«Cuando se quiere eliminar a un grupo étnico o religioso se intenta destruir también su pasado, hasta el más remoto». Giorgio Buccellati, arqueólogo de fama mundial, que fue profesor en la Universidad UCLA de Los Ángeles, tiene muy claro en qué consiste el desafío no solo cultural de todo lo que está pasando en Iraq y en Siria. Las imágenes que llegan del museo arqueológico de Mosul recuerdan las de la destrucción de los Buda de Bamiyán por parte de los talibanes en 2001. Pero Buccellati narra otra historia de Siria. Una que muestra cómo, a pocos kilómetros de la guerra, se puede seguir trabajando para proteger el patrimonio histórico de una de las civilizaciones más antiguas del mundo.
Estamos en Amouda, en la frontera siria con Turquía, a 250 kilómetros de Kobane y a 500 de Mosul. La guerra, en cambio, está a 60 kilómetros, a una hora de coche. El 24 de febrero se inauguró una exposición en las excavaciones de la antigua ciudad mesopotámica de Urkesh. Es el lugar en que Buccellati y su mujer, Marylin, estudiaron toda su vida y que desde hace cinco años ya no pueden visitar. Aquí siguen seis personas, bajo su supervisión, a cargo de este lugar arqueológico. Se trata de proteger unos muros de ladrillo que, expuestos a la intemperie, corren el riesgo de desaparecer en poco tiempo. «Es una iniciativa que nació en Siria, pero nosotros la hemos sostenido y animado. La idea fue de Suleiman Elias, director de las antigüedades de la religión, que el año pasado vino con nosotros al Meeting de Rímini». Aquella experiencia impactó a este dirigente sirio, que volvió a casa tan entusiasmado que se despertó en él el deseo de hacer algo parecido a la exposición que había visto con los Buccellati. «Son 17 paneles que retoman los contenidos y las imágenes que les enviamos. En enero se expuso ya en la capital de la región, Al Qamushli, y después de Amouda estará en otras seis o siete ciudades».
La historia del lugar arqueológico de Urkesh es única en Siria: las demás excavaciones del país han sido abandonadas, mientras que aquí se mantiene. «Es una gota en el océano», explica Buccellati: «Pero es indicativo de lo que se puede hacer. Sobre todo, porque experiencias como estas estimulan a la gente de aquí a mantener el sentido de su dignidad y unidad en un momento de catástrofe. Y porque permite una cierta subsistencia económica a los que participan en esto. Durante los últimos años siempre hemos conseguido pagar a las personas implicadas y mantener una cierta producción artesanal de productos locales ligados a la realidad de Urkesh».
Estas excavaciones no son solo algo relacionado con la tutela del patrimonio cultural, sino también una historia de amistad y de relaciones humanas. Los Buccellati, al no poder regresar a Siria, han seguido estos años en contacto con la gente de aquí. Al menos hablan una vez a la semana vía Skype, les envían la documentación fotográfica vía internet, les cuentan los pequeños progresos tecnológicos para mejorar la protección de las excavaciones. «En este tiempo siempre hemos tenido una sensación de sorpresa. Por nuestra parte, al ver su constancia y fidelidad al trabajo, y por la suya, al no sentirse abandonados».
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