El arte de ser frágiles es el título del último libro de Alessandro D'Avenia, que ha llevado a Leopardi a liderar las listas de libros más vendidos en Italia durante las últimas tres semanas sin que nadie sepa explicar por qué. El primero en confesarlo ha sido el propio autor, quien afirma que el mérito es de Leopardi. Pero él tiene parte de mérito porque, ¿desde cuándo Leopardi ha batido récords de ventas?
Como nadie sabe el motivo, cada uno expone el suyo, dibujando así diligentemente dos grupos diferenciados: el de los detractores, que otorgan el éxito de ventas a Mondadori y a la prensa; y el de los aduladores, que dicen que D'Avenia es un gran escritor. Personalmente, me encuentro en el medio, y trataré de exponer aquí lo que yo pienso.
En 2009, cuando estaba a punto de salir Blanca como la nieve, roja como la sangre, por una de esas coincidencias irrepetibles yo me encontraba en Segrate (la sede de Mondadori) justo el mismo día que D'Avenia conocía a los que iban a encargarse de promocionar sus libros. Yo estaba charlando con Antonio Franchini, que entonces era el responsable de la narrativa italiana en la editorial. Fue el primero en creer en aquel joven escritor, y en aquel momento era el único (aparte de su equipo). Para quien no lo sepa, Franchini fue el descubridor de Roberto Saviano (actualmente, competidor de D'Avenia en las listas de ventas) y de otros muchos escritores italianos famosos.
Sin duda, tienen razón los que dicen que D'Avenia vende porque publica en Mondadori, pero antes de preguntarse por qué vende D'Avenia -al contrario que muchos otros autores de Mondadori- habría que preguntarse por qué Mondadori apuesta por él y no por otros. No creo que Marina Berlusconi se dedique a la beneficencia, y tampoco Calabresi, que fue el primer director que invitó a D'Avenia a escribir en el periódico La Stampa, parece alguien entregado a la filantropía. Recuerdo muy bien lo que me dijo entonces Franchini, pero prefiero guardármelo porque en el fondo no creo que sea oportuno. A fin de cuentas, creo que un editor es en gran medida un zahorí y ni siquiera él sabe realmente por qué apuesta por un autor en lugar de otro. El caso es que yo estaba casualmente por allí y que, coincidencia dentro de la coincidencia, yo conocía a D'Avenia desde que tenía quince años.
Pensaba en esto mientras veía la enésima videoentrevista que le dedica el diario La Repubblica. Y mientras lo miraba, pensaba que no ha cambiado nada. Dice que los adolescentes tienen que ser fieles a su más secreta vocación, a su ímpetu más inconfesable, y eso es lo que ha hecho él mismo. Lo que digo no lo he leído en ninguna parte pero está a la vista de todos. Que D'Avenia es un enamorado de Leopardi ya lo vimos en Blanca como la nieve, roja como la sangre, así que este último libro es en primer lugar una muestra de fidelidad a sí mismo. En aquella primera novela las protagonistas se llamaban Beatriz y Silvia, igual que las musas de Dante y Leopardi. Y los que hayan visto la película se habrán dado cuenta de que es Silvia, más que Beatriz, la verdadera protagonista de la historia.
Yo conozco a D'Avenia y le reconozco cuando leo sus libros. Escribe siempre una historia que es la suya. Aunque hable de mujeres y sea hombre, de dragones que no existen, de chavales siendo adulto, todo escritor escribe de sí mismo, consigo mismo y para sí mismo. Y cuando la lea, el lector la hará suya, la hará una con su vida, con su corazón, con sus pensamientos. Como escritor, yo también me he encontrado con lectores que han visto en mis libros que yo ni siquiera había pensado, porque mis palabras resonaban en lo que en ese momento estaba pasando en sus vidas y les decían algo más, algo distinto.
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