“Un pequeño concilio del Oriente Medio”: con estas palabras, el padre Pizzaballa, custodio de Tierra Santa, ha definido el Sínodo sobre Oriente Medio que se ha celebrado estos días en el Vaticano. Martino Diez, de la Fundación Oasis, destaca la imagen de los casi 200 padres sinodales que se han reunido en torno al Papa y que han testimoniado su gran variedad tanto en sus vestiduras como en sus tradiciones litúrgicas y espirituales. Variedad que ha encontrado su expresión más sugerente en la oración de la hora tercia que los Padres sinodales recitaban con el Papa.
Cada mañana se encargaba un rito diferente de llevarla a cabo. Tras los latinos, llegó el turno de coptos, sirios y greco-melquitas. De este modo hemos podido contemplar a los obispos del turno correspondiente reunidos en torno al micrófono para entonar la salmodia según una de las antiguas lenguas del Oriente cristiano. Al escuchar estas magníficas melodías, quizá se olvidan por un instante los mil problemas que afligen a esas comunidades: problemas internos (divisiones entre los ritos, rivalidades) y problemas en la relaciones con la mayoría musulmana o –en Israel- con la mayoría judía. A estos desafíos el Sínodo ha querido ofrecer una respuesta clara: comunión (superando los particularismos) y testimonio (respecto a los no cristianos). Es el tiempo de traducir estas categorías en indicaciones concretas que puedan responder a las múltiples cuestiones en juego: la libertad religiosa, la diáspora, la emigración, el ecumenismo, los modos de ejercicio de la autoridad por parte de los obispos y patriarcas.
“Sin comunión no se puede ser testigo de la unidad”. Así lo afirma Mons. Sleiman, arzobispo de Bagdad, que ha explicado a Oasis los antecedentes históricos que explican la confrontación religiosa en Oriente Medio. “Si consideramos la historia, comprendemos mejor cómo este contexto antropológico comunitario ha sido interiorizado a partir de los estatutos de los dhimmi, el régimen previsto para las llamadas “gentes del Libro” en los califatos musulmanes. El punto fundamental de las disposiciones legales relativas a los no musulmanes era la obligación de pagar un impuesto para ser protegidos por el poder árabe-musulmán, es decir, para tener derecho a una ciudadanía en el propio país, aunque de segundo grado. Los poderes sucesivos se han caracterizado por la perpetuación y a menudo por la radicalización de aquellos estatutos. De este modo, los cristianos han sido reconocidos como comunidades confesionales, fijas y separadas. Este confesionalismo está todavía en vigor y el Instrumentum laboris lo denuncia”.
Preguntado por la situación en Iraq, Sleiman responde que la situación en este país ha mejorado mucho. Aunque subraya que “Iraq se parece a un enfermo cuyas condiciones mejoran, pero todavía necesita cuidados. La violencia ha disminuido, pero los problemas fundamentales ni siquiera han sido afrontados. La unidad del país y la ambigüedad de la nueva Constitución, la distribución de los recursos, los territorios en disputa entre árabes y kurdos, así como la misma reconciliación entre los distintos protagonistas del país son cuestiones fundamentales y vitales para el futuro de Iraq, pero permanecen sin resolverse. La violencia, que es una herramienta política, no ha desaparecido. Su disminución se atribuye a un cambio importante en la situación general, pero vuelve a aparecer de forma inesperada, y sigue cobrándose víctimas.
¿Hasta cuándo puede durar esta situación? Hasta que los problemas que hemos enumerado no encuentren las soluciones aceptadas por todos. Ciertamente, la gente está agotada y desea normalidad y estabilidad. De otro modo, la migración continuará, la reconstrucción tardará y el estado de derecho encontrará dificultades para recuperar el control sobre toda la sociedad”.
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