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De Lubac, Guardini, Ratzinger, Giussani, profetas de nuestro tiempo

Costantino Esposito
22/08/2017

A mediados del siglo pasado, algunas grandes figuras del pensamiento cristiano ya advirtieron con una agudeza impresionante la crisis de la tradición. Autores del calibre de Henri de Lubac, Romano Guardini, Hans Urs von Balthasar, Joseph Ratzinger y Luigi Giussani. Se trataba de reflexiones que intentaban interceptar y comprender lo que verdaderamente estaba en juego en un momento de grandes cambios en Europa y en el mundo entero, desde los años dramáticos entre las dos guerras mundiales y la experiencia brutal de los totalitarismos hasta el periodo en que se delineaban, con ideologías contrapuestas, los distintos intentos de una reconstrucción social y hasta “humana” de los nuevos tiempos.

Aun situados desde ángulos muy diferentes, estos pensadores pusieron su mirada en lo esencial, buscando la clave secreta para comprender el porqué del derrumbamiento de los antiguos valores cristianos (repetidos formalmente, pero ya no percibidos de manera real), y las razones del desafío que estos cambios planteaban con urgencia. Uso el término “pensadores” de un modo totalmente distinto a como lo usaría los términos “intelectuales” o “analistas”, pues en estos personajes el pensamiento se revela como una experiencia de juicio sobre su tiempo y al mismo tiempo un profundo afecto a la época que les tocó vivir.

De hecho, lo primero que salta a la vista es que estos autores no sitúan el cristianismo, como podríamos esperar, solo del lado de la tradición que ha entrado en crisis y ha perdido su atractivo, sino sobre todo del lado de la crisis, ayudándonos a entender toda la dramaticidad de lo que está en juego. Ellos son los primeros en aceptar el desafío. El cristianismo reaparece justo allí, puesto a prueba por el grito de la razón y del corazón de los seres humanos que han perdido el sentido del vivir y que se descubren heridos en su misma capacidad de amar.

Esto quiere decir que la tradición cristiana se convierte en un encuentro ahora. Ya no se confía solo a lo que se ha comprendido y ya se sabe a propósito de un Dios que se ha revelado en forma humana, sino que empieza de nuevo —siempre de nuevo— a descubrirlo en acto, interesado en ver cómo en el presente Dios —si Dios es verdaderamente una “presencia presente”— responde a la altura de los hombres. Porque «el mensaje [cristiano] no es un discurso: es una presencia, una persona. Es un modo de presencia de una persona o de personas» (Giussani), que sigue alcanzándonos, nos toca, nos inquieta, nos mueve. Ese es el golpe de escena de esta percepción de la crisis (que también es una nueva percepción de los “valores”) de la tradición cristiana: el descubrimiento de que el acontecimiento cristiano es en sí mismo, permanentemente, una crisis, una puesta en cuestión de la propia vida, la irrupción de una novedad que «rompe siempre los esquemas» (von Balthasar) de lo ya sabido y suscita toda nuestra libertad para decidir a su favor o en su contra.

Es justamente la parábola de la cultura del siglo XX con su intento por comprender si puede existir alguna “novedad” y cuál dentro de la historia. La del hombre nuevo, partiendo del “superhombre” de Nietzsche, que se revela en el drama del «humanismo ateo» (De Lubac). Al anuncio de que «Dios ha muerto» solo puede seguir el anuncio de que «ha muerto el yo». ¿Pero qué es lo que muere? Una experiencia viva convertida en un sistema de valores abstractos, una carne divina reducida a un esqueleto de preceptos morales. Por otro lado, la época moderna está marcada por una profunda «deslealtad» (Guardini). Lo que ha conocido del ser humano, de su espera y de su deseo más profundo de ser y de verdad, de carne y de infinito mediante la historia cristiana ha quedado disecado en los conceptos de la “razón pura”.

Es como si lo que una persona, al conocer a otra, aprende y experimenta del amor se redujera a una capacidad suya para amar en virtud de sus solas fuerzas, sin una relación con la persona amada. Como un deseo que se cumpliera solo, sin el objeto deseado. Quizás en su nombre, gracias a lo que dijo en el pasado, pero sin su presencia ahora. Pero si Cristo pertenece al “pasado”, si es solo aquello que la tradición custodia, ¿todavía podrá tener algo que ver con el futuro? Tal vez debiéramos preguntarnos si no sería mejor para nosotros «dejar de soñar y afrontar la realidad» (Ratzinger).

O la tradición se convierte en “problema” o sencillamente se acaba, porque «todo lo que hasta ahora se ha realizado aún no es lo que Cristo exige ahora, directamente, de mi y de ti, de nuestra generación» (von Balthasar). El punto ardiente de la gran tradición cristiana, su propia “esencia”, se pone en juego en nuestra libertad.

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Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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