Admiramos a las personas que con un solo rasgo son capaces de hacernos sentir la belleza, la gracia de algo. Con un solo rasgo nos enseñan a mirar. Un solo rasgo que lo simplifica y lo une todo. En realidad eso pretenden ser los títulos de las novelas, de las obras de teatro, de las películas. Con un solo rasgo nos sitúan en lo que va a centrar el tema. Un solo rasgo nos da la panorámica de todo.
También con un solo rasgo podemos definir a algunas personas: es entrañable. Es de condición agradecida, con palabras de una mujer excepcional. Es la personalización de la honradez, o de la fidelidad. Tiene un gran corazón. Es una gran cabeza. Por eso decía un gran psicólogo: elija un solo rasgo para empezar a orientar su vida.
Pues eso he sentido con San José. Es verdad que otras veces lo hemos visto también con un solo rasgo, con el que centra el Nuevo Testamento toda su vida, la justicia: José, como era justo… José, varón justo. En el Antiguo Testamento también el rasgo de la justicia era la referencia de los hombres. Toda la comprensión de la vida de San José requiere la interpretación de su vida diaria hecha a partir de lo eterno, del misterio. Así de simple, y así de impresionante, así de inmenso y así de cotidiano. Toda su vida diaria a partir del misterio, a partir de su sentirse ante “el” misterio: una mujer embarazada por obra del Espíritu Santo, y un hijo que es el Mesías. Esa fue su vida y esa fue su vocación: José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados. ¡Qué fuerza tiene ese “y tú”! Tú, su padre ante los ojos de todos, le pondrás por nombre Jesús.
Pensando en la personalidad de José, la ilumina del todo esta sencilla afirmación: con un solo rasgo, su presencia ante el misterio, queda centrada su vida. Una virgen que da a luz, una pobre familia perseguida que ha de emigrar a otro lugar, y después una vida totalmente oculta que se desarrolla ante el misterio. Un trabajador sencillo del que sólo aparece su nombre y precisamente para poner esta sencillez de manifiesto. Los que oían a Jesús se admiraban, nos dice San Lucas, y decían: ¿no es este hijo de José?
¿Qué sabemos de la vida de este hombre, de José, que no sea a partir del misterio, de su relación con el misterio del Dios que se hace hombre, en el seno de la que es su mujer? Es para conmovernos y abrir de par en par nuestro corazón ante semejante realidad. El hombre, el esposo, el padre de familia, el trabajador, desde el primer momento ante las dos personas centrales del cristianismo: la madre virgen y el llamado Cristo, el Hijo del Hombre. Los pocos hechos en los que se le nombra, aparece siempre, ante el misterio del Dios con nosotros, como la expresión de la acogida y el cobijo, de la fidelidad y de la entrega incondicional, de la justicia y la honradez en su misión.
Nuestro tiempo, a pesar de su escepticismo, de sus ídolos, de su desorientación, de sus progresismos, de su críticas al cristianismo, necesita una interpretación de la vida diaria como lo expresa San José, este judío de hace más de 2000 años. Y lo necesitamos todos, desde los políticos a los ciudadanos, desde los ejecutivos y directivos hasta los artesanos. José, ante María y Jesús, es un instarnos, una urgencia, una llamada a nuestra propia experiencia. Es el mejor ejemplo del reconocimiento de lo eterno, del misterio, del estar ante él, y vivir de él. Tanto en las decisiones importantes con las que empieza su vocación, como en el silencio y trabajo de su vida diaria. Es el esposo de María, el padre adoptivo de Jesús de Nazaret. De su vida sólo sabemos eso, ni más ni menos que su profunda y radical actitud ante el misterio de Dios y ante su manera de hacer las cosas, ante su Providencia.
Con un solo rasgo, este hombre llamado José, hace justicia a la elevación de la vida, a la grandeza y fuerza de lo que es bueno. Siempre presto a lo que resuena por dentro y desde lo alto. Con él podemos aprender a dirigir hacia el interior, y hacia lo alto, nuestra miras y así vivir.
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