir dignamente, comer, poder casarme, tener una casa». El periodista, sorprendido, replicaba que ésos no eran los objetivos propios de una revolución: pero son derechos fundamentales.

Se pedía libertad, justicia... Algunos hablaban de “revolución de fe”. ¿Qué piensa usted?
Esos valores humanos son valores espirituales, que nacen de una visión del hombre a la luz de la fe, una concepción del hombre creado por Dios a su imagen y semejanza. Por tanto, con su inteligencia y su voluntad, que no pueden verse sofocadas o dominadas. Estos valores espirituales permiten al hombre tener una relación pacífica con Dios, con sus hermanos y hermanas, con el otro. Y de estos valores deriva la fraternidad entre cristianos y musulmanes, una solidaridad que busca los mismos objetivos.

Recientemente, Wael Farouq, profesor de árabe en la American University de El Cairo, participó en Roma y en Rimini en un encuentro titulado “Las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre”, una frase que Luigi Giussani dirigió a un chico que acababa de unirse a los acontecimientos del Sesentayocho italiano...
Exacto. Esas palabras tocan lo esencial... El régimen cayó con facilidad, pero para cambiar el corazón hace falta tiempo. Hace falta paciencia e inteligencia. Cuando hoy vemos que se vuelven a plantear problemas que había antes de las revueltas, nos damos cuenta de que el problema esencial no es la estructura, sino la gente que vive en esa estructura. El problema es su inteligencia y su corazón. Si bien el régimen se puede cambiar en un instante, el hombre y su corazón no cambian fácilmente.

¿Cuál puede ser su contribución en este cambio?
Como Iglesia y como guía religiosa, debemos ayudar a nuestros fieles a crecer en la fe y en la confianza en Dios presente, que actúa y que no deja de hacerlo. Esta madurez requerirá tiempo. Mientras tanto, nuestra tarea debe consistir en el cambio de nosotros mismos. Lo que tiene que cambiar es nuestro corazón, nuestras actitudes, nuestras relaciones; debemos vivir lo que nos ha propuesto el Sínodo: la presencia de los cristianos en Oriente Medio, como comunión interna y testimonio del amor a Dios y de Dios. Todo ello en el respeto y en la aceptación, porque el amor de Dios es un amor paciente.

El pasado mes de octubre se celebró la primera edición del Meeting Cairo y usted fue testigo de esta extraña y sorprendente colaboración entre cristianos y musulmanes. A la luz de todo lo que ha sucedido desde enero hasta hoy, ¿qué juicio hace usted? ¿Piensa que aquel acontecimiento todavía tiene valor como ejemplo, como paradigma y como posibilidad real para poder continuar la construcción de un nuevo Egipto?
Podemos comparar el Meeting Cairo con el movimiento para el cambio que suscitó la admiración del mundo entero. Tienen la misma naturaleza. ¿Quién podía esperar aquella participación, aquella correspondencia y aquel entusiasmo suscitado en el ánimo de quienes participaron en el Meeting Cairo? Me sorprendió mucho la cantidad de gente que había y el entusiasmo que mostraba. No se podía distinguir entre cristianos y musulmanes y en los encuentros se hablaba el mismo lenguaje: exactamente como en la plaza Tahrir, cuando estalló el movimiento por el cambio. Me gusta llamarlo así porque el término “revolución” lleva implícito algo de violento. Se trata de hechos proféticos como el Sínodo, porque la gente, no sólo en Egipto sino en toda la región, está arriesgando su vida por valores sustanciales y de fe, valores espirituales y humanos que encuentran su fundamento en la relación con Dios.

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