Estaba un día escuchando con toda mi atención a Marko Rupnik, un jesuita de Eslovenia, y asocié los sentimientos que me suscitaba a Teilhard de Chardin, otro jesuita. Leyendo a Teilhard, y viendo y oyendo a Rupnik, he sentido que la tierra y la vida son un gran himno al Creador. Se siente en la conciencia una admiración y un estupor ante lo divino omnipresente. Todo un canto del universo al Creador y a Cristo, alfa y omega de cuanto existe. Los dos transmiten un mensaje referido a la vida, a la acción, a todo cuanto ha sido creado y redimido.
Teilhard de Chardin era un geólogo, paleontólogo, filósofo. Marko Rupnik es un artista, teólogo y filósofo. Creció en la majestuosa belleza de los Alpes eslovenos. Él ha comentado que cuando era pequeño iba con su padre a recoger piedras para preparar la tierra fértil. Su padre hacía un signo de la cruz sobre el campo antes del trabajo, y Rupnik contemplaba cómo las manos de su padre tocaban las piedras y la tierra con una sacralidad litúrgica. Ahora Rupnik es artista del color, de la materia, del color que es la luz de la materia del mundo.
Los dos me hacen sentir el universo entero como cuna del Dios que entra en el seno de una mujer y nace como un niño más. Previo a pensar en la sencillez de Belén, he sentido, por estos dos jesuitas, algo así como el “antes de la primera navidad”. La naturaleza, los adornos que preparan la navidad, todos los preparativos, absolutamente todos, el Adviento, la corona de Adviento, las fiestas que preceden como la Inmaculada, la Virgen de la Esperanza, Nuestra Señora del Parto, los salmos, retiros y silencios, toda la maravillosa liturgia como preparación para la celebración de lo que realmente es la Navidad. Todo, absolutamente todo, como surgido de una tierra, de un humus que esperaba el gran acontecimiento desde la creación del mundo.
Pues estos dos grandes creyentes me hicieron sentir que el gran himno al universo se centraba en el nacimiento de Cristo. «Esto dice el Señor: “Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel. Su origen es desde lo antiguo, de tiempo inmemorial”», escribe el profeta Miqueas. Todo, antes de la venida de Cristo, es la preparación para el gran acontecimiento, que marca y señala el sentido de la historia: Dios que asume en la naturaleza humana, su propia creación. O su Palabra que se manifiesta en lo que ya era también manifestación suya, el universo entero.
Todo lo anterior al gran hecho, al gran acontecimiento. Todo lo anterior como soporte, como cuna, como altar para el Niño que nace. Todo el pensamiento humano, todo el arte, toda la imaginación, todo lo mejor, adorando al Niño que nace.
Dice Theilard de Chardin que todos los tiempos y los espacios, las prodigiosas duraciones que preceden a la primera Navidad, no están vacías de Cristo sino penetradas de su influjo poderoso. El bullir de su concepción es el que remueve las masas cósmicas y dirige las primeras corrientes de la biosfera. La preparación de su alumbramiento es la que acelera los progresos del instinto y la eclosión del pensamiento sobre la Tierra. Todo era espera interminable del Mesías. Eran necesarios para que así comprendiéramos nada menos que los trabajos tremendos y anónimos del hombre primitivo, y la larga hermosura egipcia, y la espera inquieta de Israel, y el perfume lentamente destilado de las místicas orientales, y la sabiduría cien veces refinada de los griegos para que, sobre el árbol de José, y de la Humanidad, pudiese brotar la Flor. Todo lo anterior era el marco para que Cristo hiciera su entrada en la escena humana.
Antes de la primera Navidad: cuando Cristo apareció entre los brazos de María se acababa de revolucionar el mundo. El Papa Francisco ha señalado que la Navidad revela el inmenso amor de Dios por la humanidad. En el prólogo del Evangelio de San Juan está el significado más profundo de la Navidad de Jesús: Él es la Palabra de Dios que se hizo hombre y que ha puesto su “tienda”, su morada entre los hombres. «En estas palabras, que nunca dejan de sorprendernos, está todo el cristianismo. ¡Dios se hizo mortal, frágil como nosotros, compartió nuestra condición humana, excepto el pecado, –pero tomó sobre sí los nuestros como si fueran propios– ha entrado en nuestra historia, se volvió plenamente Dios-con-nosotros!».
Sí, una y otra vez, la Navidad revela el inmenso amor de Dios por la humanidad, ahí está la certeza de nuestra esperanza a pesar de sentirnos muchas veces rotos en nuestra vida diaria. Navidad nos dice que somos amados, elegidos, bendecidos, visitados, acompañados por Dios. De nuestra libertad depende mirar el mundo y la historia como el lugar donde caminar con Él y entre nosotros, hacia los cielos nuevos y la tierra nueva.
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