Se ha ido Günther Grass (1927¬-2015), uno de los autores más famosos del mundo literario y político alemán del siglo XX y de lo que llevamos del XXI, Premio Nobel de Literatura en 1999 con la motivación de haber expresado con una negrura fabulosa y viva el rostro olvidado de la historia.
Unos meses antes de aquel octubre de 1927, el 16 de abril, nacía otro grande del mundo alemán, Joseph Ratzinger, que en 2005 se convertiría en Papa Benedicto XVI. En su autobiografía, Pelando la cebolla (2006), el autor de El tambor de hojalata (1959), novela con la que Grass pasó de pronto a la historia de la literatura, habla de un encuentro con un joven católico, un poco torpe pero simpático, llamado Joseph, en el campo nacionalsocialista de Bad Aibling. La simpática historia parece una invención, pero Joseph Ratzinger en su autobiografía (1997) cuenta que a los 17 años, en el campo di Bad Aibling, la confesión de que quería ser sacerdote católico, además de insultos, le sirvió para evitar la "libre" inscripción en las SS, a la que otros de sus compañeros, aun sin convicción alguna, tuvieron que ceder. Ambos coetáneos, el novelista y el Papa, cultivan la memoria histórica, el primero como fantasía, el segundo como "existencia histórica".
Los tres libros de la Trilogía de Danzig -el ya citado Tambor de hojalata, junto a El gato y el ratón de 1961 y Años de perro de 1963- nos sitúan ante la obra literaria de Grass, gran maestro del conjuntivo y de una lengua vivaz y eficaz. Especialmente interesante resulta el hombre político y público, comprometido con el SPD (Partido Socialdemócrata), primero apoyando la candidatura de Willy Brandt en 1969, luego afiliándose al partido en 1982 y saliendo de él en 1992 por su oposición a la alianza del SPD con la CDU (Unión Demócrata Cristiana) sobre la cuestión del asilo político.
Más tarde, Grass conmocionó al público con su tardía admisión de haber formado parte en su juventud de las SS, y en 2012 su poema "no poético" sobre Israel, un poema que más bien es una denuncia y un llamamiento moral que tal vez no debería haber hecho en relación a Israel, capta un aspecto central de nuestra época: la hipocresía de Occidente o, mejor dicho, su incapacidad para llamar a las cosas por su nombre. «Por otra parte; es de esperar, / muchos de ellos pueden liberarse de las cadenas del silencio».
Solo que la esperanza no nace de un llamamiento moral, sino del reconocimiento de que el ser es don total. Sigue siendo conmovedora la atención que el pasado mes de marzo el autor dedicó al Papa Francisco, preocupado por su vida a causa de una noticia sobre su salud. En el Papa argentino, Grass vio la autenticidad que solamente nace en la existencia histórica del reconocimiento del ser como don presente, como rostro misericordioso que Dios toma en Jesús. Que Aquel que dona el ser pueda acoger en su seno a este hijo de nuestra época, tan afanosa, tan deseosa de decir, como decía su poesía sobre Israel, «lo que hay que decir ahora, / porque mañana podría ser demasiado tarde».
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