En las parroquias inglesas hay un estandarte. Una vela, sobre un fondo azul. Con esa llama se derrite el hielo. Es el logo que acompaña la visita de Benedicto XVI a Gran Bretaña, del 16 al 19 de septiembre. El lema es el que eligió el cardenal John Henry Newman, a quien el Papa beatificará en este viaje: Cor ad cor loquitur, el corazón habla al corazón.
Es la primera visita de Estado de un Pontífice al país que, hace casi cinco siglos, se separó de la autoridad de Roma y proclamó la independencia de la Iglesia inglesa. Ya en 1982 Juan Pablo II hizo un viaje memorable a Gran Bretaña, pasando a la historia como el primer Papa en pisar la isla. Pero aquélla era la visita de un pastor a su rebaño, invitado por el arzobispo de Canterbury. Esta vez, Benedicto XVI será recibido por la reina Isabel II y se dirigirá a toda la nación. Hablará al mundo de la educación católica. Se verá con los líderes de otras religiones. Tendrá encuentros con el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, con el primer ministro David Cameron y con los políticos más importantes. Unas 100.000 personas asistirán a la vigilia en Londres; unas 70.000 a la beatificación de Newman.
Pero más allá de números y estadísticas, ¿cuál es el verdadero valor de esta visita? Para comprenderlo a fondo, basta con mirar esta imagen: «Si Juan Pablo II rompió el hielo que se acumulaba desde hacía siglos, Benedicto XVI tendrá una tarea no menos compleja», nos explica el padre Dermot Fenlon, del Oratorio de Birmingham, el primero que abrió el propio Newman en Inglaterra: «Romper una nueva capa de hielo, causada por la descristianización de la sociedad». Las campañas de los new atheists – nuevos ateos- (como los autobuses con el letrero «There’s probably no God» –“Probablemente Dios no existe”–) son tan sólo la punta de un fenómeno mucho más extendido. Lo demuestra también la situación de la propia Iglesia anglicana, donde desde hace tiempo parece triunfar esta secularización: vía libre a la ordenación de las mujeres, nombramiento de obispos homosexuales o celebración de matrimonios gays. «Nuestra nación, sin embargo, no puede definirse como anglicana», continúa el padre Fenlon. «Piense en el gran número de inmigrantes: en la actualidad hay gente de todo tipo. A todas estas personas que viven en la confusión hablará el Papa».
Seguramente, el partido más importante se jugará en el campo del ecumenismo. Teólogo antes que pontífice, Benedicto XVI es muy apreciado por los “colegas” ingleses: «El Papa está seguro de que quien busca la verdad con corazón sincero, la acaba encontrando», explica el reverendo anglicano Andrew Davison, que enseña Doctrina en la Westcott House de Cambridge. «Tomemos sus encíclicas: no han sido escritas para cristalizar lo que es la fe, sino precisamente para animarnos a buscar la verdad». Por lo demás, el mismo Rowan Williams es un teólogo de primer orden: «Por eso espero que podamos encontrar iniciativas comunes: el momento que vivimos es un momento único».
A nivel local, muchos se están ya moviendo: «Muchas parroquias anglicanas y católicas comparten programas de justicia social, liturgias no eucarísticas, la procesión del Domingo de Ramos...». Muchos de estos episodios el padre Davison los ha visto en persona: «Cuando era párroco, un fiel de la vecina iglesia católica perdió una hija. Todos los sacerdotes católicos estaban fuera de la ciudad, así que me pidieron que celebrara el funeral. Y aún más: cuando fui ordenado, el párroco católico vino a cantar con su coro en mi primera misa». Y no son pocos los anglicanos que han elegido participar en los momentos de la visita de Benedicto XVI: «Muchos de mis amigos irán a la vigilia con los jóvenes en Hyde Park», nos cuenta el padre Mark Naughton, párroco católico de Ossett, 20.000 habitantes en la zona de Leeds. Se han apuntado en la lista de espera. Han hecho cola y han desembolsado diez libras para obtener el pase. ¿Por qué? «Les fascina el magisterio del Papa, su gran inteligencia, su valor para anunciar el Evangelio. Simplemente su persona».
