Victoria está “a cargo de la lluvia”. Puntual, entre bambalinas enciende un haz de luz de color que simula la caída de las gotas, retazos verdes sobre fondo blando. El efecto es el de un aguacero, entre lo psicodélico y lo retro. En el escenario, Renata y Vittorio leen el periódico a Sabatino, un maniquí artesanal “estilo De Chirico”. Una goma une sus brazos a las muñecas de la enorme marioneta. Se los prestan para darle vida. De pronto el director interrumpe el ensayo, se gira hacia el pequeño público y luego vuelve hacia sus actores: «Abdul, ¿cómo se dice “suave” en francés?». La voz de Abdul se oye al otro lado del velo caldeado por el haz de luz: «Doucement». Pero la invitación a moverse más lentamente es para Marin, un anciano un poco curvado, búlgaro, que no sabe una palabra de italiano, pero tampoco de francés, y que para aprender cada una de las escenas, primero tiene que ver cómo la representan otros.
Lluvia ficticia en escena y de verdad en el exterior, con gotas que retumban en el techo del almacén de “Casa Betania de las bienaventuranzas” en Seveso, en el corazón de la Brianza italiana, una comunidad “refugio” donde desde hace unos meses se celebran los ensayos del último de los espectáculos de la comunidad del hermano Héctor: Sabatino, se titula. Los actores son ocho personas de la comunidad. Y uno más, el maniquí que da nombre al espectáculo, creado por el director, Emanuele Fant.
Este de Seveso es uno de los seis refugios nacidos de la obra del siervo de Dios Héctor Boschini, un padre camilo con un carisma arrollador, que desde 1979 hasta su muerte se dedicó totalmente a los pobres. A los primeros los recogió bajo los puentes de la Estación Central de Milán, hasta llegar a construir lugares de acogida y de vida en comunidad para muchos que habrían muerto en la calle. Apostolado de calle y rezo continuo del Rosario. Hasta con megáfono si hacía falta. Los que vivieron con él recuerdan «su forma de vivir de la Providencia de manera radical». Y que «en él se veía inmediatamente el misterio de la santidad». No en vano Héctor de los pobres fue el título del primer espectáculo de títeres que le dedicaron en 2012. Este año, Sabatino estará en la Arena del Meeting de Rímini que lleva por lema “Hacia las periferias del mundo y de la existencia. El destino no ha dejado solo al hombre”.
«Sabatino fue uno de los primerísimos ayudantes del hermano Héctor», explica Fant. De salud frágil, murió a los 35 años por una pulmonía de la que enfermó después de descargar bajo la lluvia una furgoneta llena de ropa para los pobres. Sabatino venía del sur de Italia. Cuando llegó a Milán se encontró catapultado en una ciudad rica y desarrollada, un centro “propulsor” del país. Pero junto a tanto progreso encontró también una gran miseria. «El verdadero centro lo encontró al conocer al hermano Héctor», dice Fant: «Al principio, la idea de llevar a escena la historia de Sabatino fue más que nada una intuición». En poco tiempo se dio cuenta de que la vida del “profeta menor”, como llamaba el cardenal Martini a Sabatino, halla su verdadera fuerza en la sencillez que nace de un encuentro decisivo. Hasta el punto de que el director resume así esta obra: «Es un espectáculo sobre nosotros mismos».
No es una forma de hablar. El propio Fant quedó muy marcado por su encuentro con el hermano Héctor durante su adolescencia punk. Así lo narra en su libro, Mi primer fin del mundo: «Era el único remedio que restauraba inmediatamente cualquier escombro de mi mundo interior». Con el tiempo perdieron el contacto, pero Fant siguió rezando todos los días por él. Hasta que en 2007 recibe «por casualidad» una llamada de sor Teresa Martino, discípula del hermano Héctor, una de las primeras que le siguió y que ahora lleva adelante su obra.
Actualmente, Emanuele trabaja de forma estable en la Obra Hermano Héctor, donde ha creado el “Teatro de la Misericordia” para realizar espectáculos con los antiguos sin techo que estuvieron alojados en sus comunidades: «Pero el primer objetivo de nuestro teatro sigue siendo el apostolado. Deseamos narrar el Evangelio y lo que hacemos es ante todo un testimonio».
La escenografía de Sabatino es minimalista y tiene cierto magnetismo de estilo vintage: pizarras luminosas que «parecen pequeños robot», proyecciones en blanco y negro, juegos de sombra, largas manos de dos metros hechas con papel de periódico, agua y harina, construidas por personas de la comunidad. «La idea de utilizar una tecnología pobre es intencionada. Porque es como para estas personas: pueden sentirse “inútiles” pero en realidad no lo son». Los violines soñados de la banda sonora acompañan la historia del maniquí. «No está, Marin no está en su silla»: dice alguien a gritos. Marin debería salir para ensayar una escena. «No sale porque no se lo decís con dulzura», corrige con paciencia el director a sus actores. Doucement.
«Yo estaba acostumbrado a trabajar con actores profesionales», explica Fant: «Pero casi todos son demasiado vanidosos. Lo que hago ahora humanamente es más interesante porque es un trabajo en comunidad. Estas personas, en cuanto empiezan a recitar, entran inmediatamente en el lenguaje». ¿Cómo es posible? La teoría del director parte de esta observación: «Todos son personas que la sociedad ha dejado al margen porque tienen una sensibilidad particular. A menudo el sufrimiento golpea a la gente, pero a ellos es como si les hubiera atravesado de parte a parte». Una sensibilidad que se nota incluso en el modo de recitar. Pero no hay nada más lejos de un melodrama: «Estamos en un lugar para gente que no tiene una casa y les hemos propuesto un mensaje mediante un espectáculo. Trabajando aquí, aprendemos a estar juntos».
¿Pero por qué eligieron un maniquí? «Al principio no sabíamos a quién pedir que interpretara el personaje de Sabatino. Elegimos esta opción porque queríamos que el centro del espectáculo hiciera evidente que está sucediendo algo hermoso. Y eso no lo podíamos hacer con un solo actor». Cuando preguntas a los demás si el espectáculo merece la pena, no tienen ninguna duda. Responde Custode: «A nosotros más que al público, como sentido de responsabilidad y como lugar para crecer».
Antes de irnos, sor Teresa nos cuenta que la idea de recitar con los pobres se le ocurrió desde el inicio de su aventura con el hermano Héctor. A lo que él le respondió: «No te preocupes, aquí ya hay toda una comedia». La idea permaneció, nunca la censuró, y el tiempo la fue haciendo madurar. «Los pobres quieren hacerlo, porque el teatro no es solo recitar», cuenta la hermana, que en su juventud también tuvo alguna experiencia como actriz: «el teatro es don, es poesía, es darse. Nos interesa más el recorrido que el producto final. Trabajamos para que el espectáculo sea hermoso, pero nuestro primer deseo es que cada cosa sea una palabra dicha que nos pertenezca».
Sales de Casa Betania un poco aturdida, pero llamarlo “mundo paralelo” no es correcto. Porque dos paralelas nunca se encuentran, hasta el infinito. En cambio aquí el Infinito ha cambiado las leyes de la matemática y se acerca a nosotros.
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