Con la desaparición de la escritora Nadine Gordimer, fallecida en Johannesburgo siete meses después de Nelson Mandela, Sudáfrica ha perdido el segundo de sus iconos internacionales y da un paso más hacia la definitiva consolidación de medio siglo marcado por la movilización mundial contra el apartheid y por la celebración de su superación.
Gordimer ha representado, en los medios internacionales y en el imaginario de al menos dos generaciones de lectores occidentales, el complemento natural de Mandela. Nacida en 1923 (cinco años después del líder sudafricano) en una familia blanca de origen hebreo (el padre, joyero, era un emigrante de la Europa oriental), la joven Nadine creció en la Johannesburgo de los años cuarenta en un ambiente burgués y culto. Durante las décadas siguientes, recorrió toda la parábola que lleva a la elite blanca, anglófona y progresista de Sudáfrica a alinearse, de un modo cada vez más decidido, al lado del movimiento de liberación negro.
Se hizo famosa en su patria y en el mundo de lengua inglesa ya desde sus primeras novelas, publicadas en los años cincuenta, cuando comenzaba la fase más dura de la lucha contra el apartheid. En 1961 figura entre los primeros personajes públicos de Sudáfrica que se posicionan a favor del African National Congress, entonces ilegalizado por su actividad terrorista. Durante el proceso de 1964 colabora en la preparación del célebre discurso de Mandela y contribuye de forma decisiva en la construcción del icono y del mito del líder del ANC en los medios anglo-americanos, que en los años ochenta y noventa permitirá al ex prisionero de Robben Island consolidarse como líder indiscutible de la transición y de la nueva Sudáfrica. Una contribución decisiva, que el propio Mandela no dejará de reconocer.
En los años sucesivos, durante la larga detención de Madiba y hasta el desmantelamiento definitivo del régimen segregacionista, Gordimer se convierte en punto de referencia para una generación de intelectuales y jóvenes europeos y americanos que, en los años de la descolonización y de la guerra de Vietnam, vive ansiosa por sentirse parte activa de algo que parece una era de cambio radical. Sus novelas, publicadas en todo el mundo, atacan al apartheid con las armas “privadas” de la novela de ambiente, mediante la descripción de personajes donde los lectores occidentales pueden identificarse y de los que, al mismo tiempo, pueden distanciarse, en su mayoría sudafricanos blancos que fingen no saber lo que está pasando.
La obra de Gordimer tuvo un éxito internacional donde la literatura se presenta, en último término, como inseparable del compromiso político. Incluso el Nobel de Literatura, que coronó su carrera en 1991, se inserta en el camino preparado con la excarcelación de Mandela y apenas tres años después llevará hasta su elección como primer presidente negro del país. En el centro de toda su obra encontramos siempre un compromiso cultivado con convicción, del que la escritora, con elegancia burguesa, solo fingía tomar distancias: «soy escritora, si no hubiera nacido en Sudáfrica nunca habría escrito de política». Fiel al espíritu de los verdaderos “intelectuales orgánicos” de su generación, que nunca abandonará, ni siquiera cuando la llegada al poder y el cambio de los tiempos mostraran los límites del proyecto y de los hombres de la nueva Sudáfrica.
Cuando algunos escritores blancos que se habían posicionado con ella en contra del apartheid (entre ellos André Brink y J.M. Coetzee, que también recibió el Nobel de Literatura en 2003) decidieron declarar su desacuerdo con el nuevo régimen y denunciar las injusticias y contradicciones (y con ellas, la irreductible relatividad de cualquier ideal y causa política), Nadine Gordimer permanecerá fiel al bando que había elegido, confirmando en toda ocasión sus apoyo inmutable al ANC y a la causa por la que había luchado.
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