En un país que, con la elección de Cameron, ha inaugurado desde el pasado mayo un nuevo curso político, la de Benedicto XVI será también «una importante contribución para la sociedad», explica John Milbank, teólogo anglicano de la Universidad de Nottingham: «La esfera pública se está disgregando. Muchos se preguntan: ¿se puede perseguir el bien común en lugar de la riqueza de unos pocos? Como se ha visto con la encíclica Caritas in veritate, el Papa tiene algo que decir al respecto».
Eje de todo el viaje, la beatificación de Newman. El gran intelectual y párroco anglicano de Oxford, que se convirtió al catolicismo y que luchó contra la amenaza del racionalismo y del fideísmo. Al día siguiente de su muerte (a los 89 años, el 11 de agosto de 1890), en un amplio elogio fúnebre, el Times escribió: «De una cosa podemos estar seguros: el santo que hay en él sobrevivirá». Y muchas veces Benedicto XVI, ya cardenal, ha manifestado su amor por este testigo de la sintonía entre corazón y razón: «Verdaderamente Newman pertenece a los grandes doctores de la Iglesia», dijo en un congreso con motivo del centenario de su muerte: «Al mismo tiempo, toca nuestro corazón e ilumina nuestro pensamiento». Newman «es una figura de unidad para los fieles de las distintas confesiones», dice Milbank. Al término de los funerales, en casi todas las iglesias anglicanas se recita una oración extraída de un texto suyo. Además, no hay un inglés que no haya al menos oído hablar del Sueño de Gerontius, pieza escrita por él (y todavía en cartel en varios teatros). E incluso en el Book of Common Prayer –Libro de Oración Común– de los anglicanos, el 11 de agosto se conmemora a Newman: «Ese día pedimos por él», explica el reverendo anglicano Jeremy Morris, decano y capellán del Trinity Hall College de Cambridge: «Aunque no podemos canonizar a nadie, para nosotros sigue siendo un testigo de la fe muy importante».
Ciertamente no han faltado polémicas sobre este viaje. Desde críticas por lo que va a costar a los “ateos militantes” –como Christopher Hitchens y Richard Dawkins– que querrían además detener al Papa «por crímenes contra la humanidad». Y, como en un guión escrito, su visita a Londres irá acompañada de cineforums en clave anti-Ratzinger, de una fiesta bautizada como “Nope-Pope” (No al Papa) y de una marcha para “Protest the Pope” –protestar por el Papa–. «Se trata del odio de lobbies muy poderosos, que intentan crear una cultura anticristiana», afirma el padre Fenlon. «Entre la gente corriente, sin embargo, no veo ninguna hostilidad. Incluso si se trata de budistas, musulmanes o agnósticos: existe una sed de Dios». Además no hay que olvidar lo que el padre Fenlon llama el «efecto Ratzinger». Para explicarlo, cuenta un episodio. En 1989 el entonces cardenal Ratzinger debía tener un encuentro en la Universidad de Cambridge. Entre los 700 participantes, se encontraba el padre Fenlon con sus estudiantes: «Se puso ante el micrófono con el traje negro y púrpura: el Anticristo, para la sensibilidad inglesa. Durante toda la primera parte del discurso, la gente escuchó con frialdad». Hasta el momento en que Ratzinger citó a C.S. Lewis, que ponía en guardia frente a los peligros de nuestro tiempo: «Si el hombre elige tratarse a sí mismo como materia prima, será materia prima». Se hizo el silencio, y todos comprendieron que abordaba los temas propuestos –de las nucleares al desempleo, y a la teología de la liberación...– de un modo más verdadero que el esperado. «Al final, hubo tres minutos de aplausos», continúa el padre Fenlon. «Y el capellán de la universidad, que moderaba el encuentro, le dijo: “Gracias: usted ha comprendido mejor que nosotros lo que necesitábamos oír”. No hay que temer nada: esta vez será lo mismo».
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