El encuentro del Meeting titulado "Tecnología: ¿un gran bien o una idolatría?" ha querido continuar el diálogo del diálogo en el que Joseph Weiler y Julián Carrón hablaron de la relación entre Abrahán y nuestra realidad presente, en relación con la nueva revolución electrónica que vivimos.
Andrea Simoncini ha comenzado la conferencia recordando las palabras del Papa Francisco en la encíclica Laudato si': "la humanidad ha entrado en una nueva época en la que la potencia de la tecnología hace que tengamos que hacer una gran elección. Ha habido muchos inventos y descubrimientos en los últimos tiempos. Está bien entusiasmarse por esto. Pero no podemos olvidar que todos estos avances nos brindan un poder enorme a nosotros y a los más poderosos. Nunca en la historia la humanidad tuvo tanto poder. Por ello, tenemos que tener cuidado con la elección que hagamos ante todos estos cambios". Y esta es la responsabilidad de la que se habló en el encuentro entre Weiler y Carrón: una responsabilidad que el joven de hoy oculta detrás de todos los derechos que reclama.
Tras esta introducción, Marco Carrai ha intervenido diciendo que la respuesta ante esta gran elección en la que nos encontramos todos ya había sido respondida por Weiler y Julián. La cuestión no es cómo comportarse ante la tecnología, es cómo comportarse ante la vida. El problema surge cuando la tecnología se convierte en objeto y, por tanto, perdemos nuestra responsabilidad con la vida.
Durante todo el encuentro se han dado diversos ejemplos de esta elección que nos toca hacer: la desencriptación realizada por Alan Turing por amor a la reina de Inglaterra y a la ciencia, la fotocopiadora de James Watt como respuesta a una necesidad del hombre o, por otro lado, el Proyecto Manhattan de EE.UU, Canadá, Reino Unido y otros en la Segunda Guerra Mundial, o la manipulación de células madre. ¿Qué hay de diferente en estos ejemplos? Como diría el Papa, todos ellos buscan superar los límites del hombre. O, como dice el lema del Meeting, todos buscan contestar a la ausencia de la que estamos llenos.
Roberto Cingolani ha afirmado que la tecnología es un gran bien de nuestra historia pero, en comparación con lo que es capaz de hacer el cerebro humano, es ridículo. Pensemos, por ejemplo, en que un avión en 2001 (que no estaba concebido para dañar a nadie), mató a miles de personas. Pero ninguno de nosotros ha dudado de la bondad de la aeronáutica. Lo mismo sucede con la tecnología. Por esta misma razón, Máximo Ibarra ha intervenido hablando del riesgo, no tanto de aumentar la inteligencia racional de nuestros hijos, sino de aumentar su inteligencia emocional. Es decir, es necesario educarnos en el uso de toda esta tecnología que nos envuelve.
Por último, Fabio Pammolli ha recordado que nuestra naturaleza finita no es algo que se pueda solucionar con el abanico tecnológico. El problema no es la ciencia o la tecnología, sino las instrucciones que gobiernan a éstas. Todos buscamos lo que es bello, la plenitud. Pero si pensamos que la ciencia y la tecnología solucionan la sociedad y el mercado, nos estamos equivocando. Porque nos estaremos dejando al individuo, nos estaremos cargando el concepto de subsidiariedad del que tantas veces hablamos. Entonces, como decía Don Giussani tantas veces: "debemos colaborar en un camino educativo que respete la libertad y la responsabilidad del sujeto".
Andrea Simoncini ha concluido el acto indicando que nos encontramos delante de un grandioso abanico de posibilidades. Solo estamos en la infancia de lo que vamos a ver en el futuro. Pero todo esto no responde, ni responderá nunca, a un sujeto que está lleno de esta ausencia. En el centro de todo está la persona. Se trata por tanto de un problema de educación, de personas que entran en la realidad que tienen delante y que establecen relaciones en ella.
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