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Guardini y Giussani en diálogo con la modernidad

Carmen Giussani
20/08/2016

«Os lo ruego, no caigáis en la parálisis que supone dar respuestas viejas a problemas nuevos»

Ambos sacerdotes, ambos cultos, europeos y modernos, profesores universitarios entregados a la educación de los jóvenes, ambos declarados "siervos de Dios". Guardini en la Alemania de los años 30, Giussani en la Italia de los años 50 supieron leer los signos de un cambio de época y contestaron con la vida y con el pensamiento a la conocida pregunta planteada por Dostoyevski: ¿puede un europeo culto de nuestro tiempo creer en Jesucristo?

El primer relator, Johannes Modesto, ha explicado que, a raíz de un presunto milagro atribuido a Romano Guardini, se abrió la causa para su beatificación y el año anterior fue declarado "siervo de Dios".

Acto seguido, el profesor Borghesi fue presentando la figura del insigne profesor de la universidad de Mónaco. Destacó cómo Guardini, lejos de anhelar una suerte de retorno del cristianismo a la Edad Media o al Barroco, debía «entrar en el círculo de fuego del cristianismo primitivo», puesto que la modernidad le había privado de cualquier apoyo social y cultural. Era una intuición genial ya en 1926. La Iglesia debía volver a encontrar un puente que la conectara con la liberal personalidad madurada a lo largo de la modernidad.
En este sentido, Guardini se atrevía a interpretar la autonomía moderna como una rebelión al absolutismo de tintes medievales y auspiciaba un renacimiento del catolicismo alemán. Más tarde, en una carta al amigo Weigel, después de lamentar los límites de un catolicismo minero, clericalizado, autorreferencial, restrictivo, escribía: «si el verdadero evento no llega a nosotros desde otra parte, estamos acabados».
Para Guardini la modernidad debe ser abordada proponiendo a Cristo vivo, tal y como es, al Cristo de los Evangelios, irreducible al mero sentido religioso. Esta propuesta es lo que pone en valor la libertad del hombre, dado que no se verifica mediante ideas sino mediante la existencia misma. Guardini identificó en san Agustín el posible puente con la modernidad, en particular en los primeros cinco libros de su Confesiones.

Por último, Mónica Sholtz Zappa ha destacado en cinco pasajes el diálogo y la analogía entre Guardini y Giussani: ambos identifican el comienzo del cristianismo en un "hecho" y no en una doctrina. Don Giussani descubrió en el texto de Guardini La esencia del cristianismo estas tres líneas que le permitieron identificar la categoría de acontecimiento: «En la experiencia de un gran amor, todo se convierte en un acontecimiento dentro de su ámbito».
En segundo lugar, ambos destacaron la necesidad de una instancia objetiva, la Iglesia, la comunidad cristiana, como el lugar físico donde el acontecimiento cristiano puede ser encontrado y verificado.
En tercer lugar, mediante la categoría de "encuentro" ambos procuraron despertar lo humano, manteniendo la legítima distinción entre natural y sobrenatural pero no separándolos: el hecho cristiano provoca, despierta el sentido religioso y el sentido religioso permite reconocer la gracia del encuentro.
Un cuarto pasaje apuntó la superación de la contraposición entre Iglesia, instancia objetiva, y yo, instancia subjetiva; y el último pasaje volvió a la dimensión existencial propia de la modernidad.

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