Parece ingenuo escribir estas líneas, unos días después de la masacre de Bruselas. Pero no lo es. Y no es accidental que hoy sea Viernes Santo. Es extremadamente significativo, porque el latigazo del mal levanta nuestra mirada hacia el Crucificado.
Si Europa necesita un nuevo inicio, la única respuesta que no resulta ingenua es que este inicio puede venir sólo de cada uno de nosotros, los europeos. De cada persona.
Un corazón humano que no se rinde pone de manifiesto su raíz infinita, espiritual y trascendente.
Un corazón humano que no se rinde se deja interrogar por toda la realidad. También por la memoria de este Viernes Santo.
“Un corazón que no se rinde” no se cansa de interrogar la propia experiencia humana.
Por eso queremos ver unas pinturas, leer un relato y escuchar unas canciones en compañía de tres corazones que no se rinden.
El de Joan Miró, que nos acompaña a saborear la realidad que es el alimento de todo espíritu creativo.
El de José Ángel González Sainz, que nos provoca al gusto por la libertad y por su discernimiento.
El que late en el canto popular vasco, oponiendo la experiencia sensible de lo universal en lo particular a los muros que impiden hablar. Y entender.
Sí, no es ingenuo seguir a los hombres que no se rinden. No lo es, de ninguna manera, valorar todo lo bueno, lo bello y lo justo, porque siempre provocan un nuevo inicio en nuestra experiencia humana.
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