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La gratuidad, en el origen de la justicia

María Serrano
30/08/2014

Hannah Arent señalaba que ante el dato de la realidad sólo tenemos dos opciones, o el resentimiento o la gratitud. De ambas hemos hecho experiencia. Pero es especialmente detectable la senda de la segunda en el Meeting de Rímini de este año: en la exposición de Péguy, el poeta del acontecimiento, vemos cómo marcó su vida; en la de "Explorers", aprendemos que la perplejidad ante el universo lleva al hombre a una búsqueda que no espera nada a cambio. "Tener derechos da al hombre la ilusión de libertad, pero reconocer un don en su vida es reconocer la existencia de alguien que dona". Así introdujo Lorenza Violini, profesora de Derecho Constitucional en la Università degli Studi de Milán, el encuentro sobre "Vida pública: justicia y gratuidad".


Luciano Violante, ex presidente de la Cámara de Diputados de Italia, respondió ofreciendo una lectura del escenario contemporáneo en el que "el capitalismo financiero asume una función de guía en un ambiente que se rige por este concepto de 'intercambio' en el que todo es negociable, todo tiene un precio, las personas se mueven por su egoísmo e interés particular y se rompen las conexiones sociales". Según el político, debe ser cada uno el que ponga el límite, el que reflexione y decida qué cosas tienen un precio y cuáles son innegociables: "Una nación, una familia, una persona, no se salva si no dice lo que no se puede comprar y lo que no se puede vender", palabras que fueron seguidas por un tumultuoso aplauso, al que Violante respondió: "Sin este límite a la 'contratación' se produce una ruptura en la sociedad. La gratuidad es importante para reconstruir la jerarquía de valores que hemos perdido".

El origen de la deriva actual fue descrita por Javier Prades López, rector de la Universidad San Dámaso de Madrid, a través de dos factores: por una lado, la experiencia del mal nos lleva a desconfiar de la gratuidad. "Aunque no es un tema nuevo, la amplitud del mal que hemos vivido en el siglo XX tiene un grave impacto sobre la percepción que tenemos de lo real, de la vida: parece incompatible el mundo que vemos con la hipótesis de un horizonte gratuito, bueno, de este 'recibir sin merecer'. La dificultad está en considerar humana esta posición, pero parece utópica, ingenua", explicó. El segundo factor que delineó Prades como el origen de nuestra desconfianza de la gratuidad es la concepción occidental de la no dependencia: "A nosotros todo se nos debe. Excluimos la dependencia porque sería incompatible con nuestra verdadera dignidad. No somos deudores de un don que no hemos producido, que no nos hemos ganado. Es el resultado del influjo del contrato social, que teniendo valores importantes, hace que pensemos en la vida común como un contrato". Las garras de esta deriva han impregnado incluso ciertas tendencias de la teología moderna, que hablan de la dependencia constitutiva de una gratuidad que no nos es conveniente: parece que defender bien la dignidad del hombre requería aislar una naturaleza pura del hombre, lo que es independientemente de su vínculo con Dios. "Estas teorías teológicas llevaron a pensar que, en el fondo, hay una autonomía que tiende a hacerse absoluta, un tipo de hombre que se hace a sí mismo, autónomo, que no depende, que no debe nada a nadie". Aquí subyace también la idea de mérito como algo que uno hace y por lo que Dios le recompensa.

Violante, que fue el promotor del encuentro y de su título, pasó a explicar el término de gratuidad partiendo de una cita del Evangelio según Mateo: "Lo que recibisteis gratis, dadlo gratis". Para el ex presidente de la Cámara estas palabras indican "un acto que no tiene una correspondencia fuera de sí mismo, sino que su valor está en él mismo: yo hago esto porque es justo, porque es bueno. La gratuidad es una sobreabundancia de valor: su valor traspasa el propio acto y la lógica del mercado". De ahí pasó a hacer una reflexión sobre los deberes y los derechos: "No hay democracia si no hay derechos, pero una democracia se arruina si no hay deberes", una aseveración que volvió a provocar aplausos entre los presentes.

Los dos términos que centraban el encuentro, justicia y gratuidad, están intrínsecamente unidos: son dos dimensiones de la experiencia humana, dos exigencias del corazón del hombre. "La gratuidad es posible porque es real. La hemos visto. La vemos cada día, hemos hecho experiencia de ella. Ahora intentemos pensar en un mundo en el que fuera mentira: en el que nada fuera gratuito, en el que no hubiera amor, ni amistad. No sería un mundo real. Sería la muerte total, la soledad absoluta: la única modalidad de relación sería adueñarse de todo por destrucción". Este horizonte que planteaba Javier Prades encontraba su respuesta en la propia experiencia: "No podemos hablar verdaderamente de gratuidad hasta que no reconocemos que es una actitud de fondo en la vida: adquiere todo su espesor cuando expresa una actitud estable del hombre respecto a la realidad". A continuación citó a Habermas para explicar la única forma de superar el escándalo del mal que hemos hecho o sufrido: "Es el juego entre el pecado, el perdón y la culpa. Yo, ante la irreversibilidad del mal, cuando ya no puedo intervenir en mi pasado, afirmo la nostalgia de la resurrección". Por ello, si la gratuidad es verdadera, atraviesa estas barreras últimas de la condición humana, y podemos percibir la vida como un bien.

Para acercar la intrínseca relación entre justicia y gratuidad, Violante puso ejemplos en los que su unión ha traído conciliación, como la amnistía que se dio tras la unificación de Italia o la oferta hecha a los terroristas de reflexionar juntos sobre el mal que habían cometido. "La democracia o necesita animadores, sino jugadores, sujetos activos", enfatizó el presidente, que sufrió las amenazas de estos terroristas y vivió la gratuidad a través de los voluntarios que le acompañaban día y noche para protegerle.

Prades cerró su intervención destacando las implicaciones de una concepción errónea de la justicia y afirmando que "no bastan los procedimientos de la democracia para salvar a la sociedad", sino que hay que recuperar el nivel prepolítico que la sujeta: "Debemos poder encontrar personas que viven realmente los valores de la gratuidad. Espero que nuestra vida esté siempre atravesada por esta presencia que vive con nosotros tan profundamente que nos cambia".

